Los tebeos se llenaron de enmascarados y huérfanos a partir de 1940 - Una muestra rescata míticas cabeceras
TEREIXA CONSTENLA - Madrid
Un tebeo es también un tratado de sociología y un apunte
histórico. Depende del público. Un niño de la posguerra española podía
fantasear con ser el Jabato e identificarse con la hambruna insaciable
de Carpanta. Un investigador, como Luis Conde Martín, repara que en las
publicaciones juveniles de la época proliferan los huérfanos que
"encaran la vida solos" y héroes enmascarados que "ocultan vidas
anteriores o purgan errores del pasado". Una expiación sobre la que se
desconocían detalles y unos huérfanos que ignoraban, junto a sus
lectores, por qué no tenían padres.
La guerra no estaba en aquellas viñetas que, sin embargo, estaban profundamente marcadas por lo ocurrido entre 1936 y 1939. Se puede ver en la exposición Los tebeos de la posguerra, organizada por el Centro Documental de la Memoria Histórica y que hoy se inaugura en el Palacio Episcopal de Salamanca. La muestra repasa editoriales y cabeceras míticas publicadas entre 1940 y 1960 como El Capitán Trueno -el próximo año se estrena la película sobre el personaje de Víctor Mora-, Roberto Alcázar y Pedrín, El Guerrero del Antifaz -200.000 ejemplares a la semana-, Pulgarcito, TBO, Pumby, Sissi, Tio Vivo o Can Can. La muestra es una continuación natural de la dedicada a las historietas en la Guerra Civil.
La guerra no estaba en aquellas viñetas que, sin embargo, estaban profundamente marcadas por lo ocurrido entre 1936 y 1939. Se puede ver en la exposición Los tebeos de la posguerra, organizada por el Centro Documental de la Memoria Histórica y que hoy se inaugura en el Palacio Episcopal de Salamanca. La muestra repasa editoriales y cabeceras míticas publicadas entre 1940 y 1960 como El Capitán Trueno -el próximo año se estrena la película sobre el personaje de Víctor Mora-, Roberto Alcázar y Pedrín, El Guerrero del Antifaz -200.000 ejemplares a la semana-, Pulgarcito, TBO, Pumby, Sissi, Tio Vivo o Can Can. La muestra es una continuación natural de la dedicada a las historietas en la Guerra Civil.
En los primeros años, cuenta Luis Conde, comisario de la
exposición, "se advierte el empeño por utilizar el lenguaje de la
historieta con ánimo didáctico y doctrinario, con torpeza expresiva y
mucha carga ideológica". El armazón censor montado por la dictadura no
ignoró a unas publicaciones que poseían una evidente fuerza
propagandística. Caperucita se vuelve Azul o Encarnada y Flash Gordon es rebautizado como Roldán el Temerario.
"Había obsesión por los desnudos femeninos y las desviaciones
político-religiosas", escribe el comisario. La mordaza aflojó algo con
el tiempo, como evidencia Florita, una revista juvenil repleta de
chicas en pantalones que tiraban con arco, un prototipo femenino que se
habría vetado en los cuarenta.
Las mayores coacciones, según el periodista Vicent Sanchis, autor del libro Tebeos mutilados
(Ediciones B), se dan a partir de los años cincuenta, cuando el
Ministerio de Información y Turismo elabora las normas que debían acatar
editores, dibujantes y guionistas. Se prohibía tajantemente cuestionar
la autoridad paterna y se recomendaba no confundir hadas y ángeles.
No siempre esto fue a misa. Moncho Alpuente, que ha
colaborado en la exposición del Ministerio de Cultura y que tuvo como
primer tebeo de referencia el Pulgarcito, recuerda que la familia
"no quedaba muy bien parada en la crónica costumbrista, devenida en
ácida parodia, de las historietas". La emblemática familia Cebolleta,
creada por Vázquez en DDT, está liderada por Rosendo, un padre
"chupatintas y esclavizado". En la factoría Bruguera, casi todos los
protagonistas eran seres apaleados por la vida, como la criada Petra.
"Nos hicieron felices a tantos niños durante tantos años", reflexiona
Alpuente, "a costa de hacer infelices a sus héroes, siempre entrañables,
casi nunca modélicos, reflejo deformado en esperpento gráfico de un
país trágico y vestido de luto".
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