JUAN MIGUEL MUÑOZ - Jerusalén
El muro de hormigón; las alambradas; las torretas de cemento gris; las carreteras segregadas; los controles militares y los caminos cortados por bloques de granito, barreras metálicas o montículos de arena dibujan el paisaje ondulado de la Cisjordania ocupada, coronado todo ello por las coquetas colonias judías y sus casas de tejado de ladrillo rojo. Casi 43 años después de la conquista del territorio, más de medio millón de colonos lo habitan -unos 200.000 en Jerusalén Oriental- insertados entre 2,5 millones de palestinos.
Pueblan 120 asentamientos, muchos dispersos, otros agrupados en tres grandes bloques: Ariel, Maale Adumín y Gush Etzion. En este último, bastión del sionismo religioso, nació la aventura de una colonización que dispone de una maquinaria espléndidamente engrasada por el fanatismo mesiánico y el apoyo de unos gobiernos que nunca se han enfrentado, o no han querido, a los más extremistas. El primer ministro, Benjamín Netanyahu, los considera sus "hermanos".
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