luns, 30 de novembro de 2009

Bhopal sigue muriendo


El jueves se cumplen 25 años del terrible escape tóxico en la ciudad india. Tras decenas de miles de muertes, el veneno liberado aún sigue matando y destrozando vidas

ANA GABRIELA ROJAS- El País- 29/11/2009

Panna Lal Yadav se despertó aquella media noche por los gritos aterradores y el ruido de un tumulto de gente corriendo. Sintió que el aire "se convertía en fuego" y le quemaba ojos y pulmones. No podía ver claramente, pero oía que sus hijos no dejaban de toser. Desesperado, le gritó a su esposa que, al igual que sus vecinos, debían huir. "En las calles vimos cómo la gente caía fulminada como moscas tras ser rociada por los gases. Teníamos que correr entre cadáveres", recuerda todavía turbado.

Panna y su familia vivieron la madrugada del 3 de diciembre de 1984 uno de los desastres más graves de la historia. En su ciudad, Bhopal, en el centro de la India, y muy cerca de su casa, 42 toneladas de uno de los químicos más tóxicos, el isocianato de metilo (MIC), escaparon en forma de gas de Union Carbide, una fábrica de pesticidas estadounidense.

Esa noche murieron casi 3.000 personas y en los días siguientes hasta 15.000, según las conservadoras cifras oficiales. Según diversas ONG y otros activistas, podrían ser hasta 25.000 muertos y unas 100.000 las personas con secuelas permanentes: cáncer, males de estomago, de hígado, de riñón, de pulmones, trastornos hormonales y mentales... Transcurridos 25 años, Bhopal sigue sufriendo.

La situación todavía es desastrosa. Los directivos de Union Carbide, encabezados por su presidente, Warren Anderson, escaparon de India y han eludido la causa criminal abierta en su contra. La fábrica quedó abandonada y sin limpiar. En lo que ahora es el centro de la ciudad permanecen más de 300 toneladas de químicos peligrosos -entre ellos DDT- en contenedores que estuvieron desprotegidos hasta hace sólo cuatro años.

Otras 10.000 toneladas de desechos tóxicos siguen enterradas cerca de la fábrica, según las ONG. Union Carbide mantenía unos tanques de evaporación por los que pasaban sus desechos químicos tóxicos y ahí están todavía con toneladas de sedimentos peligrosos. Y encima de ellos mucha gente va a hacer sus necesidades cada mañana, pues pocas de las chabolas cercanas tienen baños.

"Aunque no se hubiera producido una fuga de gas, el desastre era inminente. Y con el paso de los años y las lluvias, estos tóxicos se han filtrado al subsuelo y han llegado al agua que beben unas 30.000 personas", asegura Rachna Dhingra, que está al frente de la Campaña Internacional de Justicia en Bhopal, que agrupa a las asociaciones de víctimas.

El agua disponible en algunos sectores contiene altos niveles de productos químicos dañinos, incluidos cloroformo y tetracloruro de carbono, conocido cancerígeno, de acuerdo con las comprobaciones de varios estudios. Y cerca de la fábrica se encontraron asimismo metales pesados nocivos, según denunció Greenpeace. El proceso judicial es largo y el año pasado se reabrió el caso con el requerimiento de que la empresa limpie la zona y compense económicamente a las miles de personas que bebieron agua contaminada.

El Gobierno del Estado del que Bhopal es capital, Madhya Pradesh, ha establecido un sistema de tuberías de agua potable, que todavía es insuficiente. En el barrio de Sunder Nagar, los vecinos hacen cola para conseguir agua limpia. Raju Raikwar, vendedor de pescado, dice que a veces el agua escasea durante una semana. "Pero al menos ya no tenemos que beber a diario la contaminada. Tenía un sabor amargo y enfermábamos del estómago. Nos dolían los pulmones y la garganta", se queja.

Según la asociación de víctimas, todavía es minoría la gente que recibe agua potable permanentemente. Muchos toman aún el líquido contaminado. "Sabemos que bebemos veneno y se lo damos en la boca a nuestros hijos. Pero, ¿qué podemos hacer?", lamenta una afectada, Kalpana Rajarat, maestra de escuela.

La familia de Panna Lal Yadav resume amargamente las consecuencias de la catástrofe de Bhopal. Días después del desastre murió su hija menor, con apenas un año de edad. "Se le empezó a caer la piel a trozos", cuenta un padre, ahora sexagenario, que fue obrero en la fábrica de Union Carbide. Enseña los papeles que demuestran que aún le adeudan algunos pagos. Su vida ha sido siempre dura: cansancio crónico, y falta de apetito y de aliento. Ahora lo único que puede hacer es vender cacahuetes, lo que le reporta muy pocos ingresos.

También sus hijos se sienten débiles, padecen psoriasis y les duele el pecho. Hasta hace poco bebían el agua contaminada. Uno de los hijos de Panna Lal Yadavha ha engendrado dos niños con parálisis cerebral: Vikas y Aman, de 10 y 8 años, tienen ojos brillantes y curiosos y una sonrisa encantadora, pero sus cuerpos no les responden. No pueden alimentarse por sí mismos, ni andar, ni ducharse, ni ir solos al baño. Su madre teme que nunca llegarán a ser autónomos.

Vikas y Aman pertenecen a la segunda generación de víctimas de Bhopal, llamada así por la elevada incidencia de niños con taras de nacimiento: hasta diez veces más que en las comunidades con agua potable, según un estudio de la clínica Sambhavna, que atiende gratuitamente a 30.000 pacientes, gracias a donaciones privadas.

Los padres de Vikas y Aman eran niños cuando ocurrió el desastre y han bebido veneno casi toda su vida. "Mis niños están siempre sonriendo, pero no se enteran de nada, incluso cuando yo estoy llorando por ellos. Es muy triste. No sé que va a pasar cuando no haya quién los cuide". La abuela de los pequeños, Umvati Yadav, se lamenta: "Lo que más rabia me da es que ni la empresa ni el Gobierno asuman ninguna responsabilidad".

Niños ciegos, sordos, con retraso mental o cuerpos de extremidades rígidas, grotescamente entrelazadas, reciben rehabilitación en Chingari Trust. Esta ONG tiene a 320 menores a su cargo. "Son muchos más los niños enfermos en Bhopal a causa del escape de Union Carbide, pero sólo llevamos la cuenta de los que podemos ayudar y estamos seguros de que sus padres fueron víctimas de la fuga de gas", asegura el administrador, Tarun Thomas.

Muchos niños varones son mucho más bajos que sus coetáneos. Suraj, a sus 12 años, mide como su vecino de seis. Un estudio del Journal of American Medical Association reveló en 2003 que los chicos con padres expuestos al gas pesan menos. El crecimiento sufre retrasos y la parte superior del cuerpo es desproporcionadamente más pequeña que la inferior.

Los niños que ahora nacen enfermos no son reconocidos como víctimas por el Gobierno y, por tanto, no reciben ningún tipo de ayuda oficial. "No hay víctimas de segunda generación. Niños con defectos de nacimiento los hay en todas partes. ¿No los hay en tu país?", pregunta a la periodista, en su fastuoso bungaló, el ministro para la rehabilitación y el alivio de la tragedia del gas, Babulal Gaur. El político octogenario, que fue gobernador del Estado, asegura que no ha recibido ninguna queja de las víctimas. "Fue una gran tragedia, pero las víctimas ya están muertas. Los afectados ya fueron indemnizados y ahora la rehabilitación está funcionando bien. Ya no hay contaminantes en la fábrica porque las lluvias de 25 años ya lo han lavado todo", comenta. ¿Y entonces para qué su ministerio? "Porque le prometimos a la gente que siempre íbamos a estar ahí para cuidar de ellos", asegura.

Pero esta opinión es exactamente la opuesta a la que expresan las víctimas y los activistas. "A un cuarto de siglo de la tragedia la gente de Bhopal no ha recibido justicia y no ha logrado vivir en dignidad. Union Carbide se ha negado a hacerse cargo de sus responsabilidades y los Gobiernos, tanto nacional, como estatal, han fallado; han sido corrompidos por la empresa. Tenemos pruebas incontables de sobornos de miles de dólares a políticos". La acusación es realizada por la representante de las víctimas, Rachna Dhingra, quien habla de un intenso tráfico de influencias. Entre otras perversiones, resulta que el abogado defensor de la compañía en los tribunales es el portavoz del gobernante Partido del Congreso, Abhishek Manu Singhvi.

La reclamación de responsabilidades de los bhopalíes se hizo más difícil en 2001, cuando Union Carbide fue comprada por Dow Chemicals, también estadounidense, que se niega en rotundo a asumir ninguna responsabilidad. Dow Chemicals nunca fue propietario ni operó la planta y la compró más de 16 años después de la tragedia. La empresa tiene intereses en el subcontinente, donde produce y vende su insecticida Dursban, que por su toxicidad está prohibido para uso comercial en Estados Unidos.

La compensación a las víctimas de Bhopal se limita, por el momento, al acuerdo que Union Carbide alcanzó con el Gobierno indio en 1989: 470 millones de dólares de indemnización, una pequeña parte de los 3.000 millones de dólares originalmente exigidos. Cada una de las víctimas recibió, en teoría, varios pagos por un total de 50.000 rupias (unos 720 euros de ahora), pero muchos denuncian que ni si quiera recibieron esa cantidad.

La familia de Panna Lal sí la recibió para cada uno de los miembros enfermos. Pudieron así construir la modestísima casa de ladrillo donde viven. No les alcanzó para nada más. "El tratamiento de los niños es muy caro y además requieren mucha atención", dice la abuela. La familia no acude a los hospitales establecidos por el Gobierno porque el servicio es pésimo.

No sólo las víctimas se quejan de estos hospitales: un informe presentado este año ante la Corte Suprema por un comité de investigación independiente encontró que la plantilla de médicos es escasa, las medicinas de poca calidad, la información de los pacientes precaria y la higiene brilla por su ausencia.

Y como otras muchas historias en India, la pobreza lo agrava todo. Tras la catástrofe, el terreno alrededor de la fábrica de pesticidas se abarató y fue tomado por el chabolismo: casuchas de plásticos, maderas y láminas. Y además, la contaminación. Y tal vez a raíz de ello, un estudio de un hospital público sitúa en la zona de la tragedia unos altos índices de mortalidad. "Y no podemos echarles de ahí, de sus chabolas. Éste es un país democrático y la gente puede vivir donde quiera", dice el ministro Gaur.

Con el crecimiento de la ciudad, el lugar ha quedado en el centro de esta capital que en 2011 tendrá 2.1 millones de habitantes, según las estimaciones oficiales.

En teoría nadie puede pasar a la fábrica sin un permiso, pero aunque uno de los laterales está cercado y, vigilado por guardias, en los otros basta con saltar una pequeña tapia de menos de un metro para entrar. Los niños van habitualmente allí a jugar al críquet, y las familias entran a cortar hierbas secas para alimentar el fuego.

En el centro del solar, la antigua planta de pesticidas impone. Semeja el escenario de una película de ciencia ficción abandonado tras un ataque biológico. Poco a poco, los gigantes de hierro abandonados han sido cubiertos por el óxido y la vegetación.

El Gobierno del Estado pretendió abrir la fábrica al público al cumplirse el 25º aniversario de la catástrofe. "Se trataba de que la gente viera que no es peligroso", aseguraba el ministro. Pero las manifestaciones de las víctimas detuvieron el intento. "El Gobierno quiere pregonar que está limpio, que no hay problema, para quitarse de encima la descontaminación del lugar y, por otra parte, absolver así a la empresa de sus responsabilidades", dice la portavoz de las víctimas.

Mientras tanto, en Bhopal y en algunas otras ciudades de India y del resto del mundo han comenzado una serie de campañas recordando el desastre y exigiendo justicia. Amnistía Internacional sostiene en su campaña que "Bhopal es una burla para los derechos humanos. El legado de Bhopal pervive porque sus habitantes nunca han podido reivindicar sus derechos. Es más, los efectos negativos del escape afectan a las nuevas generaciones".

Pero a pesar de todo este movimiento internacional, las víctimas tienen poca fe. Un cuarto de siglo de espera les ha arrebatado la esperanza. Panna Lal, afectado y abuelo de los niños Vikas y Aman, es tajante: "Tal vez hubiera sido mejor morir el día del desastre. Al menos los que murieron ya no están aquí. Nosotros llevamos 25 años sufriendo".

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