París expone obras de Irving Penn en los años 50, cuando la fotografía de lujo descubrió que el mundo real seguía existiendo y podía ser glamour.
En los años cincuenta, los vuelos transatlánticos empezaron a ser regulares, relativamente rápidos y agradables. Nacía así lo que hoy llamamos pisaaropuertos, esa gente que se da a sí misma la impresión de vivir en París, Londres y Nueva York al mismo tiempo.
Irving Penn, célebre fotógrafo de lujo de la revista Vogue, era uno de ellos. Pero el tipo era listo, y descubrió en ese preciso instante algo que escapaba a los demás: el mundo real seguía existiendo en tierra, y podía ser transformado en glamour.
A esa precisa y peculiar obra fotográfica realizada por Irving Penn en París, Londres y Nueva York en 1950 y 1951 dedica la Fundación Henri Cartier-Bresson de París una exposición, reveladora en todos los sentidos de la palabra. Bajo el título de Pétit métiers (algo así como "curros malpagaos" en español cheli), la institución fotográfica parisina muestra la colección de retratos de trabajadores muy descualificados, a menudo cargados de tizne, que el fotógrafo efectuó en los albores de la globalización.
Penn acabó castigando con sus dichosos estudios también a los marroquíes, los benineses, los dahomeyanos y los sanfrancisqueños
La señora del aparcamiento, el joven carnicero, la portera, el bombero de una planta industrial, el carbonero, el policía, el camarero, la cabaretera, el que vende periódicos a gritos en la esquina... Están en los retratos todos los que curraban en los años cincuenta en las ciudades. Es decir, todos los que contribuían a que el mundo fuera mundo, y a que las calles estuvieran puestas cuando los pisaaeropuertos se levantaban a por el croissant, el brunch o el delicatessen. Tanto los de Londres, como los de París, como los de New York. Sólo faltan, en los retratos de Penn, el carterista y la puta. ¿Será por que Irving Penn los dejó fuera de la Humanidad y de su cámara oscura, o porque la señora comisaria de la exposición los pasó por alto?
En 1950, la revista Vogue envió a Penn a París para hacer los retratos de las colecciones de alta costura que ya atraían a los petimetres del mundo entero. Era su "curro alimentario", como suelen llamar los fotógrafos parisinos de hoy en día a esos encargos quizá no muy interesantes, pero superbienpagados con un pastón de la ostia.
Sólo faltan, en los retratos de Penn, el carterista y la puta
Por aburrimiento, o por coherencia, se le ocurrió una idea: hacer traer a los trabajadores que había por todas las esquinas del barrio de su estudio, en el sur de la Ciudad de la Luz, y colocarlos en posición de retrato, en ese mismo laboratorio escénico. "Alejar a los modelos de su entorno natural e instalarlos en un estudio frente al objetivo no sólo tenía el objetivo de aislarlos; los transformaba", escribió el propio Penn a modo de teorización.
Ese trabajo que se prolongó en Londres y en Nueva York por espacio de dos años, en realidad tenía un precedente. Penn había iniciado en Cuzco, dos años antes, un proyecto con un límpido nombre: "Worlds in a Small Room".
A partir de Cuzco, y pasando por París, Londres y Nueva York, Penn acabó castigando con sus dichosos estudios también a los marroquíes, los benineses, los dahomeyanos y los sanfrancisqueños. ¡Hasta los extremeños tuvieron que pasar por la piedra, es decir por los estudios asépticos que invariablemente instalaba el fotógrafo, para llevar a ellos toda la diversidad del mundo, por separado y aislada!.
El modelo así colocado, pese a llevar su tizne, su juego de llaves, sus cuchillos de carnicero o sus amuletos de doncella africana del pueblo Tofinu, costas todas ellas que le enlazan a una realidad social, acaba convertido en una pureza estilizada ofrecida en sacrificio al templo del glamour y del papel satinado. Eso sí: con la perfección formal de Irving Penn y un trabajo de revelado complejo.
Anne Lacoste, comisaria de la exposición y miembro del Getty Museum que ha prestado los clichés, defiende a su polluelo. Recuerda que éste prosiguió el trabajo de Eugène Atget a finales del siglo XIX y de August Sander entre las dos guerras mundiales y que Penn "nunca tuvo la pretensión de retratar el mundo real".
"Es una búsqueda del prójimo sin par" con "un enfoque íntimo del mundo" y "estos retratos no sólo muestran una tipología de los oficios, sino que revelan una profunda igualdad entre los modelos, transformados en orgullosos iconos de los tiempos modernos", rezan los textos de presentación de la exposición.
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