Una retrospectiva ofrece los trabajos de la fotógrafa
sobre Nueva York y la Costa Este de EE UU
Posto de refrescos en Florida, 1954 |
La increíble historia de la fotógrafa estadounidense Berenice Abbott
permite varias lecturas. Dos de ellas, en particular, ofrecen información muy
valiosa sobre sendas facetas encomiables del ser humano: su habilidad para
retratar la realidad con imágenes y su capacidad de sobrevivir a la penuria y
la desazón sin vender su alma al diablo.
Para ahondar en la segunda hay que rebuscar entre la bibliografía sobre la
autora o ver el documental biográfico realizado por Kay Weaver y Martha
Wheelock. Con el fin de rendir homenaje a la primera, el museo del Jeu de Paume
de París, en colaboración con el Ryerson Image
Centre de Toronto, le ha dedicado una exposición
retrospectiva comisariada por Gaëlle Morel y ha editado un catálogo
anejo con textos de Morel, Sarah M. Miller y Terri Weissman.
Si se consigue superar la colas kilométricas de acceso a la exposición, se
puede comprender hasta qué punto una chica nacida en una familia pobre de Ohio
(Estados Unidos) en 1898, que nunca disfrutó de una beca ni tuvo padrinos —más
bien, al contrario— enriqueció la fotografía y dejó, de paso, varias lecciones
(sobre su oficio y sobre la vida en general) para disfrute de las generaciones
posteriores.
La exposición regala al espectador más de 120 imágenes, documentos y
objetos personales que ofrecen luz sobre cuatro periodos de la vida de Abbott:
sus retratos modernistas de intelectuales, artistas y mecenas (Jean Cocteau,
André Gide, Eugène Atget, James Joyce, Sylvia Beach, Peggy Guggenheim); su gran
proyecto de arquitectura urbana Changing New York; su poco conocida
faceta divulgativa sobre ciencias, y su aún menos conocido periplo por la
denominada American Scene: un ensayo documental construido en torno a la
Ruta 1, que jalona la Costa Este de Estados Unidos.
Determinación en la penuria
La muestra puede ser descrita como la victoria póstuma —una más— de una
fotógrafa que sufrió varias decepciones, no pocos desprecios y una escandalosa
falta de reconocimiento hasta su vejez. Las clases de periodismo que tomó en
dos universidades le aburrieron. En París, donde vivió a principios de los años
20, aprendió el arte del revelado y la impresión de fotografías con Man Ray…
quien acabó teniendo celos de ella cuando resultó ser demasiado buena.
Berenice Abbott descubrió para el mundo de la cultura a uno de los maestros
de la fotografía, el francés Eugène Atget, y luchó por el reconocimiento de
Lewis Hine, pero tuvo que malvender su abundante colección de Atget —de valor
incalculable— para subsistir. Dedicó varios años a retratar el alma cambiante
de Nueva York, en el periodo de entreguerras, y en los años de la Guerra Fría
apostó por la fotografía científica.
Sin embargo, en palabras del fotógrafo Hank O'Neal, que tuvo un contacto muy estrecho en los últimos
19 años de vida de su carrera, Abbott "no conoció más que seis
o siete años de relativa seguridad económica" y "tuvo que financiar
por sí misma la parte esencial de su obra", pese a haber consagrado 67
años de su vida a la fotografía.
Solo después de saber quién fue Berenice Abbott se puede paladear el
menú que ofrece esta exposición. La comisaria, Gaëlle Morel, explica así su
relevancia, en una conversación telefónica con EL PAÍS: "Por primera vez
podemos ver el conjunto de su trabajo, sus diferentes etapas, así como documentos
e imágenes nunca expuestas —singularmente, varias fotografías de la American
Scene—".
Una mirada innovadora
Sobre su infatigable investigación de la ciudad de Nueva York, "la
fotógrafa propone un trabajo que celebra la transformación de la ciudad", afirma
Morel. "Ella se interesa más por la arquitectura que por los habitantes.
Decide mostrar planos y contraplanos que permiten estudiar la urbe de
diferentes maneras. Renueva los encuadres, la perspectiva de los edificios, la
elevación, la relación con el cielo".
Si los retratos de personajes los hizo por encargo, principalmente,
"el proyecto de Nueva York es personal, se entrega a esa labor y deja de
lado el aspecto comercial", explica la comisaria. En este punto, hay que
hacer notar que, como relata O'Neal en su introducción a la monografía editada
por Actes Sud en 2010, sus peticiones de financiación para el proyecto
neoyorquino fueron rechazadas por la Fundación Guggenheim, la New York
Historical Society y la mayoría de los mecenas del MoMA. Es decir, solo un
periodo de ese proyecto acabaría siendo auspiciado por el Proyecto de Arte
Federal.
Las fotos de Abbott tomadas en el sur de EE UU y a lo largo de los 6.500
kilómetros de la Ruta 1 —muchas de ellas, expuestas aquí por primera vez—
aportan una visión premonitoria del volumen The Americans de Robert
Frank (1958) y remiten, según la comisaria, a la tradición documentalista
espoleada por la Farm Security Administration.
Esta muestra, remarca Gaëlle Morel, solo podrá verse en París y en Toronto,
debido a las limitaciones impuestas por los administradores del legado de
Abbott para preservar la calidad de las imágenes.
Más sorprendente, quizá, resulta ver las imágenes científicas tomadas por
Abbott, por encargo del Instituto de Tecnología de Massachussetts (MIT).
"Aquí se encuentra en la última etapa de su carrera profesional",
explica Morel. "Se interesa por la ciencia como vector de desarrollo y de
pedagogía, en un contexto marcado por la Guerra Fría y el lanzamiento del
satélite Sputnik". Según se cita en el catálogo de la muestra, la
propia fotógrafa justificó así su interés por este tema: "Vivimos en un
mundo moldeado por la ciencia, pero nosotros, los profanos, no comprendemos o
no apreciamos el conocimiento que controla hasta tal punto nuestra vida
cotidiana".
Puede que Abbott no gozara de mucho predicamento hasta
bien traspasada su madurez, pero perseveró en sus proyectos personales, criticó
lo que consideraba desviaciones de la vocación documentalista y tuvo las ideas
muy claras. "Creo", dejó escrito, "que no existe un medio más
creativo que la fotografía para recrear el mundo actual".
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