Una ambiciosa enciclopedia, elaborada por 100 expertos,
traza un recorrido cultural por los altibajos de los avances técnicos desde el
Renacimiento
La fábrica, de Santiago Rusiñol (1889) |
¿Ves esa invención eléctrica / que inmóvil parece y muda, / que trepando
las montañas, / también las naciones cruza / y políglota del mundo / sus
pensamientos divulga? Así glosó el poeta Braulio Antón Ramírez, en 1855, la
expansión del entonces fascinante telégrafo. Este es un ejemplo de que "la
técnica es cultura, es creación y, sobre todo, utilidad porque tiene que estar
en contacto con la sociedad", dice Manuel Silva Suárez, catedrático de
Ingeniería de Sistemas y Automática de la Universidad de Zaragoza y coordinador
de un proyecto titánico: contar la historia de la técnica y la ingeniería en
España en una colección que va por el sexto volumen y lleva publicadas 5.000
páginas. "Nunca antes se había acometido una obra de ámbito nacional tan
completa", asegura Silva (Sevilla, 1951).
La enciclopedia de Técnica e ingeniería en España arrancó en el año
2003 con el primer volumen, dedicado al Renacimiento, "porque es cuando
comienza el mundo moderno", destaca Silva, académico de la Real Academia de Ingeniería,
que auspicia la obra junto a la Institución Fernando el Católico y Prensas
Universitarias de Zaragoza. Este ingeniero se ha encargado de dirigir a las 200
personas que, entre coautores –casi un centenar– y colaboradores, han
participado en un trabajo en el que el 60% de sus capítulos son estudios
novedosos. Ahora se ha publicado el sexto tomo, El ochocientos.
De los lenguajes al patrimonio en el que, con el siglo XIX como
marco, se desarrolla una idea fundamental para Silva: "Para hacer buena
técnica y desarrollar cualquier artefacto necesitas un buen lenguaje, si no tu
pensamiento será pobre".
Silva se embarcó en tamaña investigación porque siempre se sintió
"insatisfecho" con la historia que le habían contado, "la de los
militares y el poder político". "Sin embargo, en Estados Unidos,
Alemania o Francia la técnica ha estado tradicionalmente en un ámbito cultural.
De ahí que esta obra haya tenido muy buena acogida fuera. Cuando la presento me
dicen: ‘¿Pero en España había todo esto, se hacía tanta técnica?". A Silva
se le agolpan los ejemplos como respuesta, y eso que el siglo XIX fue
"durísimo para este país": un libro del cosmógrafo Martín Cortez, el Tratado
del arte de navegar, se tradujo al inglés y se considera el primer texto
científico moderno en esa lengua. Los británicos vinieron a aprender ingeniería
de montes; el primer barco destructor lo diseñó Fernando Villamil; o la traída
del agua a Madrid por el Canal de Isabel II maravilló en todo el mundo cuando
se enseñó en exposiciones internacionales. "Esto demuestra que el país
latía, y que lo hacía a pesar de los políticos", añade Silva.
Pese a tanta innovación, había un olvido en la sociedad hacia los que
querían construir el progreso, y la literatura lo reflejó. "Benito Pérez
Galdós fue el novelista que más retrató a los ingenieros, como en Doña
Perfecta o La familia de León Roch… y lo que describía era la presión que
sufrían esas personas en la vida real. En esos libros el ingeniero o muere o
tiene que huir. En contraste con lo que pasa en la novela del XIX en EE UU.
Allí es un héroe que triunfa, alguien que abre caminos", cuenta Silva
sentado en un sillón en uno de los salones del palacio del siglo XVII que
alberga a la Academia de Ingeniería. También poetas como Ramón de Campoamor y
Juan Eugenio Hartzenbusch mostraron su admiración por ese colectivo. Pero para
Silva, la percepción del ingeniero en la actualidad no ha cambiado mucho.
"Hoy estamos más pendientes de la economía, pero la técnica no termina de
entrar en la cultura".
El tubo de pintura
No solo la novela o la poesía se ocuparon entonces del gremio de los
técnicos. Los pintores, por un lado, se vieron beneficiados por avances como el
tubo de pintura, que les sirvió para trabajar al aire libre sin limitaciones
porque se secaran los pigmentos. Y, por otra parte, los artistas españoles
llevaron casi todos los avances a sus lienzos, con excepciones, como el
teléfono o la máquina de escribir, que no salieron de sus pinceles, lo que
constituye un misterio para Silva. Por el contrario, botones de muestra son La
inauguración del ferrocarril de Langreo por la reina gobernadora, de
Pérez Villaamil, que también pintó Vista de la ciudad de Fraga y su puente
colgante (1850). Fortuny mostró los peligros de los avances en Descarrilamiento
de un tren (1863); mientras que otros como Rusiñol quisieron plasmar que
los nuevos lugares de trabajo podían ser casi idílicos, como en La fábrica
(1889).
La evolución de la técnica en España se resume, según
Silva, en “etapas en las que fuimos a empujones para luego perderlo todo".
Un sube y baja, como en una montaña rusa. "Al fructífero periodo de Carlos
III le siguió la parálisis con Fernando VII. Al impulso de los liberales le
sucedió la Guerra Civil. Y es que montar un sistema lleva mucho tiempo, pero se
destruye en nada". Esa constante se ha repetido en la historia de España.
Así que en estos momentos de crisis y recortes "el desafío es, al menos,
mantener lo que tenemos". Tras su presentación en Madrid y Zaragoza, el
nuevo tomo de Técnica e ingeniería en España irá a Valladolid,
Barcelona, Valencia y Portugal. Ya está en marcha el siguiente volumen, que se
publicará a mediados de 2013, y así hasta llegar a la época actual. "A ver
si el cuerpo aguanta", bromea Silva.
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