martes, 14 de decembro de 2010

El gallego que transformó Barcelona


Un libro recuerda al ferrolano que impulsó la Exposición Universal de 1888 en la capital catalana

MARCOS DOESPIRITUSANTO  -  Barcelona
EL PAÍS - 25-11-2010
Exposición Universal de Barcelona, 1888
El siglo XIX estaba llegando a su fin y la ciudad de Barcelona se preparó para dar acogida, en el año 1888, a la primera gran Exposición Universal celebrada en España. Aquel hecho marcaría el despegue urbanístico de la ciudad, además de contribuir a dar empuje a un movimiento, el modernismo, sin parangón en el resto de Europa. Con el objetivo de mostrar su mejor cara al mundo, Barcelona se engalanó de cabo a rabo y tomaron forma algunos emblemas arquitectónicos de la ciudad, como la Plaza Cataluña, el Arco del Triunfo o la estatua de Colón. La exposición resultó ser todo un éxito y sus pabellones atrajeron a más de cinco millones de visitantes.
El infortunio histórico hizo, sin embargo, que el protagonismo de aquella muestra revertiese en quien, quizás, menos lo merecía. Sobre Francesc Rius i Taulet, alcalde de la ciudad por entonces, recayó el reconocimiento por haber promovido un evento que había contribuido, definitivamente, a la apertura de Barcelona al viejo continente. El Centro Galego de Barcelona acogió el pasado martes la presentación de una investigación que acaba de ver la luz en forma de biografía y en la que se revela que el gran artífice de aquel proyecto fue, en realidad, Eugenio Rufino Serrano de Casanova, un ferrolano afincado en la capital catalana que, durante todo este tiempo, había pasado desapercibido para gran parte de la historiografía de la ciudad.

El gallego Juan Prados Tizón y el catalán Jaume Rodón Lluís, dos ingenieros jubilados que se declaran apasionados por el urbanismo, han sido los encargados de resucitar la figura de Casanova, al que llegaron casi por casualidad. "Acudimos a una visita guiada por Barcelona y, en el Arco de Triunfo, el guía nos explicó que el gran promotor de la Exposición del 88 había sido un gallego llamado Eugenio Serrano de Casanova", explica Prados. A partir de ahí, los dos amigos se pusieron manos a la obra y se sumergieron en los archivos municipales y en la prensa del momento para intentar recuperar la memoria del ferrolano. "A medida que íbamos descubriendo más facetas de su vida, nos fuimos dando cuenta de la dimensión del personaje", confiesa Prados.

Eugenio Serrano de Casanova nació en 1841 en Neda (Ferrol), en el seno de una familia acomodada. Su padre, Martín Serrano, llegó a ejercer la alcaldía de la villa ferrolana en dos ocasiones y era propietario de una fábrica de curtidos. A los 18 años, Eugenio se trasladó a Madrid, donde inició sus estudios mercantiles para acabar enrolándose en el ejército carlista, en el que consiguió un puesto como capitán de Administración militar. Años más tarde, se trasladó a Barcelona para participar en la segunda guerra carlista.

"Acabada la contienda, decide romper con su pasado militar y trasladarse a París, donde crea la revista Gazette des touristes, desde la que promociona el turismo termal, su ámbito de especialización como profesor mercantil", explica Prados. En el año 1873 acude a la Exposición Internacional de Viena y queda fascinado por la envergadura del acontecimiento. Tres años después, es nombrado secretario de la Exposición de Filadelfia. A partir de este momento, su trayectoria estará marcada por la participación como comisario regio de España en todas las exposiciones universales que se celebran en Europa: París, Frankfurt, Burdeos, Ámsterdam, Niza, Amberes y Liverpool.

A la altura de 1885 se ve preparado para crear una exposición en España y regresa a Barcelona. "Elige esta ciudad por su cercanía a Francia, hecho que, sin duda, atraería a más visitantes. Además, en la capital catalana existía ya un caldo de cultivo latente a favor de la celebración de un evento de este tipo", señala Prados. Tras contactar con el alcalde de la ciudad, Francesc Rius i Taulet, recibe el visto bueno institucional y se pone al mando de un proyecto faraónico, dado el escaso margen de tiempo con que contaba para montar los pabellones. Pese a la pericia mostrada en la gestión del proyecto, no pasó mucho tiempo hasta que Casanova recibió el revés de los poderes fácticos de la ciudad, que se percataron de la dimensión que iba alcanzar la exposición y quisieron sacarle un rédito personal. "Cuando toda la infraestructura estaba prácticamente acabada, desde el Ayuntamiento se le aumentó el presupuesto y Casanova no pudo responder, por lo que tuvo que acabar abandonándolo", afirma el autor.

A partir de ese momento, Casanova pasó a un segundo plano y desapareció, como de un plumazo, de la prensa del momento. Sin embargo, tal y como demuestra el libro Eugenio R. Serrano de Casanova. Un nedense universal (editado por el Concello de Neda) sin su aportación, difícilmente la muestra se hubiese podido llevar a cabo. Hecho que confirma el periodista catalán Lluís Permanyer, que acompañó a los autores en la presentación, al afirmar que "como ideólogo y ejecutor de la exposición, es mérito de Serrano el que hoy en día Barcelona esté situada como ciudad de referencia".

Casanova murió en el año 1920 en Barcelona. El anonimato le acompañó incluso a la tumba y sus restos acabaron en una fosa común del cementerio de Montjuic. Ahora, y gracias a la salida a la luz de esta biografía, la Fundación Rius i Virgili, una entidad privada de índole cultural, se ha puesto en contacto con los autores del libro para ofrecerles un espacio en un panteón del mismo cementerio. Está previsto que para la festividad de Todos los Santos del próximo año se coloque allí una placa en su honor. Su cuerpo no será trasladado al nicho, por lo caro del proceso, pero al menos quedará constancia de aquel gallego que, un día, transformó Barcelona.

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