El universo y los resortes de la CIA, de la Mafia, de los espías, del poder ... han dado y darán siempre juego en el cine y en la literatura. Novelas de Don Winslow, Robert Littell -con ecos de Mailer, Le Carré y Trevanian- y películas de Pollack y De Niro, con una narrativa ágil y poderosa, son profundas y turbadoras, atrapan a perpetuidad
CARLOS BOYERO- El País- 31/10/2009
Hay pocos placeres comparables a encontrarte con un libro que supera las mil páginas, de los que para mantener el precario equilibrio aconseja devorarlo en la comodidad de la cama, engancharte con éxtasis en las cien primeras y saber que te quedan muchas horas de banquete, que Arcadia te estará esperando durante bastantes noches. Recuerdo como un impagable goce, refugio y consuelo, en esa época tan complicada que transcurre entre la adolescencia y la primera juventud, haber disfrutado enormemente con novelas inacabables de Tolstói y Dostoievski. También haber logrado con alternativa fascinación y esfuerzo, con tentaciones de interrupción o de renuncia, haber logrado terminar En busca del tiempo perdido. No he vuelto a releer esos libros. Por si acaso, por guardar con un paño de oro en tu memoria las viejas e inolvidables sensaciones.
Ignoro si la última novela de grosor tan inhabitual que he paladeado está destinada al clasicismo o si sólo tendrá el dudoso y mercantilista honor de ser incluida por la intelligentsia en el subvalorado género del best seller, pero tengo claro que mientras que estuve en su maravillosa compañía el mundo exterior no existía, el estómago no te recordaba su puntual necesidad de alimento, lamentabas que el sueño te obligara a cerrar los ojos. Se titula El poder del perro y la ha parido un escritor que desconocía llamado Don Winslow. Es droga dura. Tiene cuerpo y alma. Está admirablemente escrita. La protagoniza el hipnótico y siniestro cordón umbilical entre tres organizaciones que siempre darán juego en el cine y en la literatura si se ocupan de ellas los narradores adecuados, los grandes narradores. Son la Mafia, el narcotráfico mexicano y la CIA.
El apellido Littell lo asociaba a una hiperpromocionada novela que pesa más de un kilo. La firma Jonathan Littell. Se titula Las benévolas y el arranque, centrado en la tan cínica como inquietante autojustificación de sus atrocidades por parte de un nazi sofisticado y bisexual, me preparaba para un horror de altura. No fue así. Abandoné la lectura a la mitad. Esa reiteración de barbaries, esa exhaustiva descripción del genocidio, me provocaba más tedio que emoción, más distanciamiento que implicación. Y me alarma inicialmente, con prejuicios tan bobos como injustos, el dato de que Robert Littell, autor de las más de mil páginas de The Company, es el padre del muy pesado Jonathan. Prejuicios desterrados. Desde el comienzo, con el asesinato del papa Albino Luciani, la prosa mordaz y contundente de Robert Littell te atrapa a perpetuidad. También el complejo tema y sus turbios personajes. Habla de la guerra fría, del espionaje, de los que crearon la CIA con el enfático aunque dudoso propósito inicial de defender las acosadas murallas de la civilización occidental contra la invasión del depredador comunismo.
El periodista Tim Weiner en su documentado, lúcido y magnífico libro Legado de cenizas nos había contado que las actividades de esa organización supuestamente empeñada en democratizar el universo han sido frecuentemente un despropósito, una sucesión de errores y de salvajadas, un foco de corrupción. Robert Littell, como buen literato, no es tan drástico en las conclusiones. Retrata con causticidad una geografía emocional que tiene tantas luces como sombras, a personajes que nunca son de una pieza en circunstancias permanentemente excepcionales, metidos en un juego que siempre acaba siendo macabro. El universo de los espías está descrito por un cerebro penetrante, con narrativa ágil y poderosa, con un lenguaje muy atractivo.
Y recuerdas con infinito agradecimiento a ilustres predecesores de The Company, como la apasionante novela de Norman Mailer sobre la CIA El fantasma de Harlot. Recuerdas a George Smiley, a Karla, a Alec Leamas, al impresionante, sucio, trágico y siempre añorado universo que creó el mejor John Le Carré. También encuentro ecos del inteligente y despiadado Trevanian que escribió Sanción en el Eiger y La sanción de Loo, aunque el reputado critico de arte e inigualable asesino Jonathan Hemlock pertenezca a la ficción, y en el mundo de Littell los nombres y hechos reales convivan con personajes y circunstancias imaginarias.
Animado por la novela veo la serie televisiva en tres capítulos que adapta The Company. Ese medio logró en los años setenta una recreación modélica del Circus de Le Carré en la serie Calderero, sastre, soldado, espía, con el inmenso Alec Guinness metiéndose en la nada distinguida anatomía, el analítico cerebro y el corazón roto de George Smiley. También en esta ocasión la televisión ha estado al nivel de la literatura que adapta. Es una ilustración excelente del mundo de los espías, definido ejemplarmente por uno de los protagonistas como "un territorio en el que lo más importante es la capacidad para evaluar la información contradictoria, en el que las pautas son el caparazón de las conspiraciones, engaños dentro de los engaños, jugadas tras las jugadas, una selva de espejos en la que es fácil perderse y que hay que cruzarla para sobrevivir".
The Company tiene el sabor del gran cine de espías. La mejor película que he visto sobre la CIA es El buen pastor, dirigida magistralmente por Robert de Niro. Da mucho miedo constatar la evolución de esos universitarios de élite y concienciados patriotas que montan la organización sin la menor duda sobre que son los buenos en la guerra contra el enemigo soviético, su crisis de valores y el consecuente enfangamiento, su progresiva aceptación de esa regla tan peligrosa de que los fines sublimes justifican cualquier medio, incluidos los infames.
El buen pastor es densa, profunda y turbadora, algo que ni se han propuesto ni lo han conseguido las aventuras cinematográficas de Jack Ryan, el heroico salvapatrias que se inventó el tan comercial como mediocre escritor Tom Clancy. Sydney Pollack combinó admirablemente el espectáculo, el suspense y la reflexión en Los tres días del cóndor. Algo que también ha logrado la trilogía protagonizada por Jason Bourne, un antiguo killer de la CIA que no consigue recordar su identidad ni su tenebrosa profesión, alguien muy perdido pero que mantiene su instinto letal y la angustiosa necesidad de conocer su biografía. Y ya sé que los hermanos Coen pretenden ser muy vitriólicos en su esperpéntico retrato de la CIA en Quemar después de leer, pero no logro pillar su gracia. No se presta a la comedia. Huele demasiado a sangre.
The Company. Una historia de la CIA. Robert Littell. Traducción de Raquel Vázquez y Francisco Martín. 1.152 páginas. 29 euros.
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