EL PAÍS - 01-08-2010
Puede ser que su única ambición fuese la de llevar una vida normal y corriente. Formar una familia, trabajar duro como correspondía a casi todo el mundo máxime a unos portugueses emigrados a Galicia, echar una mano a la comunidad, soñar de vez en cuando y morir de viejos. Pero no. Los mató la locura de la sinrazón en forma de guerra y abandonó sus cuerpos al borde del camino. Su desaparición traumática fue un estigma que durante décadas acompañó a sus descendientes, la pesadilla que enturbiaba la cordura de sus viudas. De ellas, de su madre Esperanza y de su vecina Lucinda se acordó ayer Álvaro, en el momento de recibir los restos identificados de su padre, el jornalero portugués Abilio Araújo, asesinado en febrero de 1937 con su compatriota Manuel Prudencio do Rosario y un joven que no figura en ningún documento oficial pero a quien la tradición oral bautiza como O palero de Laureana, el encargado de meter el pan en el horno en la panadería en la que trabajaba.
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