Perseguido por la mafia rusa y grupos islámicos, Nikolai Lilin relata la sumisión a la violencia en Educación siberiana
Había una vez un pueblo oprimido La primera novela de Nikolai Lilin (Brenden, Transnistria, 1980), podría empezar como un cuento legendario.Educación siberiana (Salamandra/Proa) recupera la memoria de los urcas siberianos, la historia de un pueblo sometido. Stalin redujo la población a una franja de territorio junto al río Dniéster, entre Moldavia y Ucrania.
"Temía que desapareciera la memoria. Los ancianos apenas hablan con alguien y su testimonio se pierde", explica Lilin, que cruzó esas historias con sus recuerdos y logró un libro sobrecogedor, lleno de violencia, de crueldad, de cárcel.
Mi abuelo jamás habría puesto una bomba «que matase a un inocente»
No es un ensayo histórico ("¡No soy un historiador!"), ni un libro de memorias: "En todo caso, no de memorias personales, sino de mucha gente, ancianos, antepasados míos que me han explicado sus vidas, sus creencias, sus tradiciones". Unas costumbres basadas en ideales puros, religiosos primitivos, "antes de que la Iglesia se pusiera en manos de la política". "Nada existe en este mundo que no pueda repartirse de manera que todos quedemos contentos", se lee en un pasaje del libro.
Un pueblo criminal
Lilin recurre a las contradicciones de los suyos, que se declaraban "criminales y honestos". "He querido provocar para atraer la atención y denunciar la problemática de mi pueblo a través de su historia", explica tranquilo. El escritor Roberto Saviano, autor de Gomorra, amigo de Lilin (los dos caminan con escolta por la calle), ha recomendado que para leer este libro se olviden las categorías de bien y de mal.
Amigo de Roberto Saviano, tampoco puede vivir sin su escolta personal
Defiende que a diferencia de tantos otros pueblos criminales de Rusia, los urcas siberianos delinquían por un ideal de libertad. "No cometíamos crímenes que consideramos indignos, como el tráfico de drogas que hacen otras comunidades", explica. "El dinero no nos importa nada, por eso somos honestos". Los idealizados personajes del libro atracan bancos, asaltan trenes...
"En Siberia cuenta uno de los ancianos en la novela ningún criminal apoyó nunca a un partido político, todos vivían con arreglo a sus propias leyes y en lucha contra cualquier poder gubernamental". Para Lilin eran anarquistas: "Pero si se lo llego a decir a mi abuelo, me manda a la mierda, porque no querían tener nada que ver con la política". Y sin violencia, de hecho dice de su abuelo que jamás habría puesto una bomba "que pudiera matar a alguien inocente".
Lilin tiene una segunda novela en la cocina, que aparecerá el próximo 7 de abril en Italia, en la que cuenta su experiencia en Chechenia. "Estaba muy confundido, era un chaval de 18 años y no tenía ninguna convicción política, pero en la mili me tocó combatir en Chechenia". Tampoco este segundo libro pretende ser un ensayo histórico.
"No defendía nada. Ahora tengo mi propia idea sobre lo que hizo Rusia allí, pero respeto a los contrarios. Siempre respeto las opiniones de los demás", asegura. Un respeto que dice heredar de las tradiciones de su pueblo. A pesar de ello, está amenazado por musulmanes y compatriotas suyos.
Tras la guerra, se dedicó a la seguridad. Vagó por varios países de Europa hasta asentarse en Italia, donde vivía su madre. "Conocí al espía envenenado Litvinenko y el mundo de las mafias rusas de cerca", dice, en referencia a las últimas detenciones en España y en otros países de delincuentes procedentes de Rusia. "La UE tiene que entender que la criminalidad de aquí no tiene nada que ver con la de Rusia. Hay que controlar todo ese poder que tienen, controlar el blanqueo de dinero. La Interpol trabaja mucho más para parar los pies a gente peligrosa que procede de la KGB ". Él es uno de los hombres importantes para las organizaciones de seguridad europeas. ¿Te han ofrecido colaborar? "No te lo voy a decir", responde con una sonrisa. "Soy un buen amigo, eso sí".
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