Wiera Gran, la cantante judía del gueto de Varsovia, arrastró toda su
vida el estigma de haber trabajado para la policía de Hitler y el miedo a verse
acechada por sus enemigos
ANTONIO JIMÉNEZ BARCA 27/02/2011
Durante la primera semana, la escritora escuchó las confidencias de la
cantante a la puerta de entrada de la casa de esta, en un taburete incómodo
encima del felpudo. Enloquecida, aquejada de manía persecutoria, en aquella
primavera de 2003, Wiera Gran dormía con un martillo y un destornillador debajo
de la almohada, sin salir jamás de casa porque vivía convencida de que sus
enemigos judíos rondaban al acecho y aguardaban cualquier oportunidad para
desvalijarla. Tras esa primera semana, la cantante accedió a que la periodista
y escritora polaca Agata Tuszynska entrara en su casa, un piso de un barrio
lujoso de París abarrotado de cajas de recortes de periódicos, informaciones
sobre ella misma y fotografías. Tras varios años de conversaciones e
investigaciones nació un libro publicado en polaco y en francés (Wiera Gran,
L'acusée: la edición francesa es de Grasset), que cuenta la historia de
esta mujer judía, una auténtica viajera del siglo, que cantó durante casi un año
en un famoso cabaret del gueto de Varsovia, que consiguió escapar de la
deportación a campos de concentración, que se escondió en una aldea hasta que
terminó la guerra y que durante toda su vida arrastró la acusación de haber
colaborado con la Gestapo. Hasta el punto de que enloqueció tras tratar inútilmente
de demostrar que era inocente.
Wiera Gran nació en 1916. Las fotos que han quedado de ella la muestran
como una mujer bella, peinada siempre con un moño elegante, que destacó desde
su adolescencia por el timbre apagado de su voz, algo parecido al de Marlene
Dietrich. Ya era célebre -había recibido una invitación para actuar en el
Moulin Rouge de París- cuando los alemanes la confinaron junto a su familia en
el gueto de Varsovia. Su marido, Kazimierz Jezierski, que no era judío, se quedó
del otro lado de la ciudad. Al poco tiempo, el dueño del cabaret Sztuka la
contrató. "Y un día", relata ella, "un pianista vino a mí. Era
Wladyslaw Szpilman, el compositor. Me había acompañado algunas veces antes de
la guerra. Me pidió que le ayudara, que no tenía de qué vivir. Era humilde y
pequeño. Traté de hacerlo". Ese hombre pequeño y humilde iba a convertirse
en una leyenda años atrás al inspirar la película El pianista, de Roman
Polanski.
Durante muchos meses, ella y Szpilman actuaron en ese cabaret que reunía
a los miembros más pudientes del ejército de condenados a muerte que componían
el gueto, que presenciaban el espectáculo sin calefacción, a veces con
temperaturas por debajo de cero grados y que aplaudían en sordina porque no se
atrevían a despojarse de los guantes o de los abrigos. "Los espectadores
me pedían canciones de antes de la guerra, que les recordara otra vida,
momentos de felicidad, tiempos en los que se sentían como seres humanos y no
como animales enjaulados. Lloraban, pero sus lágrimas les aliviaban, les permitían
concebir que la vida era algo más que el gueto".
Algunos supervivientes aseguran que la vieron muchas veces en compañía de
policías judíos colaboradores de la Gestapo que gozaban siempre de una mesa
privilegiada en el café Sztuka. Otros la acusan de delatora, de haberse servido
de su belleza y de su fama para esquivar la miseria y el hambre que ahogaba al
resto, de haber cantado en fiestas privadas de gerifaltes alemanes que acudían
al gueto a escucharla. Otros la disculpan afirmando que haberse negado a
participar en esas fiestas equivaldría a haber firmado su propia sentencia de
muerte, y que Wiera Gran no solo no colaboró jamás con los alemanes, sino que
ayudó a muchos niños sin familia que en aquellos días se morían de hambre en el
gueto gracias a los recursos conseguidos con su voz.
Tras 15 meses que la marcarían para siempre, logró escapar, con la ayuda
de su marido, a principios de agosto de 1942. Cuenta que jamás se perdonó el no
haber podido llevarse consigo a su madre o a sus hermanas. Durante varios meses
vivió a salto de mata, en pisos de amigos o conocidos que la ocultaban por una
o dos noches, con el terror a ser apresada. Cualquiera la podía denunciar. Como
asegura la autora del libro, "en el gueto era una estrella, pero en el
exterior, una judía en manos de cualquiera". Perdió un hijo, que murió de
inanición. Cayó en una depresión oscura de la que no encontraba la salida.
Hasta que el 11 de febrero de 1945 oyó una voz en la radio que le resultó
conocida: Wladyslaw Szpilman, el pianista que le había acompañado en el gueto,
anunciaba un nuevo programa musical en la nueva Varsovia libre. Cuando fue a
verle para pedirle trabajo, este se limitó a responder con una pregunta: "¿Pero
tú no estás muerta?". Luego añadió algo que iba a atormentar para siempre
a Gran: "Oí que colaboraste con la Gestapo".
Durante los años siguientes, Wera Gran actuó en el Carnegie Hall, grabó
un dueto con Charles Aznavour, cantó en ruso, en polaco y en francés, recreó
temas inmortales de Édith Piaf o de Jacques Brel. Vivió de la canción, pero
también de un negocio particular de exportación de joyas y ropa de lujo a
Suecia. Pero, sobre todo, se pasó toda la vida intentando sacudirse su estigma.
El tribunal ciudadano del Comité Central de los Judíos de Polonia estudió el
caso, desde diciembre de 1946 hasta enero de 1949. Como siempre, hay
testimonios que la acusan y otros que la absuelven, testigos que se contradicen
irremisiblemente hasta en lo más evidente. Al final fue absuelta por falta de
pruebas.
En las memorias que inspiraron El pianista, Wladyslaw Szpilman no
la cita. La elimina directamente de esa parte de su vida. En la película
tampoco aparece. En 1971 suspendió una gira en Israel porque el público acudía
a los conciertos vestido con los uniformes de rayas de los campos de
concentración en señal de protesta.
En 1983, después de otro interminable proceso que se cerró en falso sin
que se encontraran pruebas, abandonó la canción. Tuszynska confiesa, tras su
minuciosa investigación, que alcanzar una verdad irrefutable es imposible, que
siempre queda un rastro de niebla al final de la carrera de la gran Wiera Gran.
Jamás podrá nadie acusarla de haber sido colaboradora de una forma determinante
porque no hay pruebas. Jamás nadie podrá refutar terminantemente el rumor de
que lo fue. Jamás gozó de la presunción de inocencia. Murió en 2007.
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