EL PAÍS - 23-07-2010
A los guardaespaldas de Fidel, algunas costumbres gallegas los trajeron de cabeza en aquella visita que Castro le brindó a Fraga (o en aquel recibimiento que Fraga le brindó a Castro), el 27 y el 28 de julio de 1992. Cuando en Armea, durante la romería que el municipio de Láncara le montó al dictador cubano, hijo de uno de sus emigrantes, llegó el momento de prenderle fuego a la queimada, los agentes de seguridad traídos por Fidel desde La Habana se abalanzaron sobre la pota para sofocar las llamas. Creían que era un artefacto incendiario.
En el hotel Araguaney (Santiago) se reservaron dos plantas para todo el séquito isleño que velaba por la vida del líder comunista. Para despistar al posible magnicida, estaba contratada la mejor suite, pero Fidel nunca se alojó en ella. Había otras tres habitaciones algo menos lujosas entre las que elegía a su antojo. Con él viajaba su propio servicio de habitaciones, porque nadie del hotel podía hacerle la cama, y su cocinero personal, que a la vez ejercía de catamanjares probando y supervisando todos los ingredientes.
Durante la queimada a Castro se le quemo una mano por la estupidez de alguien que le echo demaciada candela al sarten y por eso nos alertamos. No somos estupidos solo descendientes de gallegos.
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