La jaula perfecta
Israel mantiene su bloqueo implacable sobre Gaza, donde el 80% de la población depende de la ayuda humanitaria. Las autoridades israelíes dan prioridad de entrada a sus productos
ÓSCAR ABOU-KASSEM Enviado especial a Gaza 02/08/2010
Las cámaras israelíes controlan todos los movimientos del lado palestino en el paso de Karni. El proceso tiene que ser perfecto en el principal punto de entrada de bienes de la Franja de Gaza. Cualquier excusa es utilizada por las autoridades israelíes para denegar la entrada de productos previamente negociados y autorizados con la UNRWA (la agencia de la ONU para los refugiados de Palestina), de la que depende el 80% del millón y medio de habitantes de Gaza.
"Hace poco los israelíes nos rechazaron siete camiones de ropa porque encontraron en una de las cajas una camiseta para un niño de nueve meses de color camuflaje y la consideraron material militar. Otro envío fue denegado porque contenía calcetines, algo que según ellos no está tipificado como ropa", se lamenta una de las principales responsables de la UNRWA en Gaza, una versión australiana de la actriz Julianne Moore que prefiere no dar su nombre para evitar represalias.
A las 9.15 de la mañana, cinco hermanos, entre los 40 y los 50 años, forman una cadena en uno de los almacenes de la ONU en Karni para cargar un camión con sacos de harina. El conductor del vehículo pregunta a los responsables de la agencia por sus pagas atrasadas. "Llevamos seis semanas sin poder pagarles porque Israel no ha dejado entrar dinero a los bancos de Gaza", se justifican en la UNRWA.
El alivio del bloqueo que Israel anunció tras el fiasco de su asalto a la Flotilla de la Libertad que llevaba ayuda humanitaria a Gaza se ha limitado a ampliar la variedad de alimentos autorizados. En la semana pasada entraron 979 camiones, un 40% más que antes del asalto pero muy lejos de los 2.500 transportes que llegaban antes de que Hamás se hiciera con el control de la Franja, en 2007.
Siguen faltando muchas materias primas de la lista de bienes autorizados y no hay ni rastro del cemento, básico para reconstruir los 3.500 hogares destruidos en la operación Plomo Fundido del año pasado. Israel lo ha vetado al considerarlo "material militar" que Hamás podría usar para sus instalaciones.
La única manera de conseguirlo es a través de los túneles de Rafah, junto a la frontera egipcia, que Israel volvió a bombardear ayer mismo. Osama, de 30 años, acaba de subir exhausto por el ascensor del pasadizo en el que trabaja. Tras 12 años en Alemania, donde estudió Empresariales, ha regresado a casa. "Llevo un mes trabajando aquí pero en cuanto pueda lo dejo", dice mientras enciende un cigarrillo. Cobra 100 shekels (unos 20 euros) por una larga jornada de trabajo; su capataz, Diab, se lleva el equivalente a 30 euros.
A la salida del agujero de 26 metros de profundidad que lleva a Egipto, se acumulan bolsas de cemento y azulejos de la marca Cleopatra, de evidente fabricación egipcia. Lo único que sigue siendo rentable. "Ya casi no merece la pena trabajar aquí. Lo que todos queremos es que Israel abra la frontera", afirma Diab. El túnel, financiado por un empresario de Gaza a modo de inversión, cuenta con diez palestinos a un lado y ocho egipcios al otro.
Contrabando controlado
El negocio del contrabando está supervisado por Hamás. En la frontera hay un edificio de cemento sin pintar que los fundamentalistas han establecido como oficina de túneles para emitir licencias de excavación y aplicar impuestos a los bienes que ven la luz en el lado palestino.
Israel ha conseguido crear con la Franja de Gaza una relación comercial ventajosa para sus intereses en la que puede vender lo que quiera sin aceptar ningún tipo de importación de la parte palestina.
"Sólo quieren que tengamos una vida miserable", dice Akram Skaik, uno de los principales distribuidores de la Franja. "Hemos pasado de tener 5.000 productos autorizados a sólo 50", cuenta desde la pequeña droguería que conserva en la ciudad de Gaza. El agente comercial de Skaik en Israel recibe los productos desde Europa libres de impuestos gracias al acuerdo preferencial con la UE pero al trasladarlos a Gaza las autoridades israelíes le aplican un 16% de IVA que nunca llega a las arcas palestinas.
"Durante cuatro años no hemos tenido bastoncillos para los oídos. Nos dejaban el champú pero no el acondicionador", dice Skaik, elevando su voz por encima del ruido de los generadores. Esos aparatos se acumulan en las calles comerciales de Gaza para compensar los cortes de luz, que se prolongan entre 8 y 12 horas al día. Son una fuente de energía insalubre y peligrosa que muy pocos se pueden permitir.
Desempleo del 40%
El paro ha subido del 30% al 40% desde 2007, según datos del Banco Mundial, y la economía local está arrasada. "Ahora tengo más productos pero la gente ya no tiene dinero para pagarlos", resume Jamal Baraka, en su tienda de alimentación de la localidad de Deir el Balah, en el centro de la Franja. Baraka posee 21 tiendas en Gaza pero ha tenido que cerrar casi la mitad por las pérdidas acumuladas: "En lo que va de año he perdido 500.000 dólares por los artículos que me han retenido los israelíes".
Muchos de los bienes importados de otros países se quedan esperando en el puerto israelí de Ashdod. "Entre el 85 y el 90% de la comida es israelí. Sus productos perecederos tienen prioridad de entrada", cuenta Baraka. El empresario se considera un afortunado entre tanta miseria: "Yo tengo un nombre aquí y los bancos me ayudan, pero la mayoría ha tenido que cerrar".
Salir de Gaza también supone una prueba hercúlea para los palestinos. El único paso que funciona es el de la frontera egipcia en Rafah. En un día bueno, en el que las autoridades egipcias abren la frontera y el palestino medio cuenta con todos los permisos necesarios, cruzar los 200 metros de la tierra de nadie que separa Gaza de Egipto dura unas siete horas de interminables colas.
Tras sacar a sus colonos y a sus tropas en 2005, Israel ha logrado desconectar a Gaza del resto del mundo con un bloqueo implacable en el que los palestinos se sienten atrapados en una jaula perfecta.
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