Un álbum con canciones inéditas recupera a una artista que sufrió el control franquista al criticar las costumbres sociales de un país anquilosado. Las grabaciones llevaban tres décadas en un trastero
JESÚS MIGUEL MARCOS Madrid 17/10/2011
En la pequeña pantalla del televisor en blanco y negro cantaba Cecilia, la agradable cantautora. Corrían los años setenta y Franco aún vivía. Detrás, un esforzado director agitaba los brazos frente a una numerosa orquesta con violines, saxofones, contrabajos, coristas y un órgano. El inmaculado escenario estaba flanqueado por recargados juegos florales y ella, vistiendo un elegante traje negro, entonaba la primera estrofa de uno de los éxitos del momento, Mi querida España.
La emisión era en directo y todo ocurría como estaba pensado que ocurriera, hasta que Cecilia decide salirse del guión, cantando ante millones de españoles la letra original de la canción, que nunca llegó a ser grabada por el miedo a la guillotina de los censores. La España dejaba de ser "nuestra" para transformarse, sin perder la sonrisa, en una "España muerta". La melodía seguía sonando brillante, quizás más brillante que nunca. Evangelina Sobredo, Cecilia, desafiaba el pensamiento único jugando, riéndose de la estrechez mental de una sociedad con ganas de explotar. Así se sacudía el yugo de una imposición que la doblegó en ocasiones, pero que enfrentaba a su manera, con estrategias inesperadas, como esta actuación en Televisión Española. Quizás para autojustificarse, bromeaba con los tachones de los censores.
"Estos idiotas... le cambio dos palabras a la canción, digo lo mismo y no se enteran", dijo en una ocasión. Más dolores de cabeza le dio la industria del disco, incipiente en España y obsesionada por los números. Cecilia combatió duro por conservar su estilo y personalidad (ahora cobra mucho más significado la portada de su primer disco, donde aparece con un voluminoso guante de boxeo), y aunque logró salvarse, no salió del todo indemne del intento de su casa de discos de convertirla en algo que no era. Por eso tiene especial sentido la publicación de Cecilia inédita en concierto (Ramalama), un doble álbum que se presenta hoy en Madrid y que recupera 28 canciones que la cantante tocó en diferentes radios.
Se trata de interpretaciones inéditas que muestran a una Cecilia más desnuda y libre, cantando lo que quería cantar y como quería cantarlo, sin estar sometida a los corsés que establecía la industria musical. Aquí se recogen sus versiones de We Shall Overcome, Blowing in the Wind o Bridge Over Troubled Water, así como la primera canción que compuso, Daddy, Don't Close the Light, nunca antes publicadas porque eran en inglés y su discográfica las veía poco comerciales.
Más íntimo, más desnudo
"Siempre tuvo problemas con la casa de discos. Se daba cuenta de que el mundo discográfico era un negocio. Ella quería darle a sus admiradores discos que fueran más naturales y en estas canciones parece que interpreta lo que a ella le hubiera gustado haber hecho, algo más íntimo, no tan artificial como en los álbumes", cuenta a Público Teresa Sobredo, la hermana pequeña de Cecilia que ha recuperado estas grabaciones. Teresa dio con las cintas ordenando el trastero de su casa: llevaban 35 años almacenadas en una caja.
"Cuando las escuché, las llevé a varios estudios para digitalizarlas. En todos me decían que dejara las cintas, pero yo no me fié", cuenta. No era un trabajo menor y no valía cualquier equipo, ya que las cintas no se encontraban en buen estado y había que limpiar mucho ruido, pero finalmente encontró a su hombre de confianza: Félix Arribas, el que fuera batería de Los Pekenikes.
Teresa mostró las canciones a la discográfica de Cecilia, ahora Sony Music, que mostró ciertas discrepancias con el proyecto, especialmente con las canciones en inglés. 35 años después, la historia se repetía, pero la hermana de la cantante decidió seguir adelante por su cuenta: "Yo entiendo que ellos tienen que hacer su trabajo y que necesitan vender muchos discos, pero a mí me interesaba que estas canciones salieran por muchas razones. Necesitaba un sello que lo hiciera con cariño, no quería que lo dejaran en un cajón". Y así encontró a José Ramón Pardo, el locutor radiofónico que se ofreció a editar el disco en el sello independiente, Ramalama, dedicado a rescatar grabaciones antiguas.
El álbum abarca toda la carrera de la cantante, desde su primera composición hasta las canciones de Un ramito de violetas, su tercer y último disco antes de fallecer en un accidente de tráfico el 2 de agosto de 1976. Daddy, Don't Close the Light ("Papá, no apagues la luz") la escribió en Jordania, país en el que vivió durante su adolescencia debido a la profesión de su padre, diplomático.
Su infancia la pasó entre Portugal, Inglaterra y EEUU, donde Cecilia, nombre artístico que tomó de la canción de Simon & Garfunkel, se empapó de la música de la canción protesta de Pete Seeger, Joan Baez y Bob Dylan. Sin embargo, sentía un apego especial por España: cuando la familia se mudó a Costa Rica, ella se quedó en Madrid y se matriculó en Derecho. "Quería estudiar en el conservatorio, pero a mi padre le pareció que no era una carrera seria. Finalmente la convenció, pero terminó haciendo lo que le daba la gana", recuerda Teresa. Contra la burguesía Cecilia se encontraba entre dos mundos: el artístico, liberado de convenciones sociales y próximo al pueblo llano, y el burgués, que había conocido en su entorno familiar.
Sus canciones, depuradas del envoltorio almidonado en el que fueron encerradas (la discográfica le imponía las producciones de sus discos), son una rebelión personal contra las desigualdades y las injusticias de las que ella había sido testigo. "Todas las canciones traían mucha crítica, siempre de forma muy sutil, y especialmente enfocada a la burguesía. Detestaba la actitud burguesa. Ella era una hippie con ropa del rastro", explica su hermana. Su camino no era el que le indicaba su padre, sino el contrario. "Ella sufrió el tipo de educación represiva de la época y reaccionó contra eso", recuerda José Ramón Pardo. Cecilia buscaba el realismo y lo hallaba no en un mundo de leyes y despachos, sino de canciones y verdades. La música era el espacio de libertad que la liberaba de los protocolos. Hasta podía criticarlos, como hizo en Dama, dama. "Esta canción se le ocurrió en un té de caridad en el que participó nuestra madre en Costa Rica. Si viviera hoy, encontraría cosas criticables por todas partes", explica su hermana.
Su revolución no destruyó el vínculo familiar. Como dice Teresa, "se doblegaba y luego se salía por la tangente". Nunca desentonaba en una recepción con colegas de su padre, pero luego componía una mordaz canción sobre lo que había visto. Puede que con cierta inocencia, hasta le consultaba a su padre los contenidos de las canciones para ver si pasarían la censura. Como ocurrió con Soldadito de plomo: le envió una carta para saber si debía cambiar algo y su padre le contestó que con esa canción no había nada que hacer. Hablaba de un "soldadito" que tenía que morir para dar gusto a su general. Evidentemente, Cecilia se la guardó y el tema no se publicó hasta muchos años después de su muerte.
La recopilación de Ramalama resalta la carga irónica, la sutileza crítica y la fluidez narrativa del repertorio de Cecilia, así como su facilidad para componer melodías contagiosas y no por ello obvias. Poco queda aquí de la cantautora de tonadas amables con la que la identificaron los que sólo la escucharon de lejos. De alguna forma, sus canciones son la mirada ácida y algo puñetera a un mundo falso y enconado del que Cecilia había sido prisionera y del que nunca escapó totalmente.Referente para la mujer. Se atrevió mucho, sobre todo en su segundo disco, que ella quería titular Me quedaré soltera, pero que finalmente se llamó Cecilia 2 por orden de su sello. En esa canción, la artista rompía con las ideas preconcebidas sobre el rol de la mujer en la sociedad del momento. "Fue un referente para las mujeres, se adelantó a su época y se negó a ser ese modelo de mujer objeto, de tener que encantar al hombre", sostiene su hermana. Por eso se negó a cantar una canción de Juan Carlos Calderón en el festival de la OTI a menos que le dejaran cambiar la letra. "Calderón hacía canciones como aquella de La secretaria, sobre la mujer sumisa, la mujer resignada... Amor de medianoche debía ser de ese estilo y ella dijo que ni hablar, que no podía cantar eso", recuerda José Ramón Pardo. Finalmente, Cecilia compuso la letra y quedó segunda en un concurso celebrado, curiosamente, en Costa Rica.
En ese segundo álbum también destaca Si no fuera porque..., un tema que hace referencia al suicidio, y Un millón de sueños, una canción antibélica que se iba a llamar Un millón de muertos y que fácilmente se identificaba con la Guerra Civil.
Cecilia cantaba para los de abajo, pero no se fiaba de las ideologías. Nunca se vinculó a un partido político, ni siquiera a los movimientos sociales. "Tenía sus propias ideas y amigos en los dos lados. Y eso a la gente no le gustó", piensa su hermana Teresa. Era creyente y rezaba a menudo, pero hasta en eso se apartaba de lo establecido. Luego iba a misa y componía Fauna, donde el cura es un cuervo, las mujeres, cotorras y los maridos, gallos.
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