Hace 40 años que la policía franquista asesinó en Ferrol
a Amador Rey y Daniel Niebla
DANIEL
SALGADO Santiago de Compostela 9 MAR 2012
A única foto da xornada do 10 de marzo de 1972 |
Existe un relato, el dominante, que habla de un tardofranquismo
institucional en el que proliferan demócratas camuflados y de una Transición
con padresy diseñada en pasillos de palacios. Pero frente a esta poética
del salón noble existió la realidad de las calles, los monos azules, la
asamblea ilegal, la violencia. “La democracia no la ha traído el Rey, ni los
ponentes de Franco, ni la oligarquía: la trajeron las fuerzas del trabajo, los
resistentes, los estudiantes”. Lo comprobó en su propia piel Rafael Pillado,
dirigente de las clandestinas Comisiones Obreras de Ferrol cuando, un diez de
marzo de hace 40 años, la Policía Armada asesinó a los obreros de Bazán Daniel
Niebla y Amador Rey.
Aquella fecha ha pasado a la historia como Día da Clase Obreira Galega.
Algunos sindicatos la conmemoran con manifestaciones —en clima de prehuelga, la
CIG ha convocado hoy marchas en todas las ciudades— y otros con ofrendas. Hasta
el Parlamento, en 1997, reconoció institucionalmente la jornada. “La conciencia
democrática que germinó dentro de los muros de Bazán acabó trasladándose a toda
Galicia”, considera el historiador José Gómez Alén, uno de los escasos
investigadores del movimiento obrero gallego y coautor de una monografía sobre
aquellos acontecimientos.
El astillero público negociaba entonces su convenio colectivo. Un año
antes, en 1971, militantes comunistas y de Comisiones infiltrados en el
Sindicato Vertical habían copado los puestos del jurado de empresa de la
factoría de Ferrol. No así en San Fernando (Cádiz) ni en Cartagena, donde se
encontraban otras plantas importantes de Bazán. Al iniciar conversaciones con
la empresa, los gallegos exigen separarse del conjunto de la compañía y pactar
sus propias condiciones laborales. La dirección acepta, pero enseguida
rectifica. “Hubo un tirón de orejas”, aventura Gómez Alén, “y Martín Villa,
secretario general del sindicato oficial, lo echa atrás”. Saldo, siete
despedidos: Manuel Amor Deus y el propio Rafael Pillado entre ellos.
Es 9 de marzo y los trabajadores se concentran en la fábrica. Allí fichaban
unos 6.000 empleados fijos y casi 2.000 en las auxiliares. Reclaman la
readmisión de los represaliados. “A las cinco de la tarde, la policía entra y
desaloja la factoría; salimos en manifestación por toda la ciudad, paramos
autobuses, pedimos ayuda”, rememora Rafael Pillado. Esa misma noche, los
obreros organizan la respuesta a la represión de la empresa y de la policía. A
las ocho y media de la mañana del 10 de marzo de 1972, después de comprobar el
cierre patronal de Bazán, una columna de 4.000 personas se planta en los
Cantones frente a la sede del Sindicato Vertical. “Acordamos paralizar la
ciudad y dirigirnos hacia el barrio de Caranza, que en aquel momento estaba en
construcción”, recuerda, “y contábamos con que se sumasen los de Astano”.
Entonces irrumpen los grises.
“Los manifestantes respondimos con piedras e hicimos escapar a la policía,
que se refugió en el cuartel”. Pero tras esa retirada, un reguero de sangre:
los cadáveres de Amador Rey y Daniel Niebla, un histórico dirigente obrero como
Julio Aneiros al borde de la muerte y más de un centenar de heridos. Dos viúdas
—la de Niebla murió y la de Rey y sus dos hijos vuelven a sufrir ahora el
incierto futuro del naval gallego. Nunca nadie fue juzgado por los hechos.
A los pocos días de la matanza, llegaron las detenciones. “A mí me detienen
el día 14”, relata Pillado quien, junto a Aneiros, Manuel Amor Deus o José
María Riobó, pasó más de cuatro años en cárceles de la dictadura repartidas por
la geografía peninsular. “Utilizaron la política de dispersión para que no
colaborásemos”, dice, antes de concluir: “Pero todo aquella acción fue muy
importante para conseguir la democracia”.
Fueron los últimos presos obreros del franquismo. Los que
con su resistencia en la tierra del Caudillo ocuparon las portadas de The
Guardian, de Le Monde, del New York Times. “Estoy en
condiciones historiográficas, es decir, científicas, de afirmar que la clase
obrera gallega, y la de Ferrol en particular se colocó en primer plano de las
luchas sociolaborales por la democracia”, asegura Gomez Alén. Aquel
sindicalismo entendía de política y recogía la experiencia de Bazán en la
República, cuando los operarios se opusieron con armas en la mano al
levantamiento fascista del 36. “En los sesenta llegaron a tener dentro una
vietnamita”, explica, “todavía hoy continúa siendo una factoría con un elevado
nivel de sindicación de los trabajadores y eso responde a una tradición”. Y en
este punto coinciden de nuevo investigador e investigado. “Porque la Transición
no fue una operación de ingeniería de unas cabezas pensantes”, resume el
historiador, “sino el resultado de la presión desde abajo de un sector de la
sociedad, de los obreros”.
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