Laurent Mauvignier revive en su novela 'Hombres' el drama francés en
Argelia
JACINTO ANTÓN - Barcelona -
22/02/2011
"El miedo, sí, también la sensación de abandono, y la curiosidad,
pero el miedo sobre todo: el denominador común de todas las guerras".
Habla el escritor Laurent Mauvignier (Tours, 1967) de los testimonios de
antiguos soldados franceses en la guerra de Argelia que recogió para su
impactante novela Hombres (Anagrama, 2011). El libro arranca con un
largo preámbulo -en realidad casi la mitad de sus 250 páginas- centrado en un
viejo excombatiente alcoholizado que muestra las huellas de aquella traumática
experiencia bélica. Es un inicio casi enervante por su minuciosa lentitud.
"No he querido ver la guerra de frente, sino mostrar cómo sigue existiendo
después, cómo un pequeño suceso puede hacer resurgir todos los traumas".
En la segunda parte, la novela retrocede cuarenta años para revivir las vicisitudes
de ese personaje y otros durante su servicio militar (son appelés,
conscriptos) en la Argelia en guerra.
Mauvignier recrea la contienda con toda su violencia y sus atrocidades:
destrucción de pueblos, asesinato de civiles, guerrilleros del FLN torturados
(uno metido desnudo en lejía, otro lanzado al mar desde un helicóptero), la sonrisa
cabila -el degüello tradicional de soldados franceses por los fells
argelinos con un tajo de oreja a oreja-... También están en el libro la
tragedia de los harkis, el terror de las guardias nocturnas, las omnipresentes
moscas, el hastío, el sinsentido y la tosquedad de la vida militar. Los mandos
desde luego no tienen tanto charme como el capitán Esclavier (Alain
Delon) de Mando perdido (1966), la versión cinematográfica de Los
centuriones del hoy tan olvidado Jean Larteguy...
Como a muchos de su generación, a Mauvignier le sorprendía el silencio de
los que combatieron allí, "padres, tíos y vecinos" que no hablaban de
lo que habían vivido pero al tiempo querían que se supiera". ¿Como los
excombatientes estadounidenses de Vietnam? "En ese sentido sí, pero la de
Argelia tuvo elementos muy distintos. La ocupación alemana de Francia estaba
muy cerca aún y estos chicos, estos quintos, se veían a menudo a sí mismos,
para su perplejidad y su pesar, como los nazis". En la novela, un soldado
compara, precisamente, la represalia que acaban de perpetrar sobre un mechta,
un villorrio argelino, con la destrucción de Orador-sur-Glane por las
Waffen-SS. "Sí, eso lo ves en muchos testimonios, una culpabilidad muy
compleja. Y hay otro punto que hace la guerra de Argelia diferente de la de
Vietnam: los soldados no perciben el territorio como otro país, susceptible de
ser bombardeado, sino como una parte de Francia".
La de Argelia (1954-1962) es la guerra olvidada del siglo XX: ¿quién
recuerda hoy a Salan, a Massu, a Aussaresses, a los terribles bérets verds
heliotransportados del RIMA o el napalm?, ¿quién se acuerda del Je vous ai
compris de De Gaulle a su retorno al poder en 1958? Más de dos millones de
jóvenes franceses sirvieron en Argelia entonces. Murieron en combate 15.583.
"Era una guerra vergonzosa y perdida de antemano, el fin de una época.
Hasta los años ochenta o noventa no se la consideraba siquiera como
guerra". La guerre sans nom del documental y el libro (Les Éditions
du Seuil, 1992) de Rotman y Tavernier... "Exacto. Un ejército poderoso
frente a una guerrilla, no era épico y era posible trazar incómodas similitudes
con la II Guerra Mundial...".
Mauvignier ha optado por el distanciamiento, por "no tomar partido,
intentar comprender". Documentándose, descubrió con sorpresa "qué
vivo está aún todo". Los excombatientes, dice el escritor, han reaccionado
a la novela con emoción, "felices de contemplar que su historia interesa a
alguien de la generación de sus hijos y que he tratado de entenderlos". En
algunos casos, a través del libro se han acercado padres e hijos que no habían
podido jamás hablar del tema. Para el propio Mauvignier ha sido tarde: su
padre, que fue reemplazo en Argelia, se suicidó cuando él era aún un
adolescente y sin haber hablado con su hijo de aquella experiencia. "A mi
madre sí le explicó algunas cosas terribles: había visto a militares franceses
matar a mujeres argelinas embarazadas y eso le traumatizó toda la vida".
Los fellagas argelinos no se quedaron cortos tampoco en su crueldad.
En Hombres aparece el caso de un médico del ejército francés al que le
despellejan minuciosamente un brazo. "Había una parte de guerra psicológica
en esas mutilaciones y otras atrocidades de los guerrilleros, destinadas a
horrorizar a los bisoños soldados franceses y confirmar su temor ancestral al
moro; era un recurso muy efectivo y el FNL jugaba con él".
Mauvignier, que destaca la reciente aparición tras años de silencio
literario sobre la guerra de Argelia de varias novelas de calidad acerca de ella,
confía en que un día se pueda escribir un libro similar al suyo desde el lado
argelino. "Igual que en Francia es un tema tabú, por vergonzante, en
Argelia lo es por miedo a que se cambie la mirada sobre los que son
considerados los grandes héroes del país, de manera parecida a como los
franceses preservamos la memoria de la Resistencia".
La imagen icónica para muchos de la guerra
de Argelia es, paradójicamente, de un filme: la del béret rouge, el
paracaidista, torturando con un soplete a un miembro del FLN (La batalla de
Argel, 1965, de Gillo Pontercorvo), el oprobio de la para-torture,
también mostrada en Le petit soldat (1960) de Godard, que fue prohibida
en Francia. En el corazón podrido de aquella guerra está la gégène, el
equivalente francés de la picana. Mauvignier no elude el tema en ningún momento
pero puntualiza: "El problema de la tortura en Argelia es que es tan
terrible que puede oscurecer otros aspectos de aquel conflicto; hubo muchas
otras cosas en la vida del soldado, y yo he querido mostrarlas también".
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