sábado, 10 de outubro de 2009

La historia rescata la memoria de las víctimas de la batalla de Normandía


Los 'daños colaterales' del día D afloran en toda su crudeza 65 años después | 35.000 normandos murieron durante los preparativos y el desarrollo de la batalla | "Normandía ha sido una batalla borrada", opina el director del Memorial de Caen


LLUÍS URÍA | La Vanguardia 10/10/2009

Han tenido que pasar 65 años para que la batalla de Normandía, y el infierno sufrido por la población civil francesa en el verano de 1944, empiece a salir del pozo de desmemoria en que la había dejado la narración oficial. Todo el mundo conoce la formidable operación militar del 6 de junio de 1944, el día D, el desembarco e invasión por los ejércitos aliados de la Francia ocupada por la Alemania nazi. Todo el mundo tiene presente, con idéntica viveza, la casi festiva liberación de París el 25 de agosto. Pero todo el horror que se vivió en Normandía durante casi tres meses ha quedado prácticamente sepultado en el olvido. También en Francia. Los últimos trabajos de historiadores como el británico Antony Beevor o el francés Olivier Wieviorka han contribuido a levantar el velo que cubría la batalla y el dolor de los liberados.

"La de Normandía ha sido una batalla olvidada, borrada. Hasta hace muy poco, ha sido en Francia casi un tema tabú", constata Stéphane Grimaldi, director del Memorial de Caen. Principal museo de Francia dedicado a la Segunda Guerra Mundial, el Memorial es la perfecta muestra de ello. Apenas hay en él una referencia a las víctimas civiles. Y eso que Caen fue destruida casi en un 80% por los bombardeos aliados, causando entre 2.000 y 3.000 muertos. Y que el fundador del centro, el ex alcalde Jean- Marie Girault, socorrista de la Cruz Roja en la época, fue testigo de primera mano de la tragedia.
"Es muy difícil asumir ser bombardeado por tus liberadores, es de una ambigüedad terrible", propone Grimaldi a modo de primera explicación, antes de añadir otra consideración política: a su juicio, uno de los requisitos imprescindibles para conseguir que Francia se colara entre las potencias vencedoras, pese a la colaboración del régimen de Vichy con Hitler –el gran logro de De Gaulle–, era "borrar que los aliados habían destruido Normandía".
En su obra El día D y la batalla de Normandía, Antony Beevor relata, con escalofriante detalle, la ferocidad y la violencia de los combates que siguieron al desembarco, que compara con los del frente del Este. En apenas tres meses, entre
heridos y muertos, norteamericanos, británicos y canadienses perdieron 220.000 soldados y los alemanes, 240.000; la victoria aliada costó unos 100.000 muertos por ambos bandos, sin contar los heridos y mutilados y los enormes traumas psicológicos que la batalla causó entre las tropas. Los franceses no sufrieron menos castigo. Durante la batalla de Normandía hubo 20.000 muertos entre la población civil –sólo en el día perecieron 3.000–, a los que cabe añadir los 15.000 que murieron en los bombardeos preparatorios durante los cinco meses previos al desembarco. A juicio de Beevor, que no duda en calificar lo sufrido por los normandos de "terrible martirio", la fría –aunque correcta– reacción de la población al recibir a los liberadores puede considerarse de una "indulgencia extrema". (...)


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Jean-Marie Girault: "A los 18 años, saber que uno va a ser libre hace que se perdone todo"

"¡Si esto es su Liberación, pueden volver a su casa y dejarnos en paz!". Irritado, embargado por la amargura, un obrero de Caen lanzó esta interjección a Jean-Marie Girault instantes después del primer gran bombardeo de la ciudad, el 6 de junio de 1944. Luego vendrían otros, tanto o más terribles que el primero –el 7 y 8 de julio, particularmente–, que arrasarían prácticamente toda la ciudad. Girault, que contaba entonces 18 años, formaba parte de los equipos de socorro de la Cruz Roja. La anécdota la relata en su libro "Mi verano del 44. Las ruinas de la adolescencia", transcripción de las notas que el joven que fue escribió concienzudamente en un cuaderno poco después de los hechos y que guardó encerrado en un cajón hasta el año 2005. Alcalde de Caen durante más de treinta años, y senador, Girault promovió la fundación del Memorial de Caen, pero guardó celosamente sus propias memorias hasta abandonar sus cargos.

La ira del obrero de Caen no es compartida, sin embargo, por Girault. Y ello pese a que, en su calidad de socorrista, vio el horror más cerca que nadie. "A los 18 años, saber que uno va a ser libre hace que se perdone todo, hasta la destrucción de la ciudad por los aliados", asegura hoy. No es una visión que se sustente en el paso de los años: no hay más que leer su relato para comprobar que aquel joven entusiasta y vital pensaba lo mismo.

Jean-Marie Girault tuvo que coincidir necesariamente con su coetánea Janine Hardy en el liceo Malherbe, adonde se trasladaba a los heridos. El inmenso edificio, antiguo convento benedictino adosado a la magnífica Abbaye-aux-Hommes, se salvó milagrosamente de las bombas. Girault lo atribuye a dos cosas: a la gran cruz roja pintada en la cubierta del edificio y al cuidado de los británicos en no destruir la iglesia donde reposan los restos de Guillermo El Conquistador, duque de Normandía, que en 1066 fue coronado rey de Inglaterra.

Jean-Marie Girault conoció la verdadera naturaleza humana en el verano del 44: "Vi la cobardía, el miedo, pero también la valentía y el heroísmo", explica. También vio de cerca la muerte, perdió a amigos y vecinos. Pero lo asume como un peaje necesario. "La batalla de Normandía fue muy costosa en vidas humanas, pero permitió la liberación de París y del resto de Francia", argumenta sesenta y cinco años después sin ningún rastro de rencor. Y concluye: "Es muy fácil hoy decir que no hacía falta destruir la ciudad..."

A diferencia de Janine Hardy, Jean-Marie retomó su vida acabada la guerra. Estudió Derecho, se hizo abogado e inició una fecunda carrera política. Casado en 1950, tiene cinco hijos, 12 nietos y 6 bisnietos. Nadie diría que sobre ambos cayeron las mismas bombas. "A los 18 años, saber que uno va a ser libre hace que se perdone todo".


Janine Hardy: "Cuando acabó la guerra, el resto de los franceses se olvidó de nosotros"

A Janine Hardy (Caen, 1 de septiembre de 1920) la sorprendió el primer gran bombardeo aliado, a las 13.30 h del 6 de junio de 1944, cuando se disponía a comerse un bistec. Tenía 23 años y trabajaba como dependienta en un comercio. Los habitantes de Caen, donde quedaban 15.000 personas, estaban en estado de efervescencia tras haber escuchado toda la noche el bombardeo de la costa por la flota y la aviación aliadas. Apenas quedaban soldados alemanes en la ciudad –estaban en las afueras–, así que nadie imaginó lo que les iba a caer encima.

"Estábamos felices, al fin íbamos a ser liberados –relata–. Nadie esperaba esa masacre. Fue enorme, atroz. No había nada previsto, no había refugios, la gente tuvo que esconderse en los sótanos y muchos de ellos murieron sepultados". Fue sólo el comienzo de un mes y medio de martirio: Caen tenía que haber caído el mismo día 6, pero no lo hizo hasta el 18 de julio.
A Janine le habían impresionado, de adolescente, las imágenes de los bombardeos de las ciudades españolas en la
Guerra Civil. "Luego comprendí lo que sufrieron porque lo sufrí yo también", explica. Reacia a relatar su experiencia y a dejarse fotografiar, aceptó hacerlo para La Vanguardia en recuerdo de la víctimas españolas.
Janine no abandonó Caen pese a las bombas. Mientras su hermano Pierre, militante de la
Resistencia, se unía a la II División Blindada del general Leclerc, ella se dedicó a asistir a los heridos. Las imágenes del horror la persiguen desde entonces: los cadáveres colgando de los árboles de la plaza de la República, una monja con un niño en los brazos abrasados por el fósforo... "Durante muchos años no pude hablar de ello", confiesa. Sumida en la depresión, al borde del suicidio, estuvo largo tiempo en tratamiento psicológico. Sólo 15 años después de la guerra logró una pensión de invalidez.

"Los aliados lo arrasaron todo y luego entraron", relata con amargura Janine, que se negó a estrechar la mano de un oficial norteamericano el día que llegaron a la ciudad. Mostrándole un montón de cadáveres, le espetó: "Esas son las mujeres y los niños que tenían ustedes que liberar". Janine recuerda, en cambio, con cariño las palabras compasivas de un coronel canadiense: "Ustedes han sufrido mucho", le dijo.
Lo peor, sin embargo, vino después. "No teníamos nada, sólo ruinas. Vivía en una habitación entre los escombros, sin ventanas, ni nada con que calentarme. Aquel invierno la temperatura bajó a -17º. Muchas noches tenía que llenarme el estómago con un gran vaso de agua".

Un día, en una visita a París, descubrió con sorpresa una ciudad feliz, con las terrazas de los cafés llenas de gente. Como si nada. "Fue un shock, regresé encolerizada", explica: "Cuando acabó la guerra nos abandonaron, el resto de los franceses se olvidó de nosotros".

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