El ministro de Propaganda de Hitler era un personaje patético, con un trastorno narcisista de la personalidad, según revela el historiador alemán Peter Longerich en una biografía
LAURA LUCCHINI
Octubre de 1934, hace frío en Berlín. "El Führer no llama para la cena". Punto. Joseph Goebbels, como siempre, anota el dato en su diario. No es una buena noche, evidentemente. Un año antes Hitler había culminado su proyecto conquistando finalmente el puesto de canciller del Reich. Goebbels, una de las personas que más había luchado para conseguir este resultado y que se había convertido en el ministro de la propaganda, no había sido invitado, como de costumbre, a la cena con su jefe. Goebbels y su mujer Magda "sufren mucho por esto", según anota en su diario. "Corazones pesados en la cama".
El genio de la propaganda nunca existió. Una nueva y ambiciosa biografía quiere desmontar este mito y ofrece una nueva interpretación de la personalidad de uno de los personajes más inquietantes de la época nazi en Alemania. Joseph Goebbels, gran director de la orquesta mediática que hizo triunfar al Führer y que permitió alcanzar el consenso necesario para el exterminio de los judíos, padecía un trastorno narcisista de la personalidad, fruto de un trauma de la infancia. Necesitaba depender de alguien, por eso, cuando conoció a Adolf Hitler se entregó a él como a un "redentor". Todas sus acciones estuvieron profundamente condicionadas por su "constante necesidad de reconocimiento".
Esta es la tesis del historiador alemán Peter Longerich, profesor en la Royal Holloway University de Londres, y uno de los más célebres expertos del Tercer Reich (su biografía de Heinrich Himmler ha sido publicada en castellano por RBA). En Goebbels-Biographie (Goebbels-Biografía), publicada por la editorial alemana Siedler, Goebbels es retratado como un ministro de la propaganda que logró reunir al pueblo alrededor de su dictador, porque, más allá del estricto cumplimiento de su tarea, su entrega a la causa nazi coincidía con las necesidades vitales de su personalidad enfermiza. El mito y la figura de Goebbels son analizados a fondo en un volumen de 912 páginas, que llega a una conclusión definitiva: "Consiguió que triunfara la mentira sobre su vida".
La tarea no era fácil. Hay abundante bibliografía sobre la vida del fiel ministro de propaganda del Tercer Reich. Solo en 2009 se publicaron dos obras que analizaban su papel histórico. La razón de esta proliferación de publicaciones se debe fundamentalmente a que, al contrario que los demás miembros del partido nazi (NSDAP), Goebbels dejó tras de sí una cantidad ingente de documentos que recogen muchos detalles tanto de su vida privada como de la pública: 6.783 folios escritos a mano y recopilados en 23 diarios y 34.609 páginas dictadas, todos los días, a su secretaria. Además, se cuentan también cientos de artículos publicados en la prensa del régimen, el Völkischer Beobachter (El Observador Popular), Der Angriff (El Ataque) y Das Reich. Goebbels fue, sin duda, uno de los hombres con mayor producción literaria de su tiempo.
Longerich ha realizado su trabajo analizando exhaustivamente los diarios de Goebbels y su resultado es una monumental biografía bajo la forma de un diario comentado. El propio biografiado le da la pauta del trabajo. Goebbels lo apunta todo: la República de Weimar se encuentra al final de 1923 en una profunda crisis, el sistema monetario se ha hundido, la inflación galopa, muchas personas pierden sus bienes y posesiones. También Joseph Goebbels se inscribe en las oficinas del paro. El Banco de Colonia lo ha despedido. Se queja de los "malabaristas de las finanzas", que se aprovechan de la crisis. "Echamos de menos en Alemania una mano fuerte", anota, puntual, en su diario, "dejar de hablar y de experimentar y empezar a trabajar con seriedad". Goebbels parece ver la luz en el golpista Adolf Hitler y en el movimiento nacionalsocialista que despunta. El 12 de julio de 1924, en Weimar, ve al Führer en persona por primera vez. "Estoy afuera, asomado a la ventana y lloro como un niño pequeño... me siento otro. Ahora sé claramente que él es quien dirige, nació como líder. Por este hombre estoy dispuesto a hacer cualquier cosa".
Sus impresiones, sus pensamientos, los detalles más insignificantes de cada día, así como los acontecimientos que cambiaron su atormentada existencia; todo queda escrito. Anota también, obsesivamente, sus encuentros sexuales, con frases muy escuetas acerca del tipo de encuentro, en las que aparecen una serie de números que indican el orden en que sucedieron. Acerca de la primera noche con su futura mujer, Magda Quandt, también íntima amiga de Adolf Hitler, escribe: "Por la noche llega Magda Quandt, y se queda mucho tiempo. Florece en una fascinante dulzura rubia. ¡Hasta qué punto eres mi reina!". Al final del apunte, Goebbels anota la cifra "1". Es la primera vez que hace el amor con su futura esposa. En notas que llegan más tarde escribirá lacónicamente: "Más tarde Magda se va 2, 3". O también: "Por la noche Magda: 4, 5". Luego, simplemente, "Magda, 6, 7", etcétera.
Sin embargo, hay detalles que apenas aparecen. Sin más comentarios, se refiere una vez a sí mismo con una palabra: "ekelhaft", repugnante. A los cuatro años fue víctima de una osteomielitis que le atrofió la pierna derecha. Su pie era corto, hinchado y torcido hacia dentro. Goebbels tenía que usar calzado ortopédico. Tampoco hay muchos rastros, entre sus anotaciones infinitas, de su infancia atormentada y poco feliz. "La avidez de poder de Goebbels se puede interpretar como el intento de compensar su minusvalía física y su procedencia marcadamente pequeñoburguesa", explica Longherich en una entrevista con EL PAÍS en la cafetería del hotel Savoy en Berlín.
Pero la clave de su personalidad, según el historiador alemán, hay que buscarla precisamente en su niñez y en la relación de total dependencia que estableció con el Führer. "Goebbels presenta en su totalidad los síntomas clásicos de un trastorno narcisista de la personalidad", asegura Peter Longherich. "Esta patología tiene su origen posiblemente en un insuficiente desarrollo de su autonomía en la primera infancia, es decir, en torno al año o a los tres años de edad. Como consecuencia, había desarrollado una necesidad patológica del reconocimiento ajeno". Adolf Hitler era la persona que llenaba completamente esa necesidad de estima exterior.
Incluso el matrimonio de Goebbels fue pactado, bajo condiciones dictadas por el Führer: "Hitler se había enamorado de Magda. El matrimonio fue un arreglo entre los tres. Hitler pasó a ser de alguna forma un miembro de la familia, ya que no tenía familia propia", asegura el historiador. De hecho, el Führer pasaba sus vacaciones y su tiempo libre con la familia Goebbels y Magda estaba autorizada a pasar tardes o hasta días enteros a solas con él. "Goebbels anota estos encuentros de manera lacónica, pues no puede evitarlo. Se percibe un fondo de melancolía".
Nunca la cercanía entre los dos fue tan grande como en la muerte. El 1 de mayo de 1945, después de que su mujer asesinara con un somnífero a sus seis hijos, ambos se quitaron la vida. Goebbels fue el único entre los más cercanos colaboradores del Führer que se unía así a Hitler, solo un día después de su muerte. No se suicidaron Martin Bormann ni Heinrich Himmler, ni tampoco el gran arquitecto del Reich Albert Speer. Pero el ministro de la propaganda quiso identificarse así con su redentor.
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