Una investigación analiza el amparo al maltrato y
postración de la mujer en los refranes
ALBERTO
LEYENDA Santiago de Compostela 14 MAR 2012 -
17:43 CET
Los ejemplos hablan por sí mismos: “A muller e a galiña, tórcelle o
pescozo verás como queda mansiña”; “Á muller festeira créballe a perna”;
“Dor de muller morta dura ata a porta”. La “sabiduría popular” expresada en
el refranero gallego, transmitida de generación en generación, justifica y
legitima la violencia de género y la subordinación de las mujeres frente a los
hombres. Es la conclusión a la que ha llegado Estefanía Lodeiro tras analizar
el tratamiento al sexo femenino en decenas de refranes. El trabajo, presentado
como investigación final en el máster de violencia de género de la UNED, ha
sido galardonado con el Premio Elisa Pérez Vera con el que la universidad a
distancia celebró el Día de la Mujer.
En su rastreo, esta trabajadora del Centro de Información a la Mujer del
Ayuntamiento de Teo se ha encontrado con numerosos dichos, pretendidamente
ingeniosos, que no tienen nada de inocente, ya que durante siglos funcionaron
como vehículos de transmisión del sistema patriarcal dominante.
En este sentido, el estudio erige a las paremias en el reflejo más claro de
la realidad cotidiana y del sistema de valores de la sociedad que las promulga.
Hoy en día, explica, han quedado relegadas a un uso marginal solo por parte de
personas mayores, mayoritariamente en las zonas rurales. No obstante, Lodeiro
opina que estos modelos de conducta machista se siguen reproduciendo en algunos
medios de comunicación.
Si, en efecto, el refranero es un indicador de la cultura de una sociedad,
la gallega era hasta hace al menos pocas décadas —cuando fue decayendo su uso—
profundamente androcéntrica. No solo ampara la violencia física, sexual y
psicológica contras la mujeres, sino que estas aparecen dibujadas con una
profusa batería de características negativas. Habladoras, indiscretas, falsas,
volubles, carentes de inteligencia, testarudas, egoístas, manipuladoras. En la
balanza contraria, apenas un puñado de dichos en los que se ensalzan sus
virtudes, pero siempre asociadas a lo que el sistema patriarcal espera de
ellas, esto es, que sean buenas y recatadas esposas, diligentes amas de casa,
castas solteras.
Así, un recurso muy habitual es su comparación con animales. La fórmula es
válida tanto para justificar la violencia como para endosarle algún juicio
negativo. Con todo, Estefanía Lodeiro detecta una explicación de fondo ante lo
recurrente del paralelismo: la cosificación de la mujer, su presentación como
una mera propiedad más del hombre, a la que, al igual que al resto de bestias,
hay que domesticar a través del castigo cuando no cumplen su rol. Tampoco es
baladí la insistencia del refranero en la censura al supuesto carácter hablador
del género femenino (“Vale máis unha muller guisando que cen latricando”,
reza una de las múltiples sentencias sobre el tema). La autora toma prestada la
reflexión de la investigadora Anna María Poncela para concluir que se trata de
una “invitación al silencio”, un modo de confiscar el uso de espacios y
relaciones entre ellas. Así interpreta también la descalificación de suegras y
nueras.
Estas píldoras de “sabiduría popular” previenen sobre las mujeres cultas e
instruidas, porque el saber podría conducirlas a rebelarse contra su posición
subordinada, y porque el hombre siempre debe mantener un estatus superior,
tanto en lo económico como en lo cultural. También es llamativa la “doble
moral” con respecto al sexo que subyace en muchos refranes. De este modo, se
valora la sexualidad masculina y se entiende que la mujer debe estar disponible
para satisfacer sus deseos (“Está feita a mitá, pois anque ela non queira,
eu quero xa”). Al tiempo, se pide a las casadas que sean recatadas e
incluso que ofrezcan cierta resistencia como parte del rito, pero algunos
dichos traslucen fascinación por el erotismo abierto de las prostitutas.
Lodeiro apunta que estos refranes son portadores de un
estereotipo femenino del pasado, y alerta de que su empleo hoy en día, aunque
minoritario, “responde a la pervivencia de esos valores”. Y aunque se
reproduzcan de forma “espontánea e inconsciente”, se constituyen en modelo de
conducta “destinado no solo a la interiorización y aceptación del sistema
patriarcal, sino a su perpetuación”. En este esquema, la violencia de género es
a la vez consecuencia e instrumento para “construir, alimentar y dar solidez” a
la desigualdad. Ahora, la investigadora quiere completar los resultados con un
análisis del retrato masculino que arroja el refranero gallego para poder
compararlo con el femenino, aunque en el trabajo ya realizado se esbozan algunos
apuntes. Su objetivo es, una vez traducido al idioma propio, publicarlo
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