ÁLVARO CORCUERA
La pena de muerte está en retroceso y no sólo por los argumentos clásicos que han cimentado la causa abolicionista en todo el mundo. Su elevado coste económico, su ineficacia para prevenir el delito y los errores judiciales -algunos demostrados con pruebas de ADN y otros por puro azar- están acompañando una tendencia que ha llevado a eliminar la pena capital en tres estados de Estados Unidos, a debatirla en otros diez, y a abolirla en más de 20 países en la última década.
Matar sale caro. Una condena perpetua o de cualquier otro tipo es más barata y, según los expertos, aplicarlas, en lugar de enviar a los presos al corredor de la muerte, no provocaría un aumento del crimen. "En mi última apelación, mis abogados cobraron 500.000 dólares [370.000 euros]. El coste de mantener a un preso en Oklahoma es de 25.000 al año [18.500 euros]. Así que con 500.000 se podrían pagar 20 años de cárcel a un reo y no matarlo", señala Curtis McCarty, un hombre que pasó 22 años encarcelado, 16 en el corredor, por un crimen que no había cometido. A McCarty, sólo su inocencia -demostrada gracias a unas pruebas de ADN que consiguió gracias a la organización The Innocence Project- ya le parece suficiente para convencer a ese 65% de estadounidenses que todavía están a favor de la pena capital, según Gallup. Sin embargo, su experiencia como activista desde que salió de prisión en 2007 le ha enseñado que, "desafortunadamente", la cartera importa más que los errores que han llevado a morir ejecutados a por lo menos ocho inocentes desde 1973.
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