El ensayista Ermanno Vitale aborda en 'Defenderse del poder' nuevas
estrategias para salvaguardar los derechos sociales
JESÚS MIGUEL MARCOS MADRID 22/02/2012
Ocurrió hace
unas semanas. Un engolado Mariano Rajoy intercambiaba pareceres con sus nuevos
colegas europeos en Bruselas. Observando de lejos, parecía la típica charleta
de palabras protocolarias, declaraciones de intenciones vacuas y socorridos
lugares comunes. Sin embargo, un micrófono abierto cazó al vuelo un comentario
del presidente: "La reforma laboral me va a costar una huelga". La
frase dio la vuelta al país y volvió a demostrar que algunos políticos, cuanto
más ocultos están los micrófonos, más claro hablan.
El asombro
de escuchar al presidente del Gobierno hablar de la reforma laboral como quien
comenta un partido de fútbol se transformaba en estupor al comprender que para
él una huelga es algo así como un dolor de muelas. Y lo peor no es que lo
piense, sino que su concepto de paro laboral no está demasiado alejada de la
realidad. Las huelgas se han convertido en un mero trámite, en un guión
previamente escrito, en una secuencia emotiva, con más pompa que efectividad,
de una película en la que los poderosos son directores y protagonistas y los
ciudadanos, meros secundarios. Así lo define el ensayista Ermanno Vitale en
Defenderse del poder. Por una resistencia constitucional, recientemente
publicado por Trotta: "El derecho de huelga, el típico instrumento de resistencia
al poder económico codificado en las cartas constitucionales de muchos estados
democráticos, parece cada vez más como un arma sin filo, de limitada
eficacia".
En el libro,
Vitale profundiza en el concepto de resistencia como forma de cambio político y
social, hace un recorrido histórico que se remonta a la Grecia clásica y llega
hasta Pasolini, y culmina proponiendo nuevas estrategias de enfrentarse al
poder. ¿Cuáles? Como primer paso, rescatar la legitimidad perdida de las
constituciones occidentales desde la época de la posguerra. "Hay que
volver a tomarse en serio el constitucionalismo plasmado en las constituciones
europeas más avanzadas, que conjuga derechos de libertad, derechos políticos y
derechos sociales, para que llegue a convertirse también en un
constitucionalismo de derecho privado, que pueda embridar al capitalismo
financiero", explica a Público el autor, profesor de Ciencia Política en
la Universidad del Valle de Aosta (Italia).
La espiral
de la destrucción
Septiembre
de 2008. Cataclismo en Lehman Brothers. La economía mundial cae en barrena y
los castillos financieros se derrumban como fichas de dominó empujadas por una
leve brisa. Eran naipes, no cemento. "Todo era perfectamente legal y
perfectamente amoral", se oía. El capitalismo financiero se comía los
cimientos del Estado del
bienestar
tras muchos años disimulando con una media sonrisa, mientras por debajo jugaba
y especulaba con los derechos más básicos de la población. "El capitalismo
financiero es constitucionalmente inmune", denuncia Vitale.
Las
protestas de los ciudadanos, indefensos ante un sistema de intereses y poderes
supranacionales, invisibles y sofisticados que supera incluso a los propios
gobiernos, no encuentran un claro objetivo. ¿Quién tiene la responsabilidad de
la crisis de las hipotecas basura? ¿Contra quién protestar ante el reparto de
bonus en entidades bancarias sostenidas por dinero público? La resistencia, hoy
en día, se complica.
"Antes
era más fácil comprender los mecanismos de la acumulación originaria del
capital y explotación de los asalariados: los trabajadores sabían quiénes eran
los dueños y no tardaron en darse cuenta de cómo los explotaban. Todo sucedía,
por así decir, a la luz del día. Por eso mismo, también luchar y resistir era,
desde el punto de vista de la comprensión de los fenómenos, más fácil",
sostiene el autor.
Ante nuevas
injusticias, se necesita una nueva resistencia. Vitale habla de un vacío que
impide la construcción de una resistencia contra los desmanes del poder. Ese
vacío no se ha generado solo, sino que es fruto de lo que él denomina como
"traición" de la izquierda a sus propios principios: "Que la
derecha sea derecha es normal, aunque no lo sean tanto las derechas
anticonstitucionales. Pero que la izquierda haya abrazado los modelos
culturales de la derecha (su darwinismo social, la invitación a ser empresario
de sí mismo, la competencia y la competición como la sal de la vida económica y
social, las privatizaciones y liberalizaciones como sinónimo de eficiencia tout
court, como solución mágica de los problemas) es algo que se entiende peor. Los
partidos políticos de la izquierda han quedado reducidos a grupos de poder, que
han dejado de cumplir una función de representación política y transmisión de
las exigencias y propuestas provenientes del mundo del trabajo".
Para Vitale,
la resistencia pasa por garantizar los derechos constitucionales, que no se
conviertan en papel mojado, que no sean principios que se guardan en un cajón
mientras el crecimiento de un país se sigue midiendo exclusivamente por el PIB
("una peligrosa ilusión") y al planeta se le somete a graves
agresiones ambientales.
Y pone
ejemplos: "Hay que pelear en Valsusa [Piamonte, Italia] contra la
devastadora construcción de un costosísimo túnel ferroviario de alta velocidad,
de 57 kilómetros, que acabará quedando ampliamente infrautilizado. O contra la
compra de armas, tan sofisticadas cuanto inútiles. O contra el sometimiento
economicista del sistema universitario al pensamiento único neoliberal. ¡Hasta
en el lenguaje de los créditos formativos!".
Tramas
mediáticas
Del objetivo
de Vitale no escapa casi nadie. La mayoría de medios de comunicación, señores
del poder ideológico, pertenece a un conglomerado empresarial con sus propios
intereses que en muchas ocasiones se alejan del propósito de informar al
ciudadano sobre lo que pasa en la realidad. "Los medios de comunicación de
masas han comenzado a vivir una vida propia, a perseguir sus propios fines, a
hacer política corporativa", escribe Vitale.
El autor
denuncia la grave falta de pluralidad en las voces que generan el debate público.
No hay que ir muy lejos para percatarse: en España un mismo empresario puede
ser dueño de varias cabeceras de periódicos de distinta orientación editorial
sin que nadie se escandalice. La ley, claro, lo permite. "De hecho, el
oligopolio de la información limita la libertad de prensa y el pluralismo de
las ideas", sostiene.
Para
Vitale es esencial recrear el sistema legislativo para que se prioricen los
derechos establecidos en la Carta Magna. Pero no descuida otras formas de
contrarrestar los desmanes del poder sin recurrir a la violencia y dedica
varias páginas a Gandhi. Según Vitale, "la búsqueda de medios que impidan
una deriva violenta es la enseñanza de Gandhi, al margen de su idealismo.
Idealismo, pero sólo hasta cierto punto: parece que los ingleses lo
consideraban un negociador habilísimo e incansable". Tras el 15-M también
se habló de Ghandi. Quizás las lecciones del viejo maestro son un buen punto de
partida.
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