Una exposición en Madrid recorre la trayectoria y la
mirada humanista de un fotógrafo al límite
Catro nenas miran desde un coche esnaquizado en Saraievo, 1994 |
La exposición antológica de Gervasio Sánchez que hoy abre sus puertas en
Tabacalera de Madrid pudiera llamarse Todos los conflictos de Gervasio,
aunque la palabra “conflicto” puede sustituirse por “humanidad”, o por
“decencia”, también por “ternura” pese al espanto que la mayoría de las
imágenes colgadas en las paredes muestran. En total son 148 fotografías, a
color y en blanco y negro, tomadas en una veintena de países de África, Asia,
los Balcanes, América Latina y otros rincones del mundo asolados por guerras,
hambrunas, catástrofes, epidemias e injusticias diversas y tremendas, un
auténtico inventario de la sinrazón y el horror que la mayoría de la gente
prefiere no ver.
Estamos ante un trabajo tenaz e inquietante, que abarca 25 años de vida de
este fotorreportero de raza y el mismo cuarto de siglo de infierno para las
víctimas, algunas de las cuales murieron mirando a su cámara.
Ahora Gervasio (Córdoba, 1959) las honra y dignifica con esta exposición,
que puede leerse como una suma de pequeñas denuncias (a razón de una por
fotografía) o como una gran y única acusación, que es a la vez un llamado a la
cordura y a reaccionar: ¡Miren lo que nos está pasando, hay que hacer algo para
detener esta locura! Recorrer la exposición de Tabacalera con Gervasio como
guía estremece a la vez que sirve para ponerle nombre y apellido al
sufrimiento.
“Este es Samuel, había soportado la amputación de sus manos y su lengua
cuando fue tomada la foto en Freetown (Sierra Leona), en enero de 1999”; “estas
niñas jugaban en el interior una furgoneta destrozada por las balas y las
bombas en Sarajevo [marzo de 1994]. A la de la derecha pude localizarla quince
años después por el gorro que llevaba. Estaba bien”, explica ante una de sus
fotos más conocidas de la guerra de Bosnia, utilizada para la portada del
catálogo, editado por
Blume.
Al lado, otra famosa imagen de aquella fatídica guerra, la de la biblioteca
de Sarajevo destrozada por una bomba incendiaria en agosto de 1992. En este
caso no hay víctimas humanas en el encuadre, solo los restos derruidos del
edificio.
“Fue un memoricidio más en la lista de los que jalonan en la historia en la
historia inhumana de la humanidad”, asegura Juan Goytisolo al comentar hoy
aquella foto, capturada en 1993. “La imagen tomada por Gervasio Sánchez capta
perfectamente el cuadro de horror y desolación del lugar (…) La armazón
metálica de la cúpula de vidrio por la que cayeron los cohetes parecía una
gigantesca telaraña por la que se filtraba la luz, los soportales del patio
interior mostraba apenas su fina labor de yesería, el espacio central era un
montón ingente de escombros, cascotes, vigas, papeles chamuscados. Pero, como
dijo un poeta a sus inquisidores, ‘podéis quemar mis libros más no el espíritu
que contienen”.
La muestra –organizada por el Ministerio de Educación, Ciencia y Deporte
con motivo de la concesión a Gervasio del Premio Nacional
de Fotografía en 2009– comienza con el sonido atronador de un
bombardeo sobre Sarajevo sitiado, grabado en uno de sus viajes con el
periodista Alfonso Armada, junto a quien ha cubierto las peores guerras de
medio mundo. Tras las explosiones, que funcionan como un martillazo a la
conciencia, se estructura un recorrido por su obra vertebrado en cinco grandes
bloques (América Latina, Balcanes, África, Vidas Minadas y Desparecidos), con
las imágenes ordenadas de forma cronológica.
América Latina (1984-1992) reúne las fotografías de sus primeros conflictos
y sus primeros aprendizajes –Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Chile, Panamá,
Perú Colombia– Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Chile, Panamá, Perú Colombia
-.. Son fotos de prensa, contundentes y despojadas de artificios, pero sin
abandonar cierta carga poética, como en la fotografía de un soldado salvadoreño
que conversa con su novia en Sopayango, con su fusil abandonado. “Un día un
niño en Morazán me preguntó con qué país estaba en guerra el mío, y al
responderle que con ninguno, me dijo extrañado ¿y como es un país sin guerra?”.
Se le quedó grabado, y lo cuenta también en el catálogo de la exposición, cuyo
prólogo es de Antonio Muñoz Molina.
Los Balcanes (1991-1999) y África (1994-2004) nos ponen delante del
Gervasio más maduro y sensible, después de haber visto de cerca tanta sangre y
tanto dolor. En 1991 abandonó por completo su trabajo a medio tiempo de
camarero para sumergirse por entero en el periodismo, y aquí están los
resultados: Croacia, Bosnia, el cerco de Sarajevo – de donde salió su primer
libro, del mismo nombre – y más tarde Kosovo. El genocidio de Ruanda, el
cólera, las ejecuciones en las calles de Monrovia, las mutilaciones como arma de
guerra en Sierra Leona y el drama de los niños soldado.
Dice Gervasio, frente a una sobrecogedora fotografía que muestra una niña
junto a centenares de cadáveres de víctimas del cólera en una carretera de Goma
(República Democrática del Congo), que un día de 1994 con Alfonso Armada se
pusieron a contar los muertos en un trayecto de tres o cuatro kilómetros.
“Contamos más de 1.500”, recuerda, asegurando que aquella fue sin duda la
situación más horrible que ha vivido en su vida. “Los enfermos de cólera se morían
y no había suero que ponerles en los hospitales. Algunos niños te miraban a la
cámara mientras agonizaban… y en tres disparos pasaban de la vida y la muerte.
Podías elegir los muertos o esperar la mejor luz porque nadie se quejaba o te
molestaba”.
Vidas Minadas (1995-2007) y Desaparecidos (1998-2010)
son los dos grandes proyectos documentales más relevantes de Gervasio. En el
primero, comenzado en África en 1995, se muestran numerosos aspectos del drama
de las minas, desde los accidentes fortuitos hasta los procesos de
rehabilitación y la vida cotidiana de las víctimas. Se sigue especialmente el
caso de tres jóvenes, el camboyano Sohkheurm Man, el bosnio Adis Smajic y la
mozambiqueña Sofía Elface Fumo, quien perdió las dos piernas cuando iba a
buscar leña. Gervasio la retrató por primera vez en 1997 y una de las fotos que
se exhiben, de Sofía con su hija Alia, tomada en 2007, ganó el premio Ortega y
Gasset de periodismo.
Desaparecidos
documenta el drama de la desaparición forzosa –“para los familiares de las
víctimas no saber que ha pasado con ellos es peor que la muerte”, asegura– Nicaragua,
El Salvador, Guatemala, Chile, Panamá, Perú Colombia -. en diez países de tres
continentes, incluidas las cunetas de España. “Los conflictos no terminan
cuando los políticos quieren, sino cuando terminan sus consecuencias”, dice
Gervasio antes de concluir la conversación. Para las víctimas siempre es
demasiado tarde.
La comisaria de esta muestra antológica, Sandra Balsells, ha buceado en los
archivos personales del periodista para seleccionar imágenes poderosas y menos
conocidas. Cuenta que además decidió incluir ocho murales con cerca de cien
retratos de personas afectadas por las realidades documentadas, sobre todo
imágenes de víctimas de mutilaciones y de los niños soldado que realizaron
muchas de ellas (sobrecoge los rostros duros y a la vez inocentes de ambos, muy
similares), así como damnificados por las minas antipersona y familiares de
desaparecidos a lo largo del mundo. Hay también seis materiales audiovisuales
en los que se muestran cientos de fotos de Gervasio que no caben en las paredes
de Tabacalera, desde donde ahora mismo se escucha un gran grito de ¡Basta!.
"Casi tan asombrosa como la capacidad humana para hacer daño es la
capacidad humana para no verlo", dice Muñoz Molina en el prólogo. A partir
de ahora, menos.
Ningún comentario:
Publicar un comentario