domingo, 1 de agosto de 2010

Pocas palabras, mucho latigo


Inédito hasta ahora en castellano, Frederick Douglass escribió en 1845 el gran testimonio de las narraciones de esclavos norteamericanos, que terminó por definir el discurso conciliador de Barack Obama

PEIO H. RIAÑO MADRID 27/06/2010 08:00

Es posible que con el tiempo las imágenes arañen más y los desperfectos de un relato sean irreparables. El testimonio de un esclavo escrito hace más de un siglo y medio cala hoy por lo inconcebible de la bestialidad y el salvajismo del ser humano. Cala porque el sometimiento está todavía aquí, porque la libertad no está al alcance de cualquiera. De hecho, el mensaje de Vida de un esclavo americano escrita por él mismo, escrito por Frederick Douglass en 1845, fue recogido por los activistas y los defensores de los diversos movimientos de liberación de los años sesenta en el interior de Estados Unidos pidiendo el fin definitivo del racismo.

La condición de Douglass como la voz más representativa del movimiento negro antiesclavista hizo que se buscaran en sus escritos las claves para saber cómo dirigir las luchas de liberación en el siglo XX. Uno de los pasajes más recordados de esta figura del abolicionismo procede de un discurso que dio en 1857, 19 años después de haberse fugado del estado de Maryland a Nueva York en busca de su libertad: "Sin lucha no hay progreso. Aquellos que dicen estar a favor de la libertad pero desprecian la agitación política son hombres que quieren cosechar sin haber sembrado; quieren la lluvia sin el rayo y el trueno; el océano, sin el horrible estruendo de sus caudalosas aguas", y lo sentencia poniendo por delante su vida y la de otros para conseguirlo.

Referente de Obama

La lucha de Frederick Douglass contra el látigo llegó hasta la campaña de Barack Obama en 2008, camino de la Casa Blanca. En poco tiempo, el primer candidato afroamericano del Partido Demócrata fue comparado con el estilo de los grandes oradores del siglo XX, junto a John F. Kennedy y Ronald Reagan. Pero Obama estableció una conexión indudable entre la trayectoria política de Douglass y la suya propia. En varios de sus discursos electorales hizo referencia con especial énfasis a la idea de que "el poder no concede nada sin luchar". Douglass estaba en su temario cuando ejercía como profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Chicago.

Obama debía decantarse entre dos modelos de la historia norteamericana: el radical y enérgico Douglass o el retórico y observador Abraham Lincoln. El primero dijo del segundo, al inaugurar un monumento en homenaje al decimosexto presidente de EEUU, que fue "eminentemente el presidente de los blancos, totalmente dedicado al bienestar de ellos, mientras que los negros no fueron para él más que hijastros". A pesar de ello, Douglass le reconoció su valor por poner punto final a la esclavitud no por la fuerza de sus palabras, sino por la sutilidad de sus estrategias políticas. Para los analistas de aquellos días, el primer afroamericano en ejercer el cargo presidencial decidió situarse justo entre la inspirada vehemencia y la templanza de Frederick Douglass.

La crueldad del látigo

A Douglass le costó encontrar el equilibrio entre lo correcto y lo que es posible. Pasó sus primeros 20 años de vida entre la esclavitud, la resistencia y la rebelión. En este relato, que ahora se traduce por primera vez al castellano de la mano de la editorial Capitán Swing, se encuentra lo que se esperaba: sangre, sudor y ni una lágrima. Lo inimaginable es la bestialidad de las ocurrencias del esclavismo.

Bajo la influencia de la esclavitud hasta alguien con "cualidades celestiales", como recuerda Douglass, se transformaba en un bárbaro violento: "El corazón más tierno se volvía duro como la piedra y la mansedumbre dejaba paso a una furia de tigre". El esclavista, tras los numerosos amos ante los que tuvo que arrodillarse el líder abolicionista, usa las palabras con moderación y con generosidad el látigo, es lo suficientemente cruel como para infligir los castigos más severos, lo suficientemente astuto como para utilizar los más bajos engaños, tan inflexible que carece de conciencia reprobatoria, tan serio que no tolera bromas, que no ríe y sólo habla para ordenar, es colérico e incapaz de controlar sus nervios. El esclavista ve con los ojos del temor y la amenaza.

Un género propio

En España todavía no ha desembarcado la narrativa esclavista, calificada como el primer género literario específicamente norteamericano, pero varias docenas de narraciones de este tipo aparecieron antes de que viera la luz la autobiografía de Douglass durante el periodo en el que la esclavitud fue legal en EEUU. En ellas, tal y como cuenta Angela Davis en el prólogo de esta primera edición en castellano de Vida de un esclavo americano escrita por él mismo, los abolicionistas conocían bien el efecto que causaban en el público las descripciones de la violencia contra mujeres.

Douglass tiene varias de esas realmente crueles. Una de ellas es el apaleamiento de la tía Hester al comienzo del libro. "A menudo me despertaban al amanecer los gritos estremecedores de una tía mía, a la que el capataz solía atar a una viga y azotaba su espalda desnuda hasta que se cubría literalmente de sangre", se lee en uno de los recuerdos del escritor cuando tenía menos de diez años.

A esa edad su comida consistía en una basta harina de trigo hervida. "A esa cosa se la llamaba gachas. La traían en grandes bandejas o en pesebres y lo servían sobre el suelo. Entonces llamaban a los niños, como si se tratara de una piara de cerdos, y como una piara de cerdos íbamos y devorábamos las gachas, ayudándonos unos de conchas de ostra, otros de tablillas y otros a manos desnudas, pero ninguno con cuchara. El que comía más rápido comía más, y el que fuera más fuerte se aseguraba el mejor sitio, pero eran pocos los que quedaban satisfechos con el pesebre de comida", escribe Douglass sobre su memoria infantil.

Leer para ser libre

Antes de que la mujer de uno de sus señores terminara maltratándolo le inició en la lectura. Él cuenta que se juntaba con niños blancos para seguir su aprendizaje, que completaba con los carteles de la calle. Más tarde montaría una pequeña escuela clandestina para compañeros. La lectura iba haciéndole "cada vez más humano", devolviéndole la fe en la huida hacia la libertad. Cuando en 1838 llega disfrazado de marinero y con sus papeles de libertad falsos a Nueva York se convierte en un hombre libre.

A los tres años de su libertad da su primera conferencia y un artículo de 1850 del diario Liberator, el periódico abolicionista más importante de la época, publica una crónica en la que Douglass ya muestra sus dotes que le convertirían en el primer gran orador afroamericano. "Muchas personas del público parecían incapaces de dar crédito a las afirmaciones que hacía sobre sí mismo y no se creían que realmente hubiera sido un esclavo. No podían concebir cómo un hombre, sólo seis años después de conseguir la libertad y que no había ido a la escuela en toda su vida, pudiese hablar con tanta elocuencia, con un lenguaje tan preciso y un pensamiento tan poderoso", contaba el texto.

Frederick prefirió la muerte a la esclavitud, no tenía nada, no sabía cuándo había nacido, ni cuál era su apellido. Eligió Douglass por el protagonista de La dama del lago, poema de Walter Scott publicado en 1810, cuya influencia, paradójicamente, también llegó a los antagonistas del abolicionista: el Ku Klux Klan toma su costumbre de incendiar cruces de un pasaje del mismo poema de Scott.

Su vida como hombre libre empezó el 3 de septiembre de 1838 y terminó ayudando como consejero a Abraham Lincoln durante la Guerra Civil, y luchando por las medidas constitucionales que garantizaron el derecho al voto y otras libertades civiles para los negros. Fue una voz poderosa de los derechos humanos hasta que en 1865 vio cómo la esclavitud quedó abolida en todo el territorio de EEUU.

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