Por: Jacinto Antón | 02 de marzo de
2012
Cuesta imaginar a alguien que fuera peor persona que el Obergruppenführer
de las SS Reinhard Heydrich (1904-1942). Incluso para ser un nazi, y de los
gordos, destacaba por su maldad -miren esa expresión reconcentradamente cruel
de su rostro-. Para que Hitler lo bautizara como "el hombre con el corazón
de hierro"... Así que es curioso que de repente sea tan popular:
¡hasta tres novelas recientes lo tienen como personaje central!: la literaria y
exitosa HHhH, de Laurent Binet (Seix Barral, 2011, ya va por la novena
edición); Prague fatale, de Philip Kerr, la estupenda nueva aventura del
detective Bernie Gunther (Quercus, 2011: la publicará próximamente en España
RBA), y la interesante ucronía The man with the iron heart, un thriller
bélico, de Harry Turtledove (Ballantine, 2010).
Pero es que además, Heydrich y su asesinato, del que se cumplen este 27 de
mayo 70 años, aniversario que será ampliamente celebrado, sobre todo por los
checos que tanto sufrieron al tenebroso representante de Hitler (oficialmente
Reichprotektor de Bohemia y Moravia), son el tema de una obra de arte
contemporáneo, una vídeo instalación del documentarista Jan Kaplan titulada 10:35
-la hora del atentado-, y que se exhibe en el DOX Centre for Contemporany Art
en Praga. La instalación está basada en el filme del propio Kaplan SS-3 (la
matrícula del coche oficial, un Mercedes 320, en el que circulaba Heydrich al
ser atacado), una reconstrucción pormenorizada del atentado -vean abajo una
imagen- que se proyectará en la Wiener Library de Londres con motivo del
aniversario, junto al clásico The silent village, una película de 1943
que recrea la salvaje destrucción del pueblo de Lidice por los nazis en
venganza por la muerte del gerifalte nazi.
Conocido como "el carnicero de Praga", "el verdugo favorito
de Hitler" y "la bestia rubia", que ya son apelativos, Heydrich,
general de la policía y las SS, la araña en el centro de la gran red de los
servicios de seguridad del III Reich, fue el eficiente responsable de diseñar
organizativamente la Solución Final, el exterminio de los judíos. Mano derecha
de Himmler, Heydrich organizó e hizo de anfitrión de la Conferencia de Wannsee,
en la que se pespunteó, por así decirlo, el Holocausto, y el el responsable
administrativo de los Einsatzgruppen y su carrera de muerte en el Este. En una
muestra de que en el mundo a veces hay justicia, el siniestro individuo fue
asesinado como queda dicho en 1942 en Praga, donde ejercía arrogantemente y con
extrema brutalidad de virrey de Hitler, por un comando de paracaidistas
checoslovacos libres instruidos por los servicios secretos británicos.
La operación, denominada Antropoide, fue planeada cuidadosamente y
ejecutada, como suele pasar, con una buena cantidad de chapuza y mala suerte
que incluyó que al encargado de rociar el automóvil (y a Heydrich) de balas se
le atascara la metralleteta Sten, por lo demás siempre tan fiable. Heydrich,
que falleció en un hospital el 4 de junio a resultas de las heridas que le
produjo la bomba que le arrojaron como segunda opción los paracaidistas, tiene
el dudoso honor de haber sido el único jerarca nazi al que se consiguió matar
durante la guerra. Ello sin embargo tuvo un coste terrible para los
checoslovacos pues los alemanes en represalia asesinaron a millares de ellos,
aparte de cometer atrocidades sin cuento como presentarle a uno de los
cómplices del atentado la cabeza de su madre en una pecera.
"Tener de protagonista al verdugo es interesante", me dijo
Laurent Binet cuando le pregunté porqué escribir una novela sobre un depredador
como Heydrich. Su aproximación es curiosa por premeditadamente naif: se relata
a sí mismo como autor novel, alguien sobrepasado por la dimensión de su
propósito, embarcado en la compleja tesitura de lograr una forma de escribir
sobre el nazi. Seguimos sus avances y retrocesos, sus dudas, sus
investigaciones y descubrimientos. Su introducción en la historia es a través
de los dos principales miembros del comando que mató a la fiera nazi, Gabcik y
Kubis, pero ahí están en el recorrido todos los elementos que despiertan en
tantos de nosotros la fascinación por Heydrich, tan parecida a la que provoca
una serpiente especialmente venenosa."Heydrich impresiona", apunta
Binet.
Y es que Heydrich, a diferencia de otros nazis que no pasaban de groseros
mamporreros tiene además de sus pecados una biografía de villano literario casi
perfecto: atractivo (si te gustan los ideales arios), violinista -"como
Sherlock Holmes"- , esgrimista, marino (estimulado por Von Luckner, Der
Seeteufel, el diablo de los mares), piloto de caza, enredado en espionaje,
mujeriego, acomplejado por su tono de voz chillón. Algunos episodios de su
biografía parecen incluso demasiado buenos para ser verdad: el envenenamiento
reversible de su subordinado Schellenberg por sospechar que era amante de su
mujer, su obsesión por borrar las huellas de un supuesto pasado judío, su
rivalidad con el almirante Canaris, la creación del salón Kitty, el burdel
regentado por las SS ...
Binet habla del "turismo de la historia" en relación a eso que
hemos hecho muchos como él, seguir en Praga el "itinerario Heydrich":
visitar la calle donde fue emboscado, el museo donde se recuerda el atentado y
se exhibe el coche, la cripta en la que se escondieron los comandos y se
suicidaron tras aguantar un asedio épico, el bar U parasutistu (Los
paracaidistas)... El escritor ha conjurado el problema de hacer de
Heydrich alguien demasiado atractivo, malignamente atractivo, mostrando su lado
grotesco y echándole ironía a la novela. Y es que ¡ojo con Heydrich!, el único
jerarca nazi de hechuras homologables a los ideales del partido y las SS, el
único desparecido en pleno apogeo del III Reich, el único enterrado por su
pares con grandielocuencia wagneriana y el único que no hubo de enfrentarse a
la derrota y/o a los tribunales. No tuvo como los otros pares de Hitler tiempo
de ser desleal. "Es un icono de los neonazis por todo eso", recuerda
Binet. "Y era el único rubio". Compárenlo con su jefe Himmler, al que
Binet describe muy elocuentemente como "hámster con gafitas", y
perdonen los hámsters.
Con Binet pasé un buen rato hablando de la bibliografía y de las películas
sobre Heydrich, al que han dado vida -solo relativa gracias a Dios, Kenneth
Branagh y John Carradine-. Como yo, Binet se compró, por la enorme
documentación que aporta, los dos siniestros volúmenes ilustrados de la
biografía muy pormenorizada pero de tufillo hagiográfico de Max Williams (Ulric
Publishing). Mi ensayo favorito sobre el atentado sigue siendo The killing
of Reinhard Heydrich, de Callum MacDonald (Da Capo, 1998).
Si HHhH (por la frase corriente en las SS "Himmlers Hirn heisst
Heydrich", "el cerebro de Himmler se llama Heydrich") es una
aproximación metaliteraria y metahistórica a nuestro personaje, Prague
fatale, de Philip Kerr es una novela mucho más convencional, lo que no
quiere decir menos interesante. Me siento incapaz de no anotar aquí la profunda
antipatía que sienten ambos, Binet y Kerr, no por Heydrich (que también, claro)
sino por un colega que, por cierto, hace aparecer asimismo al Reichprotektor en
su novela Las benévolas: Jonathan Littell.
Prague fatale, octava entrega de la serie
protagonizada por el comisario Bernie Gunther, es un magistral ejercicio de
virtuosismo de Kerr: una novela de crímenes a lo Agatha Christie (parda)
ambientada en el castillo de Praga en el que tiene su cuartel general Heydrich
y en el que se encuentran circunstancialmente reunidos algunos de los peores
jefes de las SS. Si en los relatos canónicos de la gran dama el sospechoso es
el mayordomo aquí lo es el Oberscharführer SS. La trasposición, respetando
todos los códigos del g,enero, resulta enormemente entretenida, más aún porque
en el centro de la trama está, con toda su maléfica estatura, Heydrich, y
porque el encargado de investigar el asesinato en el castillo es el bueno de
Bernie.
Llamado a Praga por el Reichprotektor, que es verdad que era un fan de las
novelas de detectives, para que le haga de guardaespaldas y asesor policial -la
alternativa para Bernie es volver a una unidad cazapartisanos en Ucrania-,
nuestro detective es puesto a investigar el asesinato de un capitán de las SD
en un escenario clásico de crimen de habitación cerrada y en el que que todos
los mandos de las SS (¡eso sí que son diez negritos!) resultan sospechosos.
Gunther los interroga uno a uno no sin dejar de pensar lo absurdo de tratar de
esclarecer quién mató al Hauptsurmführer entre semejante caterva de criminales,
todos culpables de cosas muchísimo peores. Como además el propio asesinado era
miembro de un Einsatzgruppen dedicado a exterminar judíos, pues la pesquisa no
parece tener demasiado sentido: por lo de hacer justicia, vamos.
"Investigar un asesinato en otoño de 1941 era como arrestar a un hombre
por vagancia durante la Gran Depresión". El llamado síndrome de La
noche de los generales, que digo yo.
Paralelamente, Gunther se ve inmerso en la lucha de los servicios secretos
nazis por desactivar una célula de la resistencia checa, en conspiraciones
internas y en las redes del maquiavélico y mefistofélico Heydrich ansioso de
corromperlo. "Haremos tí un buen nazi, Bertie". El choque entre las
inteligencias de ambos, moral una, inmoral la otra, es de lo mejor de la
novela. Por supuesto, hay una chica en medio. Se nota que Kerr, como Binet,
está preocupado porque Heydrich, con su raciocinio y su cinismo, algo
holmesianos, pueda llegar a caernos simpático. Conjura muy bien el riesgo: el
repulsivo criminal siempre está ahí. Miren esta descripción de Bernie: "Yo
prefería el perfil de Heydrich, cuando estaba de perfil significaba que no
estaba mirándote. Cuando te miraba te sentías como la indefensa presa de algún
animal mortífero. Era una cara sin expresión bajo la cual maquinaba un cálculo
brutal". Parece que describa un tiburón.
Como siempre, la ambientación de la novela es perfecta. Desde el hedor de
la transpiración de los berlineses por falta de productos de higiene en el
cénit de la II Guerra Mundial que obliga a viajar en tranvía con una naranja
pegada a la nariz hasta la paranoia con la omnipresente Gestapo. Kerr por
supuesto aprovecha la oportunidad de visitar la Praga de Heydrich para hablar
del atentado (la novela arranca con la llegada de los restos del Reichprotektor
a Berlín y luego discurre hacia atrás en flash back). Bernie no deja de
observar que la arrogancia de Heydrich, que, confiado a su omnímodo poder y a
la amenaza de las terribles represalias que provocaría su muerte viaja en coche
descubierto y sin escolta, le va a acabar dando un disgusto. Para los que saben
mucho del tema y conocen la controversia sobre la identidad exacta del
vehículo, apuntar que el novelista se apunta a la tesis de que el automóvil
lucía la matrícula SS-4 y no SS-3 como sostienen otros; ahí queda el dato.
La descripción y los interrogatorios de los sospechosos de las SS, todos
personajes auténticos y una tremenda colección de individuos atroces, es digna
de un extraordinario historiador por su minuciosidad y atención al detalle.
Alabar como siempre la profunda dimensión humana del carácter de Bernie y su
insumergible sentido del humor. Le parece bien que Heydrich pilote aviones,
así, señala, a lo mejor vuela también a Escocia, como Hess. Perdonémosle el
exceso de chistes a propósito de la defenestración de Praga y que se burle de
la pasión por la esgrima de Heydrich y describa sus asaltos matutinos de sable
como "ese absurdo deporte".
Y por último, déjenme hablarles de The man with the
iron heart, que no es una novela tan fina como las anteriores pero que
juega con una premisa sensacional -Turtledove es un especialista en ucronías y
el rey de la historia alternativa-: Heydrich se salva del atentado de aquel día
de mayo en Praga. Su Mercedes (SS-3) no se detiene al sufrir el atentado -fue
la autoconfianza lo que mató al Reichprotektor tanto como la metralla: quiso
enfrentarse a sus atacantes-, sino que el conductor, el Oberscharführer Klein,
pisa a fondo y ambos salen ilesos. Lo que permite que, posteriormente, Hitler y
Himmler encarguen a Heydrich organizar la defensa de Alemania ante la
eventualidad de la invasión del territorio por los aliados. El Reichprotektor
-y valga entonces el apelativo- se convierte en jefe de la legendaria guerrilla
Werewolf, poniendo en jaque a los estadounidenses y rusos desde un reducto
alpino secreto mientras le dan caza en túneles y cuevas como si fuera un Bin
Laden avant la lettre.
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