Han pasado 34 años desde que el Gobierno franquista dejó a su suerte a los saharauis. Una activista que vivió aquella desbandada y un saharaui afincado en A Coruña analizan el pasado y el futuro de un pueblo atrapado en el desierto
Laura Ruiz- Xornal- 15/11/2009
El muro de la vergüenza más largo del mundo no se encuentra en la Franja de Gaza, sino en el Sáhara Occidental. Un muro de 2.000 kilómetros, minas antipersona y toneladas de arena dividen y aniquilan a cientos de saharauis desde hace más de tres décadas. Exactamente, 34 años. Por eso, personas de todas partes de España se reunieron ayer en Madrid para reclamar al Gobierno que tome cartas en el asunto de una vez y revise las condiciones de descolonización del Sáhara Occidental.
El retorno de la autonomía al llamado Sáhara Español se empezó a fraguar en los 70, tras casi un siglo de soberanía española y la consecuente explotación de los recursos naturales de la zona. Por la presión internacional, el Gobierno franquista se prestó a hacer un referendo de autodeterminación para que fueran los saharauis los que decidieran su futuro: crear un estado propio, seguir perteneciendo a España o ser anexionados por Marruecos –cuyo Gobierno ya empezaba a reclamar la supuesta pertenencia histórica de esos territorios–.
Aunque esta consulta nunca llegó a realizarse, el reino alauí sí que movió sus fichas. El 6 de noviembre de 1975 inicia su estrategia movilizando a 35.000 marroquíes hacia la zona costera del Sáhara Occidental en la llamada Marcha Verde. Esta acción obliga a gran parte de la población saharaui a huir hacia Argelia, a refugiarse en territorio gobernado por España o a resignarse a ser súbditos alauíes. Tan efectiva fue la resolución de Hasán II que apenas una semana después (el 14 de noviembre), España entregaba los territorios saharauis a Marruecos y Mauritania, sin haber llevado a cabo consulta alguna. Una retirada a toda prisa que no solo sorprendió a miles de saharauis, sino que dejó a su suerte a miles de españoles.
Aurora Isla es una de esas personas que vivió desde la rabia y la impotencia cómo el Gobierno del agotado franquismo se iba de su rentable colonia africana sin mirar atrás. “Yo fui en 1973 porque a mi marido le habían movilizado allí con el Ejército, pero renuncié a vivir en la zona militar y nos instalamos en un barrio saharaui. La única calle empedrada pertenecía al lado español, lo demás era un poblado. Se vivía un momento de tensión entre las dos poblaciones, pero una vez que confiaron en nosotros me sentí una más”, recuerda.
Los territorios saharauis eran una plaza militar (pese a haber sido admitida como provincia española en 1959), por lo que salir y entrar del lugar era muy difícil. “Y trabajar más –continúa Aurora–. Yo llegué con una carta de recomendación para trabajar en la mina de azufre, pero por mi historial de militante antifranquista fui considerada ‘no apta’. Es más, me advirtieron que no me acercara al Frente Polisario –organización autónoma recién creada para defender la soberanía de los saharauis–y que me tendrían vigilada”.
Afortunadamente, fueron muchos los españoles que no se resignaron a ser meros espectadores y se movilizaron. “Observé que los niños saharauis no iban al colegio, ya que los pocos centros que había eran cristianos y estaban copados por los niños españoles. Entonces decidí montar una escuela en la planta baja de mi casa”, dice con orgullo Aurora, quien no ha vuelto a pisar aquella tierra. “Se lo tengo prometido a mi hija pequeña. Nunca se me olvidará lo que viví allí”, asegura con la emoción a flor de piel.
Pero la parte más trágica, la del regreso, es la que más le duele a esta mujer. “Cuando llegaron los días malos, los de la Marcha Verde, muchos de mis vecinos tuvieron que decidir en dos o tres días si quedarse o cruzar el desierto. Toda su vida se quedaba atrás”. Una tesitura dura, difícil y que marcó la suerte de muchos de los ciudadanos. Mohamed Saleh, un saharaui afincado en A Coruña desde hace tres años, recuerda cómo su familia marchó rumbo a Tinduf, el campamento de refugiados en tierra argelina donde viven miles de saharauis en la actualidad. “Pero muchos de mis familiares siguen en territorio ocupado. Pasamos casi 30 años sin poder verlos ni visitarlos. Ahora podemos, gracias a la ONU, pero siempre bajo las condiciones de Marruecos”, relata Mohamed. (...)
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