Al afirmar en El Cairo que era inaceptable dudar de la realidad de la Shoah, el presidente estadounidense ofreció una oportunidad inestimable a la reconciliación entre judíos y musulmanes. Un análisis de Jean Daniel, fundador de "Le Nouvel Observateur"
JEAN DANIEL , El Páis- 11/10/2009
1 El escritor norteamericano de origen palestino Edward W. Said dijo en una ocasión a sus compatriotas árabes que era imposible comprender a los israelíes, los judíos americanos y toda la mentalidad judeocristiana occidental sin saber lo que había representado el proyecto nazi de exterminio de los judíos y lo que su recuerdo constituye todavía. Esta iniciativa tuvo mérito en su momento, porque los árabes, en general, tenían la impresión de sufrir una injusticia profunda cuando Occidente les exigía que "pagasen" por un crimen en el que no habían participado. Sin duda ha existido un antisemitismo árabe en algunas sociedades musulmanas (no en todas; también han sido muy hospitalarias en determinadas épocas), pero nunca han asumido, ni mucho menos, la forma ni la intención del exterminio. Pero Edward Said decía que, incluso para luchar contra un enemigo, era preferible conocerlo bien. En realidad, pensaba que eso permitiría transformar al enemigo en adversario y después, quizá, en interlocutor. Hacía, pues, el esfuerzo de comprensión que debería haber hecho Occidente. Pero veía que, a su alrededor, en Estados Unidos, se pensaba que la Shoah, el Holocausto, era un asunto exclusivamente judeocristiano y se consideraba natural que un Estado -y más un Estado judío como Israel- pudiera confiscar su memoria, que debería afectar a toda la humanidad. Por consiguiente, toda crítica contra el Estado de Israel podía ser sospechosa de antisemitismo y de hostilidad contra el país justiciero que se atribuía a sí mismo la misión de oponerse a los genocidas. No se puede estatalizar una memoria.
Ahora bien, hoy contamos con dos hechos esencialmente nuevos en la larga historia del conflicto palestino-israelí desde el rechazo árabe a la decisión de la ONU de reconocer Israel en 1948. Por una parte, la islamización de la resistencia palestina con la aparición de la revolución jomeinista en Irán, y por otra, la total "likudización" de la política estadounidense con George Bush. Esta convergencia explosiva ha llevado a la expansión del antisionismo, que, después de convertirse en antisemitismo, se ha vuelto cada vez más negacionista, tanto en las regiones próximas y lejanas del mundo árabe y el mundo musulmán como en las comunidades árabes y musulmanas arraigadas en los países occidentales.
2 El conflicto de Oriente Próximo ha terminado por consolidar una comunión de resentimientos entre las poblaciones árabes y musulmanas, divididas desde hace siglos por todo lo demás. No cabe duda de que ha habido muchas más desgracias y víctimas por las guerras entre árabes y entre musulmanes que -al menos, desde la batalla de Lepanto en 1571- entre musulmanes y cristianos o entre árabes y judíos. Ninguna guerra ha sido tan atroz como la que enfrentó a iraquíes e iraníes durante ocho años interminables (1980-1988) y cuyo balance fue un millón de muertos y al menos otros tantos heridos. Pero fue como si esa guerra formara parte de la normalidad histórica. No sorprendió a muchos arabistas, que observan que los musulmanes se sienten menos humillados por las heridas que se infligen entre sí que por las que sufren a manos de los infieles. Por consiguiente, no sirve de nada decir hoy que los árabes utilizan la realidad del conflicto palestino-israelí como coartada de sus impotencias. Cosa que es cierta. Pero una realidad no deja de existir porque sirva de coartada. En cualquier caso, la expansión del antisionismo, racista o no, ha ido rápidamente acompañada de la del islamismo radical o simplemente fundamentalista. Y ese islamismo alimenta, aviva y mantiene un antioccidentalismo exacerbado. El presidente iraní Ahmadineyad es quien mejor ha convertido ese comportamiento en estrategia. Según él, el Estado judío, que se beneficia de la solidaridad poderosa e incondicional de Estados Unidos, sólo alcanzó su existencia gracias a la explotación de un "supuesto" genocidio. Todo lo cual quiere decir que mediante la enseñanza del negacionismo y el antiamericanismo se logrará borrar a Israel del mapa del mundo.
3 Ante estos hechos, algunos políticos estadounidenses han llegado a la firme conclusión de que hay que empezar por hacer todo lo posible para acabar con el conflicto palestino-israelí. Su comportamiento ni es pasional ni está lleno de buenismo político. No van a acabar, ni lo pretenden, con un antisemitismo secular. Pero, por lo menos, se eliminaría una coartada del proselitismo islámico que poco a poco se ha convertido en máquina de guerra contra Estados Unidos. A un miembro del Estado Mayor del Ejército estadounidense que decía recientemente: "A pesar de todo, hay que ser conscientes de que Israel es nuestro mejor aliado estratégico en Oriente Próximo", un diplomático también estadounidense acaba de responderle: "Quizá, pero no recuerdo que tuviéramos enemigos en Oriente Próximo antes del nacimiento de Israel". Es verdad que se podría replicar que, al heredar el papel de Gran Bretaña, Estados Unidos heredó también sus enemigos. (...)
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