La penuria acompañó la vida de Alberto Sánchez. El padre, junto a Benjamín Palencia, de la escuela de Vallecas murió en 1962 en Moscú. En un exilio que no sólo le alejó del paisaje castellano sino también de su pulsión creativa, tan enraizada en aquella dura tierra. En una caja, escondido durante años en diferentes pisos moscovitas, quedaba en el olvido el sueño del viejo escultor toledano: las piezas de la escultura Monumento a los pájaros, obra ideada para reproducirse a gran escala y servir así de cobijo a pájaros y alimañas en el cerro Almodóvar, un campo de las afueras de Madrid.
La exposición Monumento a los pájaros. Hito y mito (que permanecerá en el centro El Águila de la Comunidad de Madrid hasta el 9 de mayo) recupera ahora el trabajo de Alberto alrededor de un monumento que se convirtió en un símbolo de libertad en un páramo hostil. Miguel Hernández le dedicó estos versos: "Es el único escultor del rayo, el único que graba el color de la madrugada, el único que ha hecho un monumento a los pájaros y una estatua al bramido". Y Jorge Oteiza ("fue Alberto la primera influencia, la verdaderamente decisiva y permanente para mí", decía el artista vasco) lo definió como un escultor de "racionalismo biológico, plástica social y poética política".
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