Aquí apenas se prodiga el ensayo-manifiesto, generalmente breve, contundente y de autor francés, aunque ahora los anglosajones también estén tomando la delantera en esas labores.
No se prodiga, sobre todo (salvo el de textura académica), el ensayo de actualidad sobre Europa, palabra ante la cual bastantes editores y otros tantos lectores deben huir, despavoridos.
Hay excepciones, aunque pocas y ya empiezan a ser añejas. Por ejemplo, la estupenda y desacomplejada obrita de Mark Leonard Por qué Europa liderará el siglo XXI (Taurus, 2005) en la que el joven británico desmontaba algunos tabús sobre la comparación de las economías de la UE y de Estados Unidos. Por ejemplo, el de que estos apalizan a los europeos en productividad por hora.
Leonard proponía para Europa la meta de "crear una unión de uniones que congregue a todas" las organizaciones regionales. Así el siglo XXI sería europeo no porque Europa "vaya a gobernar el mundo a la manera imperial, sino porque el estilo europeo de hacer las cosas habrá sido adoptado en el mundo", sostenía. Este texto optimista merece una revisión.
Como el del clintoniano Jeremy Rifkin (de ambición más amplia que el del británico) El sueño europeo (Paidós, 2004), como contraposición al american dream. Rifkin argumentaba, de forma concomitante, que Europa es el área mejor posicionada, a caballo entre el extremo individualismo norteamericano y el individualismo extremo de Asia, para liderar el camino hacia una nueva era.
Libros de tesis y / o de combate como estos, pocos en nuestras lenguas hispánicas, ni siquiera traducidos, salvo error, omisión o despiste del crítico. Y los hay estupendos (¡a ver si se animan!). Un texto al que se ama enseguida, por irreverente e impertinente, es el de Phillipe Riès, L'Europe malade de la démocratie (Grasset, 2008), en el que, contra la tradición instaurada por Margaret Thatcher, no se atribuyen todos los males del continente a la abrumadora burocracia de Bruselas, sino más bien a los Gobiernos, que encuentran en las instituciones comunitarias el adecuado chivo expiatorio para sus mezquindades nacionalistas.
Lo bueno (y extraño) de Riès es que siendo francés acepta el liberalismo económico (aunque completándolo). Lo que le ayuda a desmontar la falsa percepción de que el euro encareció la vida: una percepción "ligada a la frecuencia de las compras". Y le acredita especialmente para dirigir todos sus afilados dardos contra la "escandalosa" Política Agrícola Común, una delicia, acompañada de dardos mayores contra las Farm Bills o leyes agrícolas proteccionistas de Estados Unidos.
Otro reconfortante panfleto es el del judío universal Élie Barnavi, L'Europe frigide (André Versaille éditeur, 2008). A Barnavi no le importa ejercer de heterodoxo. Sea buscando dónde están los errores o los éxitos de la última ampliación. O rompiendo los esquemas de lo políticamente dominante sobre las raíces cristianas de Europa, que relativiza respecto a los valores de la Ilustración: "Ya no hay franceses, alemanes, españoles o incluso ingleses, aunque se diga lo contrario; no hay más que europeos", proclama con Rousseau.
Y luego están los escritos de la presidenta del Movimiento Europeo en Francia, Sylvie Goulard. Como Le coq et la perle, 50 ans d'Europe (Seuil, 2007), que trata de combinar el europeísmo militante con la obediencia francesa a la hora de trazar un fresco sobre el medio siglo de la Unión.
O el más reciente L'Europe pour les nuls (Éditions First, 2009), algo así como "Europa para inútiles", el último Premio del Libro Europeo, esa convocatoria también debida a Jacques Delors. Este es un libro distinto, de escritura desenfadada y afán pedagógico sobre el funcionamiento del club de los 27, para el público aludido en el título.
Hay muchos más, pero oh paradoja con la política, los que declinan son los de factura euroescéptica.
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