Timothy Ryback analiza en un libro las lecturas que moldearon la vida del Führer, que podía llegar a leer varios libros al día
CARLOS PRIETO - Público - 27/02/2010
Test rápido. Adolf Hitler se alistó voluntario en el ejército tras estallar la Primera Guerra Mundial en 1914. ¿Qué escribió en la casilla relativa a su profesión? a) Militar. b) Político. c) Artista. En efecto, el futuro Führer de Alemania, como Conchita Velasco, quería ser artista. En concreto, pintor. Sí, la Real Academia de las Artes de Viena le había cerrado las puertas por falta de aptitudes, pero nadie iba a impedir al joven Adolf seguir alimentando su espíritu bohemio a base de lecturas. Ni siquiera la guerra.
"Que, en noviembre de 1915, un cabo del frente se gastara cuatro marcos en un libro que trata de los tesoros artísticos de Berlín, postergando los encantos más tangibles e inmediatos que ofrecían los cigarrillos, los licores y las mujeres, puede considerarse un acto de trascendencia estética; o bien, en el caso de Hitler, la mejor prueba de que conservaba sus aspiraciones artísticas", explica Timothy W. Ruback en Los libros del gran dictador (Destino), ensayo sobre las lecturas que moldearon al líder alemán, que llegó a tener16.000 volúmenes.
"Hitler se refirió a su estancia en la prisión de Landsberg como a su educación superior a expensas del Estado y acogió con agrado su encarcelamiento como una oportunidad para ponerse al día con las lecturas atrasadas", cuenta Ruback sobre el encarcelamiento tras el Putsch de Múnich (1923). "Personalmente tengo más tiempo y ocio tras el final del juicio. Por fin puedo volver a leer y estudiar", escribió el célebre preso en una carta a uno de los hijos de Richard Wagner.
El hombre estaba lanzado a la arena intelectual. Tanto que se puso a escribir un ensayo, el Mein Kampf, de "vacuo contenido intelectual" y "deficiente gramática", según Ryback. "El autor de 34 años aparece como un hombre de poca cultura que no ha llegado a dominar siguiera la ortografía básica ni muestra un conocimiento normal de la gramática", concluye.
Graves carencias
Una de las tesis de Rayback es que es que el líder tenía una serie de carencias intelectuales que la lectura compulsiva no pudo tapar. Y eso que engullía textos sin descanso. "Leía con avidez, por lo menos un libro cada noche o, a veces, según su propio testimonio, incluso más. Situaba a Don Quijote entre los grandes libros de la literatura universal, junto a Robinson Crusoe, La cabaña del tío Tom y Los viajes de Gulliver". La antigua secretaria Traudl Junge explicó a Ryback que "muchas veces, durante el desayuno, Hitler contaba sus lecturas de la noche anterior, entrando en extensos y a menudo tediosos pormenores".
Pero peor lo pasaron los militares alemanes durante la guerra. Pese a que Hitler era un estudioso de la historia militar (tenía 7.000 libros de ese género) "para los círculos del Estado Mayor seguía siendo un intruso, un extraño y, lo que era aún peor, un diletante peligroso", cuenta Ryback. Para colmo, era el típico lector resabido. El choque de trenes estaba servido.
Durante la campaña de Rusia, Hitler, que no estaba por la labor de ceder terreno, soltó un día una perorata a sus militares sobre "fanatismo y heroísmo, y citó a Clausewitz y Nietzsche". Se puso tan pesado que Franz Halder, jefe del Estado Mayor del Ejército, contrario a la estrategia bélica en Rusia, perdió la paciencia. "Normalmente Halder soportaba las lecciones culturales que el antiguo cabo vomitaba a sus generales, pero esta vez no se quedó callado". Hitler montó en cólera. La ofensiva sobre Rusia continuó....
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