luns, 31 de outubro de 2011

Diferencias irreconciliables


Por: Yolanda Monge | 28 de octubre de 2011

Desde que esta foto fue tomada por la revista Time han pasado 54 años, las leyes de segregación en Estados Unidos son cosa del pasado -no muy lejano- y en la actualidad un presidente negro reside en la Casa Blanca. En esos 54 años, dos mujeres vivieron en distintos mundos -uno para blancos; otro para negros-; una insultó a otra y le recomendó que volviera a África; la otra aguantó estoica los insultos; en el correr de ese más de medio siglo, ambas se reunieron -y se hicieron amigas- durante el 40 aniversario de uno de los episodios más importantes del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos. La amistad duró poco. No sobrepasó los dos años. ¿Por qué? 
La foto, a primera vista, tiene una única protagonista: Elizabeth Eckford, 15 años, joven de raza negra que el 4 de septiembre de 1954 desafió un status quo que legalmente ya se resquebrajaba -pero que tardaría muchos años todavía en cuajar en las actitudes-  al intentar acceder a las clases del instituto -sólo para blancos- Little Rock de Arkansas. El Tribunal Supremo había puesto fin a la segregación en las aulas pero el Gobernador de Arkansas, Orval Faubus, tenía otras arcaicas ideas y envió a la Guardia Nacional para que impidieran el acceso el primer día de clase a cualquier afroamericano que osara romper el poder establecido.
Eckford formó parte de Los Nueve de Little Rock, nueve jóvenes negros que se ofrecieron voluntarios -practicamente fueron conejillos de indias- para asistir a ese primer día de clase histórico entre una multitud de blancos. Los nueve debían llegar juntos, aquel acto de desafío -por mucho que tuviera el respaldo de la justicia de Washington, pero Washington estaba tan lejos- podría resultar muy peligroso, sobre todo cuando el Gobernador lo estaba boicoteando. Pero un problema de comunicación hizo que Eckford no recibiera el mensaje y se aventuró sola hacia las aulas del Instituto avanzando entre una turba con deseos de linchamiento.
Eckford solicitó a los soldados de la Guardia Nacional que la dejaran acceder a las aulas. Lo hizo hasta dos veces. Ante la negativa de los uniformados, la joven se dio la vuelta, libros apretados sobre su pecho, gesto impasible, mirada firme protegida tras unas gafas de sol y se dispuso a abandonar el recinto del centro. A su espalda, una multitud blanca cargada de prejuicios y racismo le lanzaba todo tipo de insultos. Las cámaras de la televisión filmaban lo que sucedía. Los periodistas tomaban notas. Eckford avanzaba. Una joven de la misma edad que ella tomó la iniciativa en la propuesta común de que los negros debían de volver a las selvas de África. Se trataba de Hazel Bryan, quien histérica y llena de ira amenazaba a Eckford. Bryan es la otra protagonista de la instantánea.
Hasta aquí la historia que se escribió aquel día. En los años siguientes, Eckford completaría sus estudios en Little Rock -aunque no sin pagar un precio, sufrió problemas de ansiedad y depresión- al igual que lo hizo Bryan -que se casaría a los 18 años y formaría una familia feliz con tres hijos-. Pero a comienzos de la década de los sesenta, Bryan -ajena ya al racismo en el que creció- necesitó hacer una llamada. Telefoneó a Eckford y le pidió perdón por lo sucedido aquel 4 de septiembre. No hubo más contacto entre ellas. Hasta 1997, cuando el diario local quiso fotografiarlas juntas con ocasión del 40 aniversario de aquel histórico día. Allí estaban las dos, había pasado un mundo desde entonces, ambas sonreían a la cámara frente al instituto. Bill Clinton ejerció de maestro de ceremonias tres días después y otorgó a las mujeres la medalla de "amigas reconciliadas".
Tal título lo llevaron con orgullo cerca de dos años. Se hicieron amigas. Comían juntas, iban de compras juntas, dieron charlas en universidades e institutos sobre su experiencia pasada y se convirtieron en el ejemplo de la reconciliación. Oprah Winfrey las sentó en el sofá de su programa para que contaran su historia y conmovieran a la nación como solo Oprah sabe hacer. Pero no bastó. Eckford no podía encajar que Bryan siguiera creyendo que lo que hizo respondía a una chiquillada de juventud en lugar de a un sentimiento racista. Bryan entendió que Eckford jamás la había perdonado aunque dijera que sí. Cuando se inició el siglo XXI ya no hablaban más. Hoy siguen sin hacerlo. ¿Por qué?...

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