El historiador Philipp Blom recorre en un ensayo los traumáticos cambios de la 'belle époque' (1900-1914) y establece paralelismos con el arranque del nuevo milenio
Philipp Blom (Hamburgo, 1970) escoge para abrir su ensayo Años de vértigo. Cultura y cambio en Occidente, 1900-1914 (Anagrama) una imagen emblemática, que nos ha hurtado la edición española: Grand Prix de Circuit de la Seine, tomada por el fotógrafo Jacques-Henri Lartigue el 26 de julio de 1912. Escribe Blom que Lartigue quería captar la esencia de su tiempo: la velocidad, la energía y la potencia del bólido que se acercaba; pero que cuando vio el resultado, con el encuadre descabalgado y la imagen distorsionada, descartó la fotografía. La rescató 40 años después y se convirtió instantáneamente en un icono de la modernidad.
Es el periodo de tiempo que tardó la sociedad en recuperar el gigantesco impulso que se produjo en los tres lustros que van desde el comienzo del siglo XX -la Exposición Universal de París, con sus 50 millones de visitantes sería el punto de partida- hasta el estallido de la I Guerra Mundial. Son 15 años de cambios vertiginosos durante los que se formulan las bases de todo el pensamiento contemporáneo, tanto en el campo de la cultura y las artes como en el del pensamiento, y también en el de las ciencias: del psicoanálisis al feminismo más radical y a los cambios profundos en los roles sociales; de las vanguardias artísticas a los grandes descubrimientos científicos de los que todavía vivimos, como la teoría de la relatividad de Albert Einstein, el descubrimiento de la radiactividad por los esposos Curie o la utilización de la electricidad.
El error, explica Blom, ha sido contemplar aquel periodo, que dio en llamarse la belle époque, siempre desde el futuro, buscando en ella el origen del mal, la explicación de cómo se llegó a la guerra más mortífera de la humanidad. En su libro propone el ejercicio -que reconoce imposible- de hacer abstracción de la guerra y sus consecuencias y centrarse exclusivamente en aquel presente, que en muchas cosas es tan parecido al nuestro.
Blom, que en España ha publicado el excelente Encyclopédie. El triunfo de la razón en tiempos irracionales (Anagrama) -recientemente reeditado- no participa del concepto del "siglo corto" acuñado por el historiador Eric Hobsbawm, que delimita el siglo XX entre 1914, con el asesinato de Sarajevo, y 1989 con la caída del muro de Berlín. No sería el siglo de las guerras y los totalitarismos, sino el de las transformaciones que prefigura este arranque esplendoroso. La guerra sería una más de las grandes guerras europeas -"como la Guerra de los 30 Años en el siglo XVII"- que se extiende desde 1914 hasta 1945. "Los enemigos son los mismos y el conflicto es esencialmente el mismo", señala, "y permanece durante todo el tiempo. Tampoco la Guerra de los 30 Años fue una batalla que duró desde 1618 hasta 1648, también hubo periodos de calma".
El impulso de aquellos años de vértigo se vio truncado por el conflicto y las consecuencias de repliegue y conservadurismo que siguen a las tragedias, y muchas de las propuestas no se retomaron hasta bien entrada la década de 1950. "Pero todo estaba allí", insiste Blom, "en arte tal vez se han utilizado nuevos medios como el vídeo, pero no hay nada que no hubieran descubierto Klimt, Picasso o Duchamp", señala.
La industrialización, que conlleva la migración del campo a la ciudad y la transformación radical de las identidades rurales, está detrás de aquel momento histórico que, citando a Max Weber, Blom define como "un tren a toda marcha", y recuerda que ya entonces había trenes que alcanzaban los 200 kilómetros por hora. Es también una época en la que el cambio de roles desemboca en cierta crisis de la masculinidad -extraordinario el repaso a los anuncios de las últimas páginas de la prensa sobre la virilidad que recuerdan el increase your penis de nuestro spam-, que la medicina de la época diagnostica como neurastenia (neoyorquitis, porque la padecían los habitantes de Nueva York), resultado de la aceleración permanente en que se vivía. Algo a lo que no somos ajenos. ¿Qué es sino el estrés?
El paralelismo con nuestro tiempo y el cambio global está hecho. Incluido la influencia determinante de los mercados. Años de vértigo analiza a fondo el drama del colonialismo y entra en el detalle del genocidio del Congo, recuperando otra figura histórica, la de Edward Morel, que junto al irlandés Roger Casement, lo denuncia hasta conseguir que Leopoldo, el rey de los belgas, se vea obligado a vender su negocio.
Pero si hay muchas similitudes entre aquel pasado y nuestro presente, también hay algunas diferencias sustanciales. En ambos casos hay una sensación de pérdida de control, con la salvedad de que nuestros bisabuelos tenían grandes esperanzas en el futuro. Todas las ideologías y movimientos, desde el comunismo al fascismo pasando por el vegetarianismo o el nudismo, estaban presentes y con ellas se quería construir un mundo mejor. Hoy día, señala, "el futuro ya no es una promesa sino una amenaza; ahora lo que queremos es evitar que llegue el futuro, pretendemos vivir en un presente sin fin, y un presente infinito es imposible".
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