Un fontanero gallego se prestó a ser el primer trasplantado de corazón de España en un experimento del yerno de Franco, pero murió a las 27 horas
SILVIA R. PONTEVEDRA - Santiago
Martínez Bordiú, preparándose para unha operación |
"El paciente era un caso perdido", se justificó el yerno de Franco, Cristóbal Martínez Bordiú, cuando anunció a los periodistas que hacían guardia en el vestíbulo de La Paz la muerte del fontanero de Padrón. Con lo bien que hubiera estado aquel golpe de efecto nacional ante el mundo entero, en pleno año 68, nueve meses después de que Christiaan Barnard lo lograse en Cape Town. Pero no, el primer trasplantado de corazón español se le escapó de las manos al médico, no sobrevivió al quirófano más que 27 horas, y ni a su viuda ni al viudo de la donante, que tardó en asimilar que a su mujer la enterraran sin corazón, les valió de gran consuelo el haber servido al país.
"Han hecho ustedes por España más de lo que piensan", llegó a comentarles a modo de condolencia el director del hospital. Y hasta se podría decir que alivió ligeramente sus cuitas el hecho de que la Seguridad Social costease, sin flores, las pompas fúnebres, siendo como eran los protagonistas de esta historia de condición humilde.
El marqués de Villaverde, que aspiraba a pasar a la historia por este hito, se confesaba "desolado", pero ante la prensa defendió su eficacia profesional y atribuyó la muerte del gallego Juan Alfonso Rodríguez Grille a "complicaciones extra-cardíacas", porque, como ya había afirmado un día antes, la intervención había sido "un éxito". Era, eso es cierto, la primera vez que en España se intentaba trasplantar un corazón humano, pero hoy la Organización Nacional de Trasplantes no la toma como referencia, solo la considera una "anécdota del régimen". Tendrían que pasar aún 16 años para que se llevase a cabo en el Hospital San Pablo de Barcelona el que la medicina considera primer trasplante cardíaco, aunque el paciente no sobrevivió más que nueve meses.
Juan Alfonso Rodríguez Grille, de 40 años, fue operado durante cinco horas en la madrugada del 18 de septiembre de 1968, casualmente el mismo día en que el hermano de Barnard viajaba a España y quedaba para cenar con Martínez Bordiú. El médico español siempre se preocupó por labrarse una amistad con los sudafricanos. En 1975, con el Generalísimo agonizante, al fin después de varios intentos el marqués lograba traer a España al Barnard más famoso, y Eduardo Barreiros, el magnate ourensano de la automoción, hacía lo posible por asegurarle una estancia placentera. Organizaba una cacería para agasajarlo y hasta le regalaba un visón a su esposa. Barreiros pertenecía al círculo de íntimos del yerno del dictador. En 1968, cuando el trasplante, también echó un cable a su manera para que Martínez Bordiú se colgase la medalla: puso a disposición del equipo quirúrgico una avioneta de su propiedad para trasladar de urgencia las muestras de tejido a París, donde se debían realizar las pruebas de compatibilidad entre la difunta y el esperanzado padronés.
Rodríguez Grille, que en sus años mozos había sido conserje de la delegación en Padrón del Frente de Juventudes, se prestó al ensayo porque los médicos le habían pintado un futuro muy negro. Según relataba la prensa de la época, el vecino que hoy ya nadie recuerda en Padrón arrastraba una salud precaria desde que dejó su localidad natal para irse a trabajar como listero a Santiago. Con 28 años, un cirujano de Compostela ya le había tenido que extirpar el bazo, y con 34 el mismo médico le practicó una resección de estómago.
En 1963 emigró a Madrid, donde ya se había casado su hermana, se colocó de fontanero y conoció a la que tres años después se convertiría en su mujer, Estrella Boga. Tuvieron una niña. Murió al nacer. Y lo intentaron de nuevo. Cuando Martínez Bordiú le abrió el pecho, al fin Grille era padre de María Jesús, una cría sana de nueve meses. Antes de entrar en el quirófano, además de confesarse, lo único que pidió fue verla.
No era un hombre con suerte. Había perdido a su madre, atropellada por un camión en su pueblo, la misma forma de morir que le permitió probar un corazón ajeno. La donante, Aurelia Isidro, vecina de Meco de 46 años y madre de cuatro hijos, también había sido arrollada por un tráiler. En 1967, Juan Alfonso Rodríguez Grille se había vuelto a sentir mal. Sufría constantes vómitos, que los médicos achacaron a un trastorno hepático, y luego empezó a tener taquicardias, unas cinco al día que, según describió a la prensa Martínez Bordiú, le hacían "morir varias veces" cada jornada.
En el transplante trabajaron unas 40 personas. Y al día siguiente, el propio Marius Barnard, que además de ser hermano de Christiaan era médico, examinó con sus propias manos el corazón extirpado del gallego. Dijo, o al menos eso fue lo que se le contó a los medios de comunicación congregados en La Paz, que por sus características anatómicas era una pieza de museo.
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