
EL PAÍS - 28-07-2010
La Costa da Morte es una tierra de profundos silencios y de aldeas fantasmales que han sobrevivido al azote cortante del viento y a un mar despiadado donde los marineros ahogados no encuentran descanso entre los achatarrados barcos, hundidos en su cementerio azul. Allí, al abrigo de los abruptos acantilados, anidan leyendas negras sobre raqueiros celtas que, en las noches de tempestad, soltaban a un par de vacas con candiles de fuego en la cornamenta para confundir a los vigías que iban buscando un puerto.
El timonel, confiado, viraba a la playa buscando la luz, sin sospechar que las olas enfurecidas acabarían por precipitarlo peligrosamente contra las rocas y el casco se partía en dos. El resto era coser y cantar para los saqueadores. Los más sanguinarios asesinaban a los náufragos en la costa, pero la mayoría se limitaba a esperar que la marea arrastrara su botín a la arena.
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