El exideólogo de ETA, ahora disidente, plantea un encuentro con los
familiares de la dirigente asesinada en 1986 por regresar a Euskadi tras
abandonar la banda
MÓNICA CEBERIO BELAZA / MANUEL ALTOZANO - Madrid - 27/02/2011
Flores no lugar onde asasinaron a Yoyes, 1986 |
Después resonaron tres tiros. Uno de ellos atravesó la sien de María
Dolores González Cataraín, Yoyes. Cayó al suelo, muerta, ante los ojos
de su hijo de tres años. El niño estaba subido en un tractor. Su madre lo había
llevado a media tarde a pasear por la feria de Ordizia. Era el pueblo natal de
Yoyes, al que había regresado tras seis años de exilio voluntario después de
abandonar la banda terrorista ETA. Volvió la mujer, y con ella, el mito, el
icono, la primera dirigente de la organización. Trató de pasar inadvertida,
pero fue imposible. Para el Gobierno era una medalla, el trofeo de la reinserción.
Para ETA y la izquierda abertzale, una traidora, una chivata. Nunca fue
una arrepentida; tan solo alguien que había decidido cambiar de rumbo y
abandonar las armas. José Luis Álvarez Santacristina, Txelis, recorrió
el mismo camino. Fue incluso más allá. Pero una década más tarde. Aquel 10 de
septiembre de 1986 él formaba parte de la cúpula terrorista que ordenó la
"ejecución" de Yoyes. Veinticinco años después quiere pedir perdón a
sus familiares por su muerte, según fuentes de la Audiencia Nacional.
Personalmente. Pero estos lo ven con recelo.
El asesinato de Yoyes conmocionó Euskadi de tal forma que los
simpatizantes de la banda se resistieron a aceptar su autoría. Algunos
prefirieron pensar en un grupo de ultraderecha, pero las dudas duraron poco. Un
día después del crimen, ETA reivindicó el atentado para prevenir futuras
deserciones. Habían matado a Yoyes por "abrir fisuras en los sectores más
vulnerables del movimiento de liberación nacional"; por haberse
traicionado a sí misma y al pueblo vasco; por colaborar "con los planes
genocidas de las fuerzas de ocupación del Estado opresor español". Se
puede entrar en ETA pero no salir de ella, fue el mensaje que la organización
quiso grabar con la sangre de su antigua heroína. El que escribía entonces los
comunicados de la banda era Txelis, según las crónicas de la época.
Yoyes no había sido la única en volver a su tierra. Ni la primera. Desde
principios de los ochenta dos centenares de terroristas se habían acogido a la
reinserción que ofrecía el Gobierno para desmembrar y debilitar a la organización.
Regresaron del exilio polimilis (exmiembros de la autodisuelta ETA político-militar)
y también algunos milis (de la rama militar) gracias a medidas
individuales e indultos parciales. Yoyes no los necesitó. Tras la Ley de Amnistía
de 1977, no tenía causas pendientes en España. Para volver al País Vasco solo
necesitaba dos cosas: saber que las autoridades no iban a hurgar en su pasado
para buscar alguna manera de llevarla ante los tribunales y que ETA no atentaría
contra ella. Logró que ambas partes se comprometieran a dejarla en paz.
Pero el regreso fue complicado. No era un miembro de ETA cualquiera. Era
Yoyes. Con todo lo que ese nombre significaba. "Pisar esta tierra, pisar
la tierra en que nací, lo he soñado tanto durante años y ahora estoy aquí, este
es mi pueblo, mi país, y se ha armado tal revuelo; es como si un volcán o un
terremoto hubiera levantado y removido montones de capas", escribió en su
diario cinco días antes de su asesinato. Meses antes había aparecido su rostro
en Cambio 16, en una amplia noticia de portada titulada El regreso de
la etarra. A partir de ese momento, "el revuelo", como ella lo
definió, fue imparable. Al igual que la inquina de ETA. No importaba ya su
discreción, que se hubiera mantenido en silencio desde su retorno. Para la
banda, la publicidad que tuvo el caso -no buscada ni querida por Yoyes- supuso
una doble traición.
Ya no tenía, además, quien la protegiera. Antes de volver a Euskadi
Txomin Iturbe, entonces máximo dirigente de ETA, le había garantizado que no la
matarían. Pero fue detenido en abril de 1986 en Francia. A partir de ese
momento, el viejo pacto quedó roto. La nueva cúpula, más dura, formada por
Francisco Mújica Garmendia, Pakito; José Luis Álvarez de Santacristina, Txelis,
y José María Arregi Erostarbe, Fitipaldi, decidió que Yoyes merecía morir. Los
ejecutores fueron José Antonio López Ruiz, Kubati, y José Miguel Latasa
Guetaria, Fermín. Mataron para evitar deserciones. Cuatro de los cinco
son ahora disidentes de ETA.
Txelis fue de los primeros en abjurar de la violencia en los noventa. Tenía
varios puntos en común con Yoyes. Pertenecían a la misma generación -Yoyes nació
en 1954, Txelis un año antes-. Compartían una férrea fe religiosa infantil y un
amor infinito por los libros, el estudio, y la docencia. Yoyes se trasladó con
18 años a San Sebastián para iniciar unos estudios de Magisterio que no terminó
por su actividad en la organización. Por aquel entonces, Txelis acababa de
abandonar el seminario, obtuvo el título de profesor de euskera e inició sus
estudios de Teología y Filosofía. Se doctoró años después en la Universidad de
la Sorbona de París -con una tesis sobre Ludwig Wittgenstein-, tras pasar a
Francia (y a la clandestinidad) en 1976. Yoyes, en su exilio mexicano tras
distanciarse de la banda en 1979, se licenció en Sociología en la Universidad
Autónoma Metropolitana de Ciudad de México.
Con perfil académico similar, ambos ocuparon posiciones parecidas en ETA.
Lo suyo era el mensaje, lo político. Discutir sobre los objetivos y los medios
y acciones para alcanzarlos. En 1976 Yoyes actuó como portavoz de ETA militar
en la recién creada Koordinadora Abertzale Socialista (KAS) junto al
desaparecido y posibilista Eduardo Moreno Bergaretxe, Pertur, que hablaba
en nombre de los polimilis. Tras el asesinato de José Miguel Beñarán, Argala,
a manos del Batallón Vasco Español en 1978, Yoyes ocupó su lugar en el aparato
político, aunque lo dejó poco después, decepcionada por el militarismo de sus
miembros. Eugenio Etxebeste, Antxon, estaba entre ellos. Cuando fue
deportado a República Dominicana, en 1986, Txelis lo sustituyó como ideólogo de
la banda.
La carrera de José Luis Álvarez Santacristina en ETA acabó de golpe el 29
de marzo de 1992. La policía francesa lo detuvo junto a Pakito y Fiti en
Bidart, en uno de los golpes más importantes a la estructura de la
banda en sus 50 años de historia. Entre rejas, Txelis volvió a sus orígenes. A
sus reflexiones místicas y religiosas. Se convirtió en el etarra que más veces
ha pedido perdón. Año y medio después de su arresto, envió una carta a ETA
pidiendo el fin de la violencia. Mandó otras dos en 1997, una de ellas
repudiando el asesinato del concejal de Ermua Miguel Ángel Blanco. Así, hasta
que en septiembre de 1998 fue expulsado de la banda por "intento de escisión".
Un castigo mucho menos grave que el que ETA -y el propio Txelis- había aplicado
a Yoyes 12 años antes.
La reinserción ha seguido caminos diferentes durante los últimos 30 años.
Ni en los ochenta ni en los noventa fue necesario pedir perdón a las víctimas
ni condenar el terrorismo ni arrepentirse públicamente del pasado y reconocer
que la sangre derramada carecía de sentido. Yoyes nunca lo hizo. Pero ahora sí
hace falta. El Código Penal exige desde 2003 unos requisitos muy concretos para
que los presos por terrorismo puedan acogerse a beneficios penitenciarios.
Txelis ha cumplido con todas las exigencias legales. Ha condenado la
violencia y ha pedido perdón por escrito y de forma genérica a las víctimas,
que no han tenido acceso a sus cartas porque están depositadas en el juzgado.
El ex dirigente etarra está saliendo cada día de prisión para trabajar gracias
a un régimen de cumplimiento personalizado y aprobado para él por el Ministerio
del Interior.
Ahora está dispuesto a encontrarse con sus familiares para pedirles perdón
cara a cara. Así lo ha hecho saber en la Audiencia Nacional, el tribunal que lo
condenó -por ordenar el asesinato del profesor Manuel Broseta y por su
participación en el cobro del impuesto revolucionario- y cuyo juzgado de vigilancia
penitenciaria controla su internamiento. No sabe si la familia querría, y
entendería que no lo hiciera. El encuentro, en todo caso, no le otorgaría
ninguna ventaja penitenciaria adicional.
Pero no hay ningún cauce adecuado para informar a las víctimas de la
intención de un preso de pedir perdón de forma individualizada, bien sea en
persona o por escrito. Hasta el momento, la información sobre los procesos y la
situación penitenciaria de estas personas la han proporcionado, sin estar
obligados a ello, los jueces. La futura ley de protección de víctimas, que se
tramita actualmente en el Congreso, establece que esta labor pase a la Oficina
de Víctimas de la Audiencia Nacional. El presidente de este tribunal, Ángel
Juanes, y el juez de vigilancia, José Luis de Castro, creen que "sería una
buena idea" que esa oficina se ocupara de las reclamaciones de los
damnificados para conocer de primera mano el arrepentimiento y también de casos
como el de Txelis, por si alguna víctima pudiera tener interés en recibir un
perdón directo.
En el País Vasco se ha llevado a cabo un encuentro de este tipo entre un
homicida y el hijo de la persona a la que mató no se trataba de un crimen
terrorista, un caso en el que participó la Audiencia de Guipúzcoa. No llegaron
a verse, pero el hombre escribió una carta al chico y le hizo llegar su petición
de perdón a través de intermediarios.
Pero es difícil que las familias acepten encontrarse con aquel que asesinó
a su padre, a su hermano, a su madre. A la hermana de Yoyes, Gloria, le resulta
extraño el arrepentimiento tantos años después. "Es algo que ni me
planteo, y que tendría que hablar con el resto de la familia, pero nadie nos ha
informado de que quiera pedir perdón. En todo caso, yo le preguntaría por qué
no lo ha hecho antes. Aquí todo el mundo nos conoce. Nos han llegado cartas
cuyo destinatario era solo 'madre de Yoyes, Ordizia'. Txelis no es cualquiera
para nosotros. Antes del asesinato le dijo a una amiga de mi hermana: 'Dile a
Yoyes que se ande con mucho ojito'. Eso fue cuando nosotros todavía pensábamos
que ETA era incapaz de hacer algo así".
Gloria le invita a pedir perdón más allá
del ámbito privado. "Yo no le voy a recibir personalmente, pero puede
hacerlo. De forma pública la mataron, y de forma pública debería él
arrepentirse de su asesinato".
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