PILAR GARRIDO CENDOYA
Mi calle era la del Arenal y hasta los años sesenta del siglo XX, todas las tiendas que había en ella eran de lujo. Saliendo de mi portal, a la izquierda, estaba la farmacia de Gayoso, donde comprábamos las necesarias medicinas. La mayoría de las veces aspirinas, que entonces hasta se vendían en sobrecitos individuales de dos en dos. El Payeski (no sé si se escribe así), una pomada muy dura que vendían en una cajita metálica que había que calentar con una vela para que al derretirse se pudiera coger una porción de ella con una espátula (aconsejado) o con el rabo de una cucharilla limpia para ser untado sobre unos granos horribles llamados forúnculos; también algún yogur porque fue en las farmacias donde empezó a comercializarse; unos gránulos deliciosos de calcio con sabor a chocolate, unos laxantes como chocolatinas, también apetitosos, y la harina de linaza para hacer cataplasmas.
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