De Polanski a Craven, un libro narra la revolución del 'Nuevo Terror' en los años setenta
GREGORIO BELINCHÓN - Sitges - 14/10/2011
¿Qué pasó para que en poco más de una década el terror saltara de películas de segunda categoría con actores como los decadentes Vincent Price o Boris Karloff a que los grandes estudios estuvieran produciendo filmes con casquería varia y asesinos en serie como protagonistas? Pues que eclosionó el Nuevo Terror, con cabezas visibles como John Carpenter, Wes Craven, Tobe Hooper o un infravalorado Dan O'Bannon. Que gente como George Romero o Dario Argento coincidieran en sus películas de bajo presupuesto y que artistas como Roman Polanski o William Friedkin llegaran a Hollywood. Que se relajaran las calificaciones otorgadas a las películas. Y que Estados Unidos viviera diversos y brutales hechos políticos (muerte de Luther King, guerra de Vietnam, el Watergate) y confusos tiempos sociales. A ese Nuevo Terror, que acabó devorado por su éxito a inicios de los ochenta, Jason Zinoman, crítico teatral en The New York Times y amante de pasar miedo en el cine, le ha dedicado un libro, Sesión sangrienta, que fue un fenómeno en EE UU y que a finales de este mes T&B publica en España.
Zinoman usa el esquema que tan hábilmente manejó Peter Biskind en Moteros tranquilos, toros salvajes. Ha hablado con los protagonistas, recreado sus charlas, encuentros y rupturas (aunque no sea tan cotilla como Biskind), ha buceado en las hemerotecas y ha logrado un libro muy ameno.
Ese Nuevo Terror, a pesar de nombres ilustres como los ya mencionados Craven, Hooper, Romero o Carpenter, no nace de esfuerzos artísticos de individuos aislados, sino de la colaboración de innumerables técnicos y actores, que en muchos casos intercambiaban sus roles. Con el tiempo, los más listos se agarraron a la noción europea de auteur para prosperar en la industria cinematográfica, pero, por ejemplo La noche de los muertos vivientes es un rodaje en comuna en el que acaba poniéndose detrás de la cámara Romero, aunque tengan igual importancia los actores, técnicos y guionistas, todos amigos con ganas de hacer una película.
Más aún, casi ninguno volverá a tener la misma repercusión en las siguientes décadas, excepto Craven, adelantado a su tiempo. Muchos de ellos tampoco son grandes amantes de la casquería, y menos aún del torture porn, imperante en la actualidad con sagas como Saw: al final del libro Craven cuenta cómo en un pase en un festival en España se sale en la secuencia del rebanamiento de oreja de Reservoir Dogs, asqueado porque ese acto se realice con esa música, y a su lado un tipo exclama en alto: "No me lo puedo creer, he asustado a Wes Craven". Era Quentin Tarantino. Y el libro no lo dice, pero ese certamen fue el de Sitges, donde esta semana se reúnen los nietos de aquellos pioneros del Nuevo Terror para disfrutar del género.
"El mal existe y no podemos hacer nada. Cultiva el terror al propio terror, el terror a que el terror te conduzca a la locura", defiende Zinoman. Asustarse tiene algo de irresistible, ese placer que tienen los niños de regocijarse en sus pesadillas, y que quieren volver a experimentar los espectadores en las salas.
A lo largo de Sesión sangrienta vemos cómo Polanski deja a esa generación con la boca abierta con La semilla del diablo en 1968. O cómo el rodaje de La matanza de Texas, de Tobe Hooper, en pleno y tórrido agosto, tuvo mucho que ver con la atmósfera pestilente de la película; cómo los italianos Mario Bava y Dario Argento eran primos hermanos de ese Nuevo Terror; cómo sin querer La noche de los muertos vivientes esparce un mensaje social al tener un protagonista negro. Y finalmente, cómo toda esa espontaneidad nacida de la inocencia y esa libertad son deglutidas con su triunfo en taquilla y Hollywood exprime el género. Se habla de El exorcista, de Kubrick, de Tiburón, de las influencias de dramaturgos como Albee y Pinter o de H. P. Lovecraft, de cómo el FBI se apoyó en ellos para expandir el concepto del asesino en serie...
Hoy, como dice el autor, "al público no le importan las víctimas y por ello al director le resulta más difícil manipular las reacciones de los espectadores". De ahí los caminos nuevos del miedo basados en películas encontradas (El proyecto de la bruja de Blair) o el tirón del cine asiático. "El gran reto del terror es: ¿cómo asustar a los adultos para que vuelvan a sentirse niños?".
Patinazo y 3-D de Coppola en Sitges
El Festival de Sitges es un certamen abierto de miras. Pero no tanto para que en cada película haya algún momento que justifique su presencia. Por ejemplo, Red state, de Kevin Smith, o Twixt, de Francis Ford Coppola. Dos cineastas más que conocidos que ayer participaron en el certamen. El primero a concurso, con una película cuyos derechos para ser distribuida en EE UU Smith puso a subasta en Internet... antes de autoadjudicárselos. Y lo que tenía pinta de thriller ramplón deviene en un filme interesante. Grupos ultrarreligiosos, agentes de la ley con remilgos, chavales que solo quieren tener su primera experiencia sexual y típicos golpes de humor marca Smith, que sigue siendo un gran dialoguista.
Fuera de concurso, en Panorama, Twixt, de Francis Ford Coppola y en 3-D. Contada, puede tener gracia. Un escritor de segunda, un Stephen King de saldo, llega a un pueblo donde una noche pernoctó Edgar Allan Poe. El sheriff quiere que colabore en encontrar a un asesino en serie, y por las noches el escritor y Poe resuelven otro crimen del pasado. Coppola ha rodado en digital, con un par de secuencias en 3D, un juego de luces y contrastes, y actores en horas bajas: Val Kilmer con 40 kilos de más, Bruce Dern demasiado viejo... Solo Ellen Fanning salva algo el mejunje de referencias y tonterías que maneja Coppola, cuya última con cierto interés fue Juventud sin juventud.
Ajeno a todas estas competiciones, a última hora de la noche Alex de la Iglesia recibió el Méliès d'Or a la mejor película europea de terror de este año por Balada triste de trompeta.
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