CARLOS ENRIQUE BAYO - Público- 04/11/2009
Aún no había despegado de Schönefeld el avión de Mijaíl Gorbachov, en la noche del 7 de octubre de 1989, cuando decenas de miles de personas se habían lanzado a las calles en Berlín Oriental, Leipzig, Potsdam y otras ciudades de la RDA, gritando: "Nosotros somos el pueblo" y "¡Gorby, ayúdanos!"
Aquella madrugada del sábado al domingo, la Policía germano-oriental se aplicó con dureza contra los manifestantes y a la mañana siguiente los periodistas extranjeros nos encontramos con el Centro Internacional de Prensa cerrado y todas las comunicaciones de teléfono y télex, cortadas. Erich Honecker estaba tratando de ponerle muros a la perestroika, sólo horas después de que Gorbachov le advirtiese, en las celebraciones del 40º aniversario de la RDA, de que "la vida castiga al que se queda atrás".
Acabábamos de asistir a la estremecedora marcha de las antorchas de las juventudes comunistas del SED (el Partido Socialista Unificado), tras un desfile militar de cinco kilómetros de extensión que provocó la protesta de los aliados por violación del acuerdo tetrapartito de prohibición de grandes despliegues de armamento en la ciudad dividida, y no podíamos imaginar que esa demostración de fuerza sólo reflejaba debilidad. Así que, el lunes, tampoco pudimos creer lo que nos contaba el sacerdote luterano y líder del grupo disidente Despertar Democrático en Berlín, Rainer Eppelman: "O el socialismo se renueva, o muere".
Pero así era. Y desde entonces la gran pregunta es: ¿Gorbachov derribó el Muro, o el Muro tumbó a Gorbachov? O bien, ¿las reformas de Gorby dinamitaron el bloque soviético o la URSS se derrumbó porque no pudo controlar su imperio?
Probablemente, las respuestas tengan que ser todas afirmativas.
Cuando Gorbachov emprendió su perestroika (reconstrucción, en ruso), el mismo término empleado daba por supuesto que la Unión Soviética y sus satélites estaban en ruinas. La carrera armamentista de la Guerra Fría especialmente, el tirón final de la militarización espacial impulsada por Ronald Reagan había agotado las capacidades tecnológicas e industriales de la URSS, impidiendo un normal desarrollo económico y social de la población. Al mismo tiempo, el Kremlin mantenía una viciada relación con sus satélites en Europa del Este, que llevó a la paradoja de que a la metrópoli le salían muy caras sus colonias, como subrayaban todos los economistas soviéticos de la época, pues las subvencionaba con materias primas y recursos energéticos a bajo precio, recibiendo a cambio productos manufacturados de baja calidad.
La joya de la corona
En realidad, como la perestroika era originalmente un gran esfuerzo de reconstrucción del fallido sistema económico centralizado, en un principio Honecker se creyó blindado, pues durante años había sido alabado por haber elevado considerablemente el nivel de vida de sus conciudadanos. La RDA era la joya de la corona del Kremlin, y ejemplo de productividad y eficacia, aunque quedase a años luz del milagro alemán occidental.
Sin embargo, en aquella visita de Estado a la RDA, Gorbachov se enfrentó a los ancianos miembros del Politburó del SED y les exigió reformas políticas. Su diplomática advertencia literal (normalmente recordada como escribí más arriba) fue: "Aquellos que sepan adaptar su política a los cambiantes impulsos de la vida no tendrán problemas en salir adelante". No es que estuviera equivocado, sino que su aviso llegaba tarde. De hecho, él mismo estaba en el filo de la navaja porque se había visto obligado a bendecir la glasnost; transparencia que en un principio pretendía que fuera sólo informativa y no ideológica.
Eso era a todas luces inviable y, al tiempo, inevitable. La revolución de las comunicaciones que hacía llegar las noticias, la realidad del otro lado del Muro, a cada rincón del planeta (mucho antes de Internet y de los móviles) y que impulsaba a los germano-orientales a buscar la huida hacia Occidente, fue el terremoto que socavó irremediablemente los cimientos del faraónico edificio soviético.
Pero la pregunta es, de nuevo: ¿se podía haber salvado? Lo mejor es que nos lo conteste Iván Ivanovich Antonovich, número dos del Partido Comunista de Rusia, quien me aseveró sin pestañear cuando lo entrevisté en la Plaza Vieja de Moscú, justo un año después de la caída del Muro que "la URSS fue el Estado burocrático más espantoso que jamás haya existido en la civilización europea". Y continuó:
"Hemos pagado muy caro mostrarle al mundo cuán incompetente puede llegar a ser ese sistema. Esa es nuestra colaboración única y singular a la civilización mundial que ustedes no aprecian. Porque sólo nosotros podíamos arriesgarnos a ello y no perecer en el empeño. Ninguna otra nación hubiera sido capaz de tolerarlo, porque sólo nuestros inmensos recursos humanos, naturales y culturales podían soportar sobre nuestras espaldas semejante vampiro chupa-sangre".
Nueve meses después de esa descripción (¡de un miembro del Politburó del PC ruso!), Gorbachov sufría el fallido golpe de Estado de los que pretendían perpetuar ese sistema catastrófico. Gorby fracasó porque trató de salvar la URSS reformándola y eso era imposible. Pero el mundo al otro lado del Muro tampoco era el paraíso que buscaban los que le pedían ayuda.
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