El escritor Vesko Branev narra en 'El hombre vigilado' sus vivencias en la Bulgaria socialista. Víctima y cómplice del régimen, el autor describe cómo el Partido transformó las conciencias
LÍDIA PENELO - BARCELONA - 11/11/2009
A sus 77 años, Vesko Branev aún busca el significado de la palabra comunismo. Nacido en una familia burguesa de Sofía, Branev se convirtió en un reaccionario camuflado. Su sueño era ser cineasta pero mientras estudiaba en el Berlín previo al Muro, fue detenido por la Policía de la RDA. Lo acusaron de intentar huir. Fue encarcelado y devuelto a Bulgaria, dónde vivió hasta finales de los ochenta. Tuvo que fingir respetar los dictámenes del partido único que gobernó su país durante más de cuatro décadas. Los ojos de la vigilancia de la Seguridad del Estado le limitó el campo de acción.
Gracias a la desclasificación de la documentación del periodo comunista, Branev accedió al dossier que la Policía búlgara redactó entre 1958 y el 1974. La lectura de ese informe desencadenó la escritura de El hombre vigilado (Galaxia Gutenberg / Círculo de lectores), un libro en el que vuelca todas las vivencias de ese periodo y explica cómo el régimen totalitario transformó las conciencias de todos sus compatriotas.
La vigilancia a la que sometieron a Branev no es un caso aislado. Cuenta el historiador Marc Gil que los aparatos de seguridad de la Europa del Este, además de realizar las tareas propias de los servicios secretos, se encargaban de seguir las actividades políticas de todos los ciudadanos. "Bajo las ordenes del Partido Comunista, los servicios de seguridad eran considerados como la espada y el escudo del Partido, eran los defensores del orden establecido y los ejecutores de su voluntad", añade este profesor de Historia Contemporánea de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).
Vesko Branev explica que sin la ayuda del ensayista Tzvetan Todorov la redacción del libro hubiera sido mucho más difícil. Todorov, francés nacido en Bulgaria en 1939, fue el destinatario de los fragmentos que Branev se atrevía a escribir, y cuando recibió el manuscrito, no dudó en prologarlo. En opinión de Todorov, El hombre vigilado tiene dos características que lo distinguen de otros volúmenes que también recogen testimonios del totalitarismo. La primera es que Branev no cuenta situaciones extremas, sino que recuerda la vida cotidiana de la gente ordinaria. "No hay crímenes espectaculares, pero sí la destrucción del interior del hombre", apunta Todorov, antes de detallar la segunda cualidad que singulariza este libro.
"El autor resiste la tentación de lanzar la culpa a los otros y atribuye en todo momento un lazo de humanidad a sus delatores y dirigentes políticos. Durante la larga noche totalitaria, no todos los gatos son pardos y Vesko siempre ha sido un hombre digno y decente sin ser un superhéroe", argumentaTodorov, autor de El miedo a los bárbaros, mientras mira con afecto respetuoso a Branev.
La lidia de Branev con la culpa aparece hasta la última página del libro. "Tras escribir estas páginas me he quitado un gran peso de los hombros. Escribirlo me ha facilitado entender la actualidad y me ha revelado que los crímenes cometidos eran más graves de lo que creía. Bajo aquel totalitarismo todos entramos en el gran crimen comunista. Crearon un mundo en el que todo el mundo era culpable. El régimen intentó destruir un pueblo a base de desmoralizarlo", afirma.
Confesar las culpas
A Vesko Branev le interesaba mostrar la pérdida de la libertad individual que impuso el partido único a través de su experiencia. "Escribiendo el libro también he descubierto mi propia personalidad, porque ser sincero es muy complicado. Mi hijo me decía que la verdad nunca es demasiado, pero el proceso de buscar en profundidad dentro de uno mismo y confesar las culpas es difícil y doloroso", cuenta con la mirada perdida.
Las páginas en las que el autor se enfrenta a su propia culpa quizás son las más conmovedoras por la sinceridad que acumulan. El autor se desnuda y, por extensión, destapa a todos los que cómo él fueron cómplices de un sistema totalitario que consiguió mutilarles el pensamiento.
El poeta favorito del padre de Vesko Branev era Whitman y no Maiakovski, como correspondía a un buen comunista. El autor cuenta con tristeza que su padre murió desengañado pocos meses después de la caída del Muro de Berlín, hace 20 años. "A la gente de izquierdas no le gusta escuchar argumentaciones que provengan de otros lados ideológicos. Es un aspecto interesante e inexplicable de las personas de izquierdas. En la actualidad, mi libro no se lee en Bulgaria. No quieren escuchar. Un buen ejemplo es mi padre. Le pregunté si en los años treinta se dio cuenta de lo que sucedía en Moscú. Me contestó que lo leyó en los periódicos, pero como eran de derechas no lo creyó", detalla con una amargura mal disimulada. "Acordarse de un amigo que terminó suicidándose y que cuando hablaban de política le decía: ¡Oye, no destruyas mi fe en la idea comunista!", termina por desenmascarar la impotencia que siente el autor. (...)
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