En los años de la dictadura no había lesbianas, sino libreras.
Estaban perseguidas por la Ley de vagos y maleantes, pero las mujeres homosexuales no sufirieron tanto la represión franquista como los hombres. Tenían códigos propios para comunicarse y lugares a los que acudir, y su indumentaria era más discreta. Luisa Salmerón, hoy una octogenaria que confiesa “haber nacido muy pronto”, vivió su juventud en esa época. Ayer, recordó su experiencia en el Museo Reina Sofía con motivo de un seminario sobre la sexualidad durante la dictadura. Al terminar su charla, confesaba que todavía no ha perdido la vergüenza, tras tantos años de silencio y que aún se sonroja al exponer estos temas en público.
En aquella época, vivía en Barcelona. Recién llegada de Andalucía, nunca había escuchado que pudiese ser posible el amor entre dos mujeres, hasta que comenzó a frecuentar los locales de la bohemia de la época. Las lesbianas estaban muy organizadas y se movían en torno a las vedettes y coristas durante los 50. Muchas eran homosexuales, pero también representaban el modelo de mujer independiente y el ideal de belleza de entonces. Tenían cafeterías que frecuentaban en el barrio de Paralel, como La Cubana. Y también acudían a diario al teatro Arnau.
Matilde Albarracín, autora de Vidas de Lesbianas en el primer franquismo y de un documental sobre el mismo tema, explica que ellas pasaban más desapercibidas que cualquier hombre en su situación porque estaban muy bien organizadas y porque muchas eran muy femeninas, y no era fácil reconocerlas por su forma de vestir. “De cara a la familia o cuando venía la policía también tenían sus estrategias; por ejemplo, solían salir en parejas con amigos gays para hacerse pasar por novios”, explica la escritora. “Tenían redes montadas y se comunicaban por teléfono; la agenda con los números de las mujeres que iban conociendo era lo más apreciado para ellas”, añade.
“Las del asunto”
Para las personas que se movían en estos círculos durante el franquismo había, igualmente, expresiones propias. “Eran del asunto”. Además, las lesbianas se identificaban a sí mismas como libreras o tebeos, cuando se trataba de muchachas jóvenes. Y no solo dotaban de nuevos significados a las palabras coloquiales, también se apropiaban de los temas que sonaban en la radio del momento para hacerlos propios o elaboraban poemas de contenido erótico. “No tenían símbolos como ahora, pero le daban la vuelta a la letra de un bolero hasta hacerlo suyo; interiorizaban la cultura para darle un nuevo contexto”, explica Albarracín.
“También tenían sus espacios de libertad, en los que construían su identidad”, señala la autora del documental en el que esta octogenaria cuenta su experiencia. Del mismo modo, Luisa recuerda que cuando tenía 18 años visitaba a una compañera de 50 que había viajado mucho. Su casa era un punto de referencia a nivel cultural, un espacio para la creación de la identidad de las mujeres de la época, en el que podían escuchar música o leer las novelas de Virginia Wolfe. Por otra parte, aprovechaban los fines de semana para estar juntas y hacían incluso acampadas. “Ese era un espacio de libertad absoluto en el que podían estar juntas, tener relaciones sexuales sin temor o vestirse de hombres aquellas a las que les gustaba hacerlo”añade Albarracín.
En esos encuentros confluyeron varias generaciones de mujeres, muchas de ellas, las más jóvenes, serían las que luego integraron el movimiento feminista en España.
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