Neus Català, superviviente de Ravensbrück, y Raphael Esraïl, de Auschwitz, abren el coloquio 'Del exilio a la deportación'
JACINTO ANTÓN - Barcelona - 04/10/2011
Dos viajes al infierno seguidos. En la misma sesión. Raphael Esraïl, que pasó 11 meses en Auschwitz, y Neus Català, internada en Ravensbrück otros 15, protagonizaron ayer con sus valientes testimonios la apertura del congreso internacional Del exilio a la deportación, que organiza el Memorial Democrático en el Museo de Historia de Cataluña.
Esraïl, un hombre discreto, que podría pasar desapercibido hasta que lo oyes hablar (y entonces ya nunca), nació en 1925 en Turquía, en el seno de una familia judía que se trasladó al poco de nacer él a Lyon. Ayer, casi oculto por el micrófono tras la mesa y en un tono plano, sin enfatizar, explicó cómo fue detenido a los 18 años por la milicia colaboracionista y la Gestapo cuando formaba parte de de una célula de la Resistencia salida del movimiento scout. Lo torturaron, incluido el suplicio de la baignoire, y lo enviaron a Auschwitz. Antes, en el campo de paso de Drancy, conoció a la que sería su mujer, que le encargó que velara por sus hermanos. Después de tres días de transporte "en condiciones de promiscuidad e higiene espantosas", el convoy 67 llegó a su pavoroso destino. De las 1.214 personas que lo componían, 985 pasaron directamente a las cámaras de gas. "Entre ellos los que habrían sido mis cuñados, Henri y René".
El testimonio de Esraïl iba produciendo un silencio espeso y conmocionado en el auditorio. Y las penalidades de aquel joven judío que había regresado por la fuerza de la memoria al infierno continuaban. "Aquello era verdaderamente un matadero humano", recordó el deportado. Esraïl sobrevivió a la gran selección del 30 de septiembre de 1944, a las marchas de la muerte a 30 grados bajo cero... Pero el viejo deportado no vino ayer solo para resucitar el horror. Rindió homenaje a Semprún, advirtió de que la era del testigo se extingue, recalcó la dimensión exterminadora de Auschwitz-Birkenau y denunció que la Bayer compraba en el campo lotes de cobayas humanos, y distinguió que si entre los deportados el porcentaje de mortalidad en los campos era del 50% o 60%, el de los judíos ascendía al 97%.
Esraïl, que es secretario general de Amicale de Auschwitz y, lo que son las cosas, trabajó tras la guerra en Gas de Francia (!), dijo que una asociación trata de que las víctimas judeo-españolas tengan una losa en el monumento de Birkenau. Reivindicó que esa gigantesca parte del campo, olvidada en beneficio de Auschwitz, sea convertida también en un lugar de memoria digno. Combativo, como se ve, pese a su aspecto a lo contable de Schindler, ironizó sobre su sorpresa al descubrir la cantidad de franceses que afirmaban haber sido de la Resistencia. Dar testimonio del Holocausto, dijo, "es un acto político y cívico para hacer cobrar conciencia de aquel drama y para combatir la intolerancia". A título individual, "es un duelo y una manera de exorcizar el dolor".
Un larguísimo aplauso, que Esraïl recibió con cara de sorpresa, cerró su intervención, seguida en primera fila por Neus Catalá (1915), en silla de ruedas. Se proyectó a continuación un documental de la activa Amicale de Ravensbrück sobre la vida de la deportada que incluye una entrevista y da fe de su inmenso coraje, su entrañable generosidad y ese envidiable sentido del humor, capaz de hacer que esboces una sonrisa en medio del espanto. En unas breves palabras, la brava Neus recordó a todas las compañeras de lucha (y también a ellos, los compañeros: "la lucha no la hicimos sin ellos") y llamó a continuar la memoria, "que es el deber al que nos comprometimos".
Para ella, aplausos y flores.
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