En el día
internacional de los derechos humanos, Julia Cortez, presidenta de la AJR de
Guatemala reivindica la memoria de las víctimas de los gobiernos militares
PATRICIA
CAMPELO Madrid 11/12/2010
Julia es una mujer
valiente y sosegada. Lo dice la impávida expresión de su rostro y sus manos
pequeñas con las que acompasa cada palabra que pronuncia. Se define con
humildad como "una ama de casa" que trabaja las tierras que dan de
comer a su familia y retiene el dato sobre su labor de militancia hasta que no
se le pregunta directamente.
Julia Cortez Tecú es la
presidenta de la Asociación Justicia y Reconciliación (AJR), entidad invitada
por la Fundación Paz y Solidaridad (CCOO) para que den a conocer en España el
trabajo que desarrollan en Guatemala en el ámbito de los derechos humanos y de
la recuperación de la memoria histórica.
Con motivo del Día
Internacional de los Derechos Humanos, Julia, en representación de la AJR, ha
tenido la primera oportunidad de visitar España y conocer a miembros de las
asociaciones de memoria, integradas en la Plataforma contra la Impunidad del
Franquismo, con quienes se ha reunido para compartir experiencias y plantear
posibles modos de colaboración.
Víctima del genocidio
La circunstancia familiar
llevó a la presidenta de la AJR a emprender el camino de la militancia en los
derechos humanos. Es hija y hermana de dos víctimas del genocidio maya que asoló
Guatemala durante la conflicto armado
interno que desangró el país entre 1960 y 1994, y que alcanzó su
mayor punto de brutalidad en la década de los 80.
"Trabajamos por las víctimas
de los años 80 a 1996 porque fueron años muy duros, donde no se respetaban los
derechos fundamentales", rememora Julia, quien subraya que es el momento
de que los que sobrevivieron a la tragedia busquen justicia y "que no
queden impunes los delitos".
El testimonio de la
presidenta de la AJR es el de una mujer que no tiene miedo, a pesar de las
represalias que existen en su país contra quienes
militan en defensa de la justicia.
Recuerdo colectivo
En Rabinal recuerdan cada
una de las fechas en que se masacraron a sus seres queridos. La AJR, formada
por 300 miembros, realiza 22 conmemoraciones al año en las cinco regiones donde
desarrolla su labor.
El trabajo que realizan
por "recordar y no olvidar" lleva a las víctimas a organizar actos,
desde hace diez años, en colaboración con otras comunidades afectadas por la
represión de los gobiernos militares, y, de esta manera, construyen su duelo
de manera colectiva: "Una vez al año hacemos un encuentro con otras
comunidades con las que compartimos el dolor por la pérdidas de nuestros
familiares", relata Julia.
Los paralelismos con el
movimiento ciudadano de la recuperación de la memoria histórica en España son más
que evidentes. "En el año 2000 comenzó la asociación porque empezaron a
producirse las primeras exhumaciones", señala la activista sobre lo que
fue el cumplimiento, por parte del Estado guatemalteco, de una de las
recomendaciones que le hizo la Comisión para el Esclarecimiento Histórico
(CEH), al amparo de las Naciones Unidas, tres años después de finalizar el
conflicto armado.
A pesar de los mecanismos
de la comunidad internacional para lograr verdad, justicia y reparación
"el Estado no ha hecho lo suficiente", denuncia Julia, quien confía
en que un nuevo cambio que se dará pronto en el Ministerio Público, "retome
su causa y pueda hacerse justicia". Asimismo señala que parte de la
reparación insuficiente del Gobierno de Guatemala consistió en "levantar
unas casas para las víctimas que pasados unos tres años se venían abajo".
Visibilizar el genocidio
Dar a conocer la historia
hace que no vuelva a repetirse". La líder de AJR conoce bien la máxima de
Churchill que repite con frecuencia porque considera muy importante que
"los testigos del genocidio certifiquen lo que pasó y que no se
olvide".
Transmitir la memoria histórica
a los jóvenes es una tarea vital que la asociación no ha descuidado. "Por
lamentable que sea lo que pasó, no podemos esconder la historia a la juventud
aunque - reconoce Julia- hay historias horribles que no se han contado por la
dureza de su relato".
Consciente de las críticas
que suscita su compromiso social, responde a quienes tratan de acallar a los
militantes de AJR aduciendo que "tanto recordar, acabará repitiéndose la
tragedia". "Dando a conocer la verdad, concienciamos a los jóvenes
para que no repitan los errores del pasado", insiste.
Uno de los recursos que
utiliza esta entidad es el de la "memoria fotográfica". El pasado
noviembre, más de 2.000 nombres y fotografías de mujeres, hombres, ancianos y
niños asesinados por militares entre 1981 y 1982, llenaron la pared de un
cementerio de Rabinal en un acto simbólico "por el recuerdo y la
dignidad" de las más de 200.000 víctimas entre muertos y desaparecidos que
dejó el conflicto, según el informe de la CEH.
Difícil reconciliación
La AJR busca "que no
queden impunes los responsables de torturas, asesinatos, violaciones y demás
agresiones terribles" y reconoce Julia que la "reconciliación"
que la propia asociación lleva por nombre es un concepto que a ella le cuesta
mucho asimilar. "Reconciliar es algo que no podremos hacer".
Esta campesina y ama de
casa encuentra un punto de satisfacción en su lucha al sentir que lleva consigo
"la memoria" de sus "seres queridos" y que contribuye
activamente a "visibilizar lo que sucedió", como superviviente de
una tragedia que la llevó cuatro años a vivir en la montaña.
"Tras la masacre del
15 de septiembre de 1980 a los campesinos de mi región, tuvimos que refugiarnos
en las montañas para salvar la vida", un lugar en el que asegura no haber
visto "a ningún guerrillero". "Los soldados nos acusaban de ser
la guerrilla, pero vivíamos allí solo para defender nuestras vidas".
Como prueba que refuta sus
palabras, Julia esgrime un último argumento: "En las exhumaciones de
aquellos campesinos no apareció ni una sola arma de fuego".
El
cuerpo de la hermana de la presidenta de la AJR fue hallado recientemente. El
de su padre, en cambio, continúa buscándolo. Ambos fueron asesinados durante el
exilio interior que vivieron huyendo de los militares.
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