J. C.
EL PAÍS - 30-07-2010
El cine de los hermanos Dardenne vive en una aparente contradicción: su cámara parece husmear, desde una impúdica cercanía, a sus personajes, con la violencia ideológica y de clase que esa gramática parece sugerir. Por otro lado, esa extenuante estrategia formal se pone al servicio de una cristalina, elocuente revelación de las corrientes subterráneas que hacen de Europa una idea del primer mundo levantada sobre las dinámicas subterráneas de algo muy parecido a lo que solemos entender por Tercer Mundo.
Finalmente, hay una mirada humanista que de momento pueden levantar sus recursos de estilo. En El niño (2005) su cine social parecía flirtear, antes de un punto final tributario de Pickpocket (1959), con una inédita modulación del cine negro, cuya visceralidad en las formas restituía a la memoria noir ese sustrato documental que la progresiva estilización del género había ido diluyendo. En su último trabajo, El silencio de Lorna, premio al mejor guión en Cannes, ese tránsito a los códigos del cine negro resulta mucho más evidente.
Ningún comentario:
Publicar un comentario