Las mujeres siguen sufriendo la violencia en la República Democrática del
Congo nueve años después de que la guerra se diera por finalizada
Pedro Alonso (EFE) Kitutu (RD Congo) 13/03/2012
El
"corazón de las tinieblas", como definió el escritor Joseph Conrad al
Congo, late hoy en las selvas orientales de ese país, donde el Ejército y los
grupos rebeldes aún usan la violación de la mujer como un arma de guerra. La
República Democrática del Congo (RDC), segundo país más grande de África, sigue
atrapada en las garras de un conflicto que todavía cuesta sangre y muchas,
muchísimas lágrimas, especialmente entre la población femenina.
La RDC vive
un frágil proceso de paz tras la Segunda Guerra del Congo (1998-2003),
considerada la "guerra mundial de África" porque involucró a nueve
países y más de veinte grupos armados. Esta contienda, que ha segado la vida
de más de cinco millones de personas, terminó oficialmente en 2003, pero la
violencia continúa en provincias como Kivu del Sur, pese al despliegue de la mayor
fuerza de paz de la ONU (MONUSCO), con unos 22.000 militares.
Grupos
rebeldes -ruandeses, congoleños y ugandeses- ocultos en la jungla luchan a
brazo partido con el Ejército por el control de minas ricas en minerales como
el oro, el coltán o el tantalio, muy demandados para la fabricación de
teléfonos móviles.
En esa
disputa, un arma de las milicias y del propio Ejército congoleño
-indisciplinado y corrupto- para atemorizar a la población es el abuso sexual
de la mujer, ya que, como ha denunciado Amnistía Internacional (AI),
"violar es más barato que las balas".
Un estudio
publicado en 2011 en la revista médica American Journal of Public Health
concluyó que unas 48 mujeres son violadas cada hora en la RDC, muchas en el
violento Congo oriental. Con cifras tan desoladoras, la representante especial
de la ONU sobre violencia sexual en conflictos, Margot Wallstrom, no ha dudado
en bautizar a la RDC como la "capital mundial de la violación".
Esa tragedia
se palpa en Kitutu, localidad de Kivu del Sur en la que el verde de sus
exóticas palmeras se funde con el verde del uniforme de soldados del Ejército
congoleño que patrullan la zona.
Allí
encuentran cobijo -y también esperanza- numerosas congoleñas violadas que
forman parte de los 1,7 millones de desplazados por el conflicto en todo
el país, como Kungwa Kyalwa, de 23 años y madre soltera de tres hijos.
Kungwa huyó en 2010 de
Kambulumbulu, a un día a pie de Kitutu, tras ser atacada su aldea por las
Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (FDLR), grupo que se refugió
en las selvas del Congo tras el genocidio de Ruanda (1994).
Conviene
aclarar que las FDLR se nutrieron de los 'Interahamwe', los escuadrones de la
muerte de hutus radicales que sembraron el pavor en el genocidio ruandés, en el
que murieron 800.000 personas, la mayoría de la etnia tutsi, pero también hutus
moderados.
"El
FDLR tomó la aldea y la saqueó. A mí me violaron. Se llevaron tanto como
pudieron. Quemaron toda la aldea", cuenta Kungwa, cabizbaja, en la
penumbra de su pequeña choza de adobe. "No quiero -recalca- volver a la
aldea. Tengo miedo. El FDLR sigue allí en la selva. Quiero estar en cualquier
sitio menos allí".
Parecido
infortunio corrió Lucía Hasan, de 48 años, casada y madre de cuatro hijos, una
mujer desplazada de Kalole, al sur de Kitutu, que sufrió una agresión sexual en
2005. "Sucedió por la noche. Me violaron tres hombres. Los Mai-Mai
(milicias congoleñas que se niegan a integrarse en el Ejército) atacaron la
aldea, y los soldados respondieron y se apropiaron de las objetos saqueados. Vi
a soldados con mi ropa", relata Lucía.
"Corrí,
me caí y me herí la rodilla. Aún tengo dolores", explica la mujer mirando
al cielo, mientras se remanga con mucha discreción su colorido vestido para
mostrar las secuelas del percance.
Estas
mujeres soportan con frecuencia no sólo el infierno íntimo de la
desmoralización, sino el repudio público de sus maridos. En este país "es
una costumbre abandonar a la esposa si ha sido violada. El estigma social es
un verdadero problema", declara Irene Danysh, coordinadora de
programas de la organización humanitaria checa "People in Need" (PIN)
en Kitutu.
Kungwa
padeció ese rechazo social, "al principio me estigmatizaron", aunque
Lucía tuvo más suerte con su comprensivo marido, que consideró la violación
"un acto de guerra".
Por si fuera
poco, señala Danysh, esta realidad se complica por "una mayoría de casos
en que las víctimas acaban con enfermedades de transmisión sexual", y por
una extendida cultura de la impunidad. De hecho, la pobre Kungwa no confía en
la Justicia de su país para procesar a su agresor y, con una enorme carga de
resignación, se encomienda a la ley divina: "Dios -murmura- le
castigará".
Un
optimista refrán congoleño dice que "no importa cuánto dure la noche,
porque vendrá el día", aunque, de momento, son las tinieblas las que
reinan en el corazón de muchas mujeres en el Congo.
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