LUISCONDE-SALAZAR, ABC, 10-10-09
En 1990 Mijail Gorbachov admitía públicamente algo que ya pocos dudaban: en marzo de 1940 la temible NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos del Interior), el servicio secreto de la URSS y germen del KGB, había dado muerte a 25.000 polacos transportados desde diferentes campos de concentración, entre ellos los 4.143 oficiales asesinados en el bosque de Katyn, cerca de Smolensko.
Los mandos habían sido capturados por el Ejército de la URSS tras la invasión soviética de la parte oriental de Polonia en septiembre de 1939, una consecuencia del diabólico pacto firmado por Hitler y Stalin para repartirse los países de su entorno. Las fosas a las que fueron arrojados los cuerpos de los militares, despojados de dinero, joyas y enseres pero no de uniformes, condecoraciones y documentaciones, fueron cuidadosamente selladas.
Tras la Operación Barbaroja de 1941, que significó el comienzo de la invasión alemana de Rusia, un campesino local descubrió el macabro escenario. Pero las tropas nazis, en un principio, taparon los enterramientos. En 1942 un oficial alemán que rastreaba una manada de lobos encontró huesos dispersos por el suelo. Era sólo la cima de la pirámide: debajo, enormes fosas contenían los cuerpos de miles de oficiales, casi todos con un tiro en la nuca. Otros, con dos o tres.
Los alemanes airearon rápido el asunto como propaganda contra sus enemigos soviéticos, que negaron las acusaciones y apuntaron a la Wehrmacht como autora de los asesinatos. Los británicos, por su parte, guardaron cautela temerosos de que aquel horrendo crimen de guerra pusiera en la picota el acuerdo con sus nuevos amigos. Muchas de las esperanzas de ganar la guerra pasaban por que no hubiera fisuras en la unidad contra el III Reich.
El escritor, preboste y diplomático español Ernesto Giménez Caballero fue enviado como representante del Gobierno de Franco al lugar de los hechos para atestiguar sobre lo ocurrido. Aprovechó su estancia tanto en Polonia como en Rusia para escribir el folleto «La matanza de Katyn (Visión sobre Rusia)», en el que califica el escenario como «fosa atroz, inmensa, nauseabunda, horrible, donde en estratos superpuestos se alinea -destrozada- la falange y la Flor del Ejército polaco». El informe de la Comisión Internacional no fue concluyente. Tuvo que pasar casi medio siglo para que un misterio que no lo era, fuera definitivamente desvelado.
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