C. G. - Varsovia
Cuando el padre de Krystyna Brydowska se alistó en el Ejército para participar en la II Guerra Mundial desapareció para siempre. Fue uno de los 22.000 soldados polacos ejecutados, una vez hechos prisioneros, por la policía secreta de Stalin, el NKVD, en 1940. Una matanza que fue encubierta por la Unión Soviética, que intentó culpar de las muertes a Alemania. Krystyna Brydowska, de 73 años, se lamenta de que no recibió la notificación oficial del fallecimiento de su padre hasta 1990: “Tuve que esperar 50 años para saber que había muerto”.
El bosque de Katyn, a donde se dirigía el avión siniestrado el sábado, es un lugar sagrado para Polonia. Allí, 4.000 soldados polacos fueron asesinados, uno a uno, de un tiro en la cabeza, y enterrados en fosas comunes. Otros 18.000 prisioneros perecieron de la misma forma en varios lugares de la URSS. Pero Katyn se ha convertido en el símbolo de todas aquellas matanzas.
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