La revuelta del campo es un símbolo de la lucha de las víctimas
BRAULIO GARCÍA JAÉN 05/08/2010
Uno de los 600 asesinados a finales de junio tenía una nota entre la ropa. "Hemos trabajado un año en Belzec. No sé dónde nos llevan. Dicen que a Alemania. En los vagones de carga hay mesas de comedor. Nos dieron pan durante tres días, latas y licores. Si todo resulta mentira, entonces sabed que os espera la muerte a vosotros también". Los internos de Sobibor, en Polonia, comprendieron por qué había bajado la frecuencia de los traslados, por qué ya no llegaban trenes desde Holanda. Era el verano de 1943.
Un grupúsculo clandestino liderado por Leon Feldhendler trazó los primeros planes, a pesar de las represalias: diez muertos por cada uno que intentaba fugarse. La llegada de unos ochenta prisioneros de guerra que habían combatido con el ejército soviético, y que se libraron de las cámaras de gas a donde condujeron a los otros casi 2000 que los acompañaron desde Minsk, Ucrania, elevó la moral de los internos. El antiguo teniente del Ejército Rojo que iba a dirigir la revuelta llegó con ellos: Alexander Perchorsky.
Junto a Perchorsky y Feldhendler, tres prisioneros de guerra de Minsk y cuatro artesanos polacos formaban la célula encargada de desencadenarla. Las lluvias hundieron los túneles del plan inicial. Por lo que Perchosky activó el plan alternativo y su ejecución, aprovechando que las autoridades del campo les permitieron reunirse en los barracones de las mujeres, durante la víspera del Yom Kipur. Pero una inspección inesperada de los nazis obligó a retrasar la acción, de tres fases, un día más.
El 14 de Octubre de 1943, entre las cuatro y las cuatro y media de la tarde, los trabajadores de los talleres mataron a 11 SS. El teléfono y las líneas eléctricas fueron cortadas y los vehículos inmovilizados. Sobre las cinco menos cuarto, dos capos que colaboraban en la revuelta llamaron a formar a los internos, que empezaron a sentir que algo estaba en marcha. Los prisioneros de guerra y los conjurados se situaron en las filas delanteras.
Un camionero alemán vio al entrar en el campo a uno de los guardias de las SS muerto en el suelo y disparó contra uno de los internos que se escondía entre los barracones. Los guardias ucranianos, al entender lo que estaba ocurriendo, abrieron fuego. Perchorsky decidió no esperar a que se hubieran reunido todos los internos y activó la fase dos. Los que portaban armas respondieron al fuego ucraniano. No todos los que consiguieron romper las vallas y salir campo a través, lograron escapar: los primeros murieron o cayeron heridos por las explosiones de las minas. Los siguientes huyeron saltando por encima de los cuerpos.
De los 600 prisioneros que había en el campo de Sobibor (donde más de medio millón de judíos habían sido exterminados entre 1942 y 1943) el día de la insurrección, 300 lograron huir. Durante las batidas que los nazis desplegaron organizaron a continuación, otros 100 internos fueron capturados o cayeron por disparos de los nazis.
"Fue una gran victoria por parte de los insurgentes que 200 de ellos consiguieran escapar", cuenta Yitzhak Arad, él mismo partisano soviético durante la II Guerra Mundial, que reconstruye la revuelta a partir de numerosos testimonios de supervivientes. Algunos murieron víctimas de las enfermedades, otros combatiendo con los partisanos. "Se calcula que sólo 50 de los escapados sobrevivieron hasta el día de la liberación", según Arad.
La sola idea ya es desoladora.
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