Nick Abadzis trasciende la épica al narrar la historia de Laika, la perrita lanzada al espacio por la URSS. Con un trazo sencillo y eficaz, resume la Guerra Fría en un cómic
ÁLVARO PONS- El País- 07/11/2009
Recuerdo perfectamente la fascinación que me produjo de niño un libro sobre Werner von Braun, el científico alemán que pasó a la historia como el cerebro del programa espacial americano, pese a su oscuro pasado como creador de las mortíferas V-2 nazis. Es verdad que hoy apenas tengo una memoria fugaz de su portada, pero sigue marcada a fuego la sensación que elevaba a aquel hombre y a la titánica tarea de llevar a la humanidad al espacio a la categoría de épica heroica. Poco importaba haber sido parte de las SS, o tener el dudoso honor de ser artífice de una de las armas más letales de la II Guerra Mundial: las lejanas estrellas parecían edulcorar con efectividad cualquier agrio episodio anterior, fascinando al niño con un poder hipnótico de arrasadora fuerza.
Esa capacidad de hechizo se mantiene y extiende con el tiempo: el relato de las misiones espaciales tiene la virtud de apelar a esa atracción que el joven tiene por la gesta heroica, transformando a los astronautas en una suerte de seres mitológicos a los que se admira de forma rendida. La ciencia-ficción ya nos ha llevado a los límites del universo, pero los logros de la carrera espacial parecen activar un escondido mecanismo que nos dice que lo imaginado puede ser posible, despertando a ese niño dormido por la anestesia de la madurez, bajando nuestras defensas intelectuales y entregándonos a esa visión magnética del héroe espacial.
Nick Abadzis sintió esa misma pasión, que conecta a la infancia y lleva a todo niño a desear ser astronauta de mayor. Ya adulto, su trabajo de dibujante de historietas no le podía llevar físicamente a las estrellas, pero sí le permitía transformar aquella adoración en un relato. Se fijó en el programa espacial soviético, el que dio el primer paso y el que se beneficiaba de un eficaz entramado de propaganda, aunque también el más desconocido hasta la caída del muro. Un largo recorrido de éxitos, pero también de fracasos, que le obligaba a centrarse en algún episodio en especial, eligiendo el lanzamiento del Sputnik II, la primera misión al espacio con un ser vivo: la famosa perrita Laika. Una historia de sinsabores bien conocida hoy, pero que investigó exhaustivamente, siguiendo la vida de todos los actores de este drama, desde el ingeniero jefe responsable del Programa Sputnik, Korolev, hasta la técnica veterinaria que cuidaba de los perros sobre los que se hacían pruebas para que años después Yuri Gagarin fuera el primer hombre en órbita.
Descubrió una historia que rebasaba los límites de la simple conquista científica, con vergüenzas sobre las que la épica había extendido un tupido y conveniente silencio, lo que le llevó a una encerrona argumental: su libro era un encargo que tenía como objetivo el lector juvenil... ¿Cómo transmitir ese sentimiento de pasión por el espacio a los jóvenes del siglo XXI sin traicionar la necesidad de contar la realidad? La solución era tan arriesgada como sorprendentemente resolutiva: trasladar el protagonismo a la perrita Laika. Convertirla en el eje del relato aupándola a la categoría de héroe a su pesar, pero desde una perspectiva realista, evitando caer en los peligros de la querencia antropomorfista disneyniana. La excusa de un lector potencial juvenil justifica y da coartada a la maniobra: la alegre perrita conecta con facilidad con un lector emocionalmente permeable, pero la opción realista evade caer en un indulgente -cuando no barato- sentimentalismo que practica con demasiada asiduidad toda una corriente de la historieta infantil y juvenil "de animalitos". A su vez, la aparentemente sencilla elección tiene otra consecuencia afortunada: la épica heroica que adormecía una mirada más reflexiva ya no es posible. El protagonismo de un pequeño animal irracional rompe el hechizo y deja libre al autor para establecer otros niveles de protagonismo, así como trabajar con mayor profundidad en todo el apasionante entorno histórico, desde el principio de la competición espacial en la guerra fría a la situación política, pasando por una interesante reflexión sobre el proceso científico y los hombres que lo hacen posible. Su dibujo sencillo, abigarrado de viñetas en algunos momentos, es perfecto para el desarrollo de unos personajes que se moverán alrededor de la perrita para construir una historia en la que las ambiciones políticas se entremezclan con el espíritu científico, revelando al público una cara de la investigación poco habitual, la que habla de personas con sentimientos humanos. Y Laika, la pequeña y alegre perra de rabo rizado, asiste como espectadora impotente al drama que protagoniza. De vez en cuando, Abadzis le da voz, más que como humanización del personaje, como proyección de las ilusiones de aquellos que la rodean. En la justa medida para actuar como impulso emotivo de una historia donde la épica heroica se transforma en un drama realista, vibrante y conmovedor, que da una nueva perspectiva a esa ambición humana que llamamos la carrera espacial.
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