El triunfo del romano en Galia, en el año 52 a.C., le permitió ser un dictador
GUILLAUME FOURMONT 02/08/2010
Todos nos sabemos la historia de memoria: "Estamos en el año 50 antes de Jesucristo. Toda Galia está ocupada por los romanos ¿Toda? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles galos resiste todavía y siempre al invasor". También sabemos que la poción mágica de Astérix nunca existió y César, uno de los mayores estrategas militares de la Historia, tomó Francia gracias a una victoria clave: Alesia, en el año 52 a.C., una batalla que acabó definitivamente con los cantos de Asurancetúrix.
El héroe de la época no era Astérix, sino Vercingetórix, el comandante de los ejércitos unidos de Galia. César quería conquistar todo un país, cuyos habitantes consideraba más terribles que los bárbaros. Francia no era entonces una tierra unida; las tribus gobernaban cada una por su lado y Roma quería aprovechar esta división. Frente a las fuerzas romanas, sin embargo, nació un sentimiento de unidad: César tenía que regresar a Italia. Tras siete años de conquista, el jefe romano cedió ante la fuerza gala y perdió en la batalla de Gergovia. Vercingetórix era un héroe.
Un héroe que no supo aprender de sus errores. Los romanos no dejaron de avanzar y, en agosto de 52 a.C., Vercingetórix se encerró, con 80.000 hombres listos para la última batalla, en otra ciudad fortaleza, Alesia.
Situada en una meseta en la actual Borgoña francesa, a unos 50 metros de altura, rodeada de valles y ríos, Alesia domina un amplio territorio. Los galos se creían invencibles. Curiosamente, César no hizo nada, no atacó y sólo llamó a unos 50.000 legionarios. Porque sabía algo importante: los galos sólo tenían víveres para un mes. En La guerra de las Galias, el líder romano narra cómo sus hombres levantaron dos líneas defensivas con muros de cuatro metros de alto y fortificaciones, trincheras con trampas como lengüetas de hierro con punta de arpón. Objetivo: impedir los ataques galos y, sobre todo, hacerlos morir de hambre.
En la fortaleza de Alesia, la vida cotidiana era cada vez más dura y, tras semanas de asedio, Vercingetórix no vislumbraba ni el principio de una batalla que no llegaba. El líder galo esperaba una tregua y obligó a mujeres y niños a salir de la ciudad, pensando que los romanos se encargarían de ellos. No abrieron sus filas y casi 10.000 personas murieron de hambre en tierra de nadie. El 20 de septiembre de 52 a.C., el rescate por fin llegó: 250.000 galos armados y 8.000 caballeros se lanzaron contra los romanos. César, de nuevo, no se asustó.
Su fuerza era, a pesar de la inferioridad numérica de su ejército, muy superior a la de los galos. Por primera vez en la Historia, se usaron catapultas y ballestas con mecanismo de torsión que alejan a los atacantes. Vercingetórix ordenó salir con todas las armas mientras su primo, Vercasivelono, se lanzaba frontalmente contra los legionarios. Una decisión de César fue clave en su victoria: ordenó atacar a la retaguardia gala (unos 60.000 hombres) con tan sólo 13.000 cohortes de caballería. Cundió el pánico en las filas galas, que empezaron a retirarse. Eran combates cuerpo a cuerpo, hasta la llegada de los germánicos, aliados de Roma.
Vercingetórix dejó las armas y dijo a César en latín: "Heme aquí, a un hombre fuerte venciste, hombre fortísimo". La victoria de César en Alesia no sólo permitió a la República de Roma ampliar sus territorios, sino que también dio al líder militar la fuerza y el aura para convertirse, en 44 a.C., en dictator perpetuus. El jefe galo había sido asesinado dos años antes en la cárcel.
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