GUILLERMO ALTARES - Madrid
Hace 18 años empezó la guerra de Bosnia, en abril de 1992, y dentro de poco se cumplirán 15 años de su cierre en falso, con los acuerdos de Dayton, firmados en el invierno de 1995 en una base estadounidense. El final de la guerra significó el final de los combates, lo que ya es mucho, pero no el principio de la paz: los problemas que desataron el conflicto siguen allí: un país, Bosnia-Herzegovina, dividido en dos estados, que reciben el nombre de entidades, la República Serbia y la Federación Croato-Musulmana, con unas fronteras interiores que nacieron de la violencia.
La semana pasada Angelina Jolie y Brad Pitt, en uno de sus tours humanitarios, recorrieron campos de desplazados en el este de Bosnia, precisamente allí dónde los crímenes por los que ahora se juzga a Radovan Karadzic, fueron especialmente masivos, con una oleada de destrucción que arrancó en la primavera de 1992 y que culminó con el asesinato de 8.000 varones musulmanes bosnios en Srebrenica en el verano de 1995. Los desplazados, como las heridas, siguen allí y desde la independencia de Kosovo numerosos institutos de estudios internacionales, políticos bosnios y periodistas han alertado sobre el peligro de que el conflicto vuelva a estallar en el inestable país balcánico.
El juicio contra Karadzic se reanuda apenas una semana después de que Serbia pidiese perdón, con forceps y con la boca pequeña, por no haber podido evitar la matanza de Srebrenica. Sin embargo, el ex líder político de los serbios de Bosnia nunca ha pedido perdón ni ha mostrado el más mínimo arrepentimiento, mientras que Ratko Mladic, el ex jefe militar y arquitecto castrense de aquellas atrocidades, sigue en libertad.
El psiquiatra nacionalista iluminado se enfrenta en La Haya a sus primeros testigos -un antiguo prisionero de un campo de concentración, Ahmet Zulic- y el tribunal ha tenido la ocasión de escuchar cómo funcionaba un sistema destinado a exterminar a una parte de la población bosnia. La petición de perdón de Belgrado vino apremiada por la necesidad de despejar su camino, todavía lejano, hacia la Unión Europea. El juicio contra Karadzic puede ser un paso en el mismo sentido, un paso no hacia la reconciliación, pero por lo menos hacia la normalización, un paso que aleje a Bosnia de los fantasmas de la violencia.
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