Un grupo de gitanas explica la discriminación que sufren a diario
Mientras el filántropo George Soros, de puertas de la cumbre para dentro, exigía a la Comisión Europea que se pusiera las pilas, un grupo de gitanas del barrio cordobés de Las Moreras explicaba a Público sus penurias de puertas de la cumbre para fuera. "Porque está claro que nosotras no podemos entrar ahí, ¿no?", se pregunta excéptica Rosa Rodríguez, una joven de 30 años con su hijo de tres meses en los brazos. No han estudiado, no tienen trabajo y se sienten discriminadas por ser gitanas. Venden romero en los alrededores de la Mezquita.
"Lo que pedimos es que venga el alcalde, que tome nuestros datos y nos dé trabajo, aunque sea barriendo las calles, pero lo que no puede es prohibirnos vender romero y no darnos alternativas", explica su hermana Ofelia, de 38 años. Todos en casa están en paro. Viven hacinados en pisos pequeños y, lo que consideran aún peor, son vistas como bichos. "Si entramos las últimas en una tienda, nos atienden las primeras por miedo a que les robemos, o cuando nos ven entrar se cambian el bolso de sitio, y eso duele, no todos los gitanos somos malos ni todos los payos son buenos", afirma la matriarca, Mari Cruz Rodríguez, de 50 años.
"Nos prohíben vender romero, pero no nos dan trabajo", aseguran
A ella, dice, le hubiera gustado ser política. Y no le falta carisma. "Nosotros queremos integrarnos, pero no nos dejan, y, sin embargo, cuando hay una guerra, mandan allí a nuestros hijos, porque claro, para eso sí somos todos españoles, pero luego si falta un mechero la culpa es nuestra", añade. "Y lo mejor que haces es callarte, porque llevas todas las de perder", explica su nieta Natalia Cortés, de 25 años.
"Una cumbre no elimina el racismo, sino el cambio de mentalidad"
Son conscientes de que se está celebrando una cumbre para mejorar la situación de su pueblo, pero son pesimistas sobre los resultados. "El racismo no lo elimina una cumbre, sólo el cambio de mentalidad", dicen casi solapándose. Ni Mercedes Rodríguez ni su hermana Estela entienden por qué a los payos les cuesta tanto aceptarlas. "Yo estoy casada con un castellano y mi suegra no se fía", dice Estela, que quiere que sus hijos sean abogados o policías.
A Yudith le molesta mucho que en la tele siempre se hable de los gitanos como "algo diferente"."Nadie protesta por nosotras", concluye Ángeles Fernández, de 45 años. "No tenemos defensa y minan nuestra credibilidad", remata con contundencia Mari Cruz, que no se avergüenza de su mella. La cumbre sigue dentro. Ellas ahogan las penas fuera. Bailando.
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